Panamá
Cuando la educación es la muerte, pero la muerte no es educación
- Arnulfo Arias
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El hombre repetirá siempre los mismos errores, hasta que los transforme en experiencias valiosas. Por eso, en vez de rechazar las malas experiencias, se deben ver prudentemente como las maestras principales de la vida, siempre y cuando se atiendan verdaderamente sus lecciones. Las excepciones de esta realización son escasas, porque casi todos repetimos los errores una y otra vez, a pesar de que deberían convertirse con el tiempo en las lecciones más valiosas. Como en los individuos, también resulta igual el conglomerado de las sociedades, que solo son la proyección colectiva de los que la integran.
Desde hace muchos años escuchamos las historias, repetidas una y otra vez, de estudiantes de áreas rurales que, por cumplir con su obligación de estudiar, terminan perdiendo la vida, usualmente por tener que cruzar causes en los que no hay pasos seguros. Me ha tocado verlo en persona. Niños que, para cruzar los afluentes del Río Zaratí, ponen sus libros y cuadernos, y hasta parte de sus uniformes, en bolsas plásticas, y se adentran en las aguas, siempre con el riesgo de perder sus vidas inocentes. Todo por cumplir con esa obligación de educarse, que en ellos constituye más que eso, porque a veces es su única esperanza de salir de las arenas movedizas de la necesidad y de la pobreza. Por ello, están dispuestos a arriesgar lo más preciado que tienen y, nosotros, en conjunto y como sociedad, vemos pasivamente estas desgracias y no hacemos nada. Cada vez que se pierde una vida escolar por motivos como estos, todos somos cómplices silenciosos de esa tragedia irreparable. Cierto, necesitamos más transporte en las áreas urbanas, porque la boca de la producción nacional exige y traga con un apetito insaciable. Nada hay malo en el progreso, pero cuando el progreso es improvisado, con clara inclinación de beneficios hacia los sectores que representan grandes cantidades de votantes, tiende a dejar en el olvido este tipo de carencias fundamentales que aseguran un desarrollo más equitativo e integral.
Cada vez que se hace una obra pública, el principio orientador debería profundizar más el tema de las grandes necesidades de esos sitios apartados de nuestro Panamá; ¿una parada de buses techada, en el centro de la capital, para que los usuarios del transporte público no se mojen o un puente colgante sobre un cause peligroso, para que los pequeños estudiantes no se nos ahoguen?; ¿qué es peor, una gripe por mojarse o una vida segada antes de tiempo por falta de infraestructura? No creo que haya necesidad si quiera de buscar respuestas, porque la vida no tiene precio en comparación con todo lo demás. Las políticas públicas deben ponderar esas necesidades y evitar estas tragedias crónicas de muertes de estudiantes en nuestro país. Por más que la educación sea obligatoria, no culparía a los padres que se rehúsen enviar a sus hijos a la escuela si para hacerlo deben poner en peligro sus vidas. Mientras tanto, creo que en estos tiempos se pueden buscar alternativas para llevar la teleeducación hacia esos sitios, para que esos menores no tengan que salir a buscarla y, de paso, enfrentar a diario el riesgo de encontrar su propia muerte. Por otro lado, se debe asimilar, de una vez por todas, la conclusión de que, si no se comienza a llevar el desarrollo integral a esas regiones de difícil acceso, la migración hacia a los centros urbanos será exponencial e irrefrenable en un futuro próximo.
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