¿Cuál justicia o interés social?
- John A. Bennett N.
Nuestra Constitución está plagada de frases vagabundas que contribuyen a revolver el río en dónde pescan muchos. En particular las frases: “justicia social” e “interés social”, son conceptos que no quedan ni podrían quedar definidos ni en la Constitución ni en ningún otro lado por ser erráticos, prestándose divinamente para la discrecionalidad que tanto ama cierto género de engendros políticos.
Una constitución debe ser, ante todo, ‘clara’ y fácil de leer; entre otras razones, porque todos los habitantes del país tienen la obligación de conocerla y cumplir con ella. ¿Pero cómo hemos de cumplir con algo que sólo “entienden” ciertos ungidos al servicio de particulares y fantasiosos intereses?
Todo esto va de la mano con aquello de “los derechos”; a punto que hoy día casi toda cosa deseable la queremos convertir en derecho humano. Si nos hace falta agua, creemos que convirtiéndola en derecho no nos faltará; o que quizás quedará el Estado en obligación de proveerla a domicilio. Y ya que estamos en eso, elevemos los alimentos, el amor, la compasión y hasta los helados al rango de derecho humano. ¿Y por qué no el dinero, que con el parte y reparte ya anda por allí?
Los conceptos de justicia e interés social no son más que llaves maestras diseñadas para abrir la alacena de las sinecuras y constituyen, más que nada, un deseo o lenguaje conveniente para alcanzar ciertos aviesos fines; y por ello es que vemos a estas frases ampliamente dispersas por nuestra Carta Magna, igual que palangres.
La verdadera justicia no se aplica al modelo pervertido de los derechos, sino que se trata de prerrogativas emanantes de la realidad moral del ser humano. No es algo que uno puede ir asignando y repartiendo. Son cosas que existen, tal como la vida, el tránsito y la propiedad.
Por ejemplo, tenemos derecho a la vida porque es algo que ya poseemos; lo cual no es aplicable al agua o los helados que no los poseemos y, por tanto, debemos procurarlos a través del ingenio y el trabajo. En fin, los derechos humanos no deben ser jamás una lista de mercado, sino verdades inmutables de aquello que es tangiblemente nuestro –vida, libertad, propiedad-.
La propaganda de una supuesta justicia o interés social opera entre las tinieblas del entendimiento. La educación no es algo propio sino algo que debemos procurar y cuando decimos que “debe ser gratuita”, lo que realmente decimos es que está bien robarle a unos para darles a otros; o que el fin justifica los medios. Y por supuesto que el derecho a los helados no es más que un reductio ad absurdum, pero muy ilustrativo.
Reconozco que es digno aplaudir la búsqueda del amor, el agua y los helados, pero cada cual en su justa dimensión.
El problema es que muchos jóvenes producto de nuestro deficiente sistema educativo, no han sido expuestos la discusión seria filosófica y sólo están familiarizados con la rapiña de la politiquería criolla.
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