De latas y escondidos
Publicado 2007/08/02 23:00:00
- Silvio Guerra Morales
En la infancia, los muchachos del barrio de Matuna, en La Chorrera, por allá a los principios de los ´70, cuando corrían los diez, nos deleitábamos con singular encanto con un juego llamado "la lata". Consistía en tener una lata, cualesquiera, que sonara bien al ser golpeada contra una piedra que servía de base o contra el poste del tendido eléctrico. Corríamos a escondernos, pero uno quedaba contando con los ojos cerrados hasta el número 10 y luego, cuando terminaba de contar, salía en búsqueda nuestra y en la medida que nos iba descubriendo, hacía sonar la lata hasta que, al ser sorprendido o inadvertido, aparecía algún jugador que tomaba la lata y gritaba en coro: "¡lata libre, salvación!, ¡lata libre, salvación!". Si el muchacho que quedaba junto a la piedra o junto al poste lograba descubrirnos a todos, el último que era descubierto tenía que hacer el papel del buscador y sonador de la lata. En realidad, el juego era de sumo emocionante.
Qué sensación aquella de mantenerse callado, en plena calma y silencio, inamovibles; no podíamos permitirnos el mínimo ruido que le indicara al tocador de la lata descubrirnos y de esta forma quedar al descubierto, desarmados, fuera del juego y rogábamos que el último apareciera gritando: "lata libre, salvación". Nuestros padres nos daban permiso para salir a jugar esto, pero había una condición, primero verificaban que las tareas de la escuela habían sido hechas todas y que si al día siguiente había algún ejercicio, teníamos que contestar todas las preguntas que nos hicieran sobre el material de estudio. En realidad, el jugar a la lata era algo más que un simple juego de niños que algunos calificarían de "niños tontos". Era una terapia de sanidad y de vivencias plenas para nuestra mocedad y para algunos infantes que se integraban al juego; había que ver también a algunos adultos, a nuestros padres, cuando gritaban al tocador de latas "corre, corre que te toman la lata". Había risas, carcajadas, gritos de alegría, de mucho entusiasmo.
Al regresar a nuestras casas, nunca distantes, todas en el mismo vecindario, nos esperaba la michita de pan caliente con mantequilla y el té de hierba de limón, de hoja de naranja, de hoja de mastranto o de canela y cuando no el agua de raspadura. Aquella muchachada, puedo decir que me incluyo, vivíamos en un mundo de ensueños, de metas, de propósitos, en donde todo se nos circunscribía en el estudio y nuestros ejemplos eran profesionales del mismo barrio: el ingeniero David Guerra -quien fue candidato a la vicepresidencia del país y a quien la divina providencia llamara a su presencia en edad temprana de los cuarenta-; Omar Lynch -hoy día una de las columnas pilares de la Contraloría en cuanto a autoridad, capacidad, competencia y experiencia en las cuentas nacionales-; el Dr. Andrés "Tito" Barría -prestigioso médico de La Chorrera-, y tantos otros profesionales que le han dado lustre y prestigio al país, a la nación entera. No conocíamos vicio alguno; no compartíamos cervezas ni licor para sentirnos bien; nuestros ejemplos vivientes nos daban muestras de rectitud y de verticalidad; nadie envidiaba a nadie ni soñábamos con riquezas ni apetencias materiales.
Eran otros nuestros sueños y nuestras aspiraciones: ser alguien en la vida y que nuestras familias se sintieran orgullosas de nosotros. En las escuelas, esa misma muchachada competía a elegir a quien escribiera el mejor verso o poema; a quien filosofara el mejor pensamiento; o a quien declamara con profunda devoción un verso o una poesía aprendida. Los desaparecidos Juegos Florales que organizaba el Ministerio de Educación entusiasmaban mucho: todos queríamos competir y ser, simple y sencillamente, "los mejores". No lucíamos ni fantochábamos ropas de marcas, ni siquiera existían las que hoy tanto suenan y tanto dinero cuestan: nos complacíamos en andar vestidos limpia y decorosamente; nuestros padres nos exigían lustrar siempre los zapatos: en mi caso personal, tanto los cuidaba y los lustraba que el mismo par de calzados usados en el cuarto año sirvieron para el quinto y el sexto año de la secundaria.
Recuerden que nuestros padres nos compraban zapatos siempre con un número más grande, pues ellos decían "para que no se les queden tan rapidito mi hijo", y así, con zapatos grandes y flojos, pero bien amarrados, íbamos al colegio y en temporada de vacaciones buscábamos empleos o trabajos en donde ganar algún dinerito para contribuir con la economía hogareña. Trabajé con "Bolsa", el señor de los bultos de ropa, había que cargarle todos esos pesados bultos; con el sastre Saldaña, me pagaba tres dólares por semana y se trabajaba todos los días: aprendía a coser, tomar las bastas de los pantalones, hacer los ojales, pegar botones, poner zíper, etc. En una de esas vacaciones también laboré para una imprenta, con el impresor Alemán: mi trabajo consistía en uniformar libretas, barrer el local mañana y tarde; limpiar las máquinas, recoger los desechos de papel, etc.
Si a alguien le pareciera cursi este escrito, con la frente en alto le respondería de inmediato: A pedido de mi esposa, Yamileth, a su devoto amor, he escrito estas emotivas líneas, pues ella fue quien me pidió: "Por favor, escribe algo diferente a la política, a las leyes, algo que inspire al alma y al espíritu, que refresque, que siembre". Si algún lector se siente inspirado con estos recuerdos escritos de las raíces mismas de mi alma, éste, sin duda alguna, ya ha logrado su propósito.
El MIVI es el encargado de supervisar, que todo proyecto puesto a revisión contenga todas las infraestructura adecuadas para que sea habitable.
Los planos de construcción elaborados en la primera etapa, deben determinar el tamaño de las calles, el sistema de acueductos y sanitarios, así como la forma de canalizar las aguas servidas.
Estos proyectos deben tener luz, agua, iglesias, centro recreativos, supermercados, áreas de salida y entrada, para una mejor calidad de vida, explicó Maricarmen Rodríguez, jefa de Ventanilla Unica del MIVI.
Con relación a los permisos de construcciones de viviendas y edificios, el Municipio de San Miguelito es el encargado de autorizar la ejecución de los proyectos.
El arquitecto José Acosta, de Desarrollo Urbano del Municipio de San Miguelito, explicó que hay normas residenciales que permiten la construcción de grandes edificios.
Los requisitos son: presentar los planos de construcción, documentación de título de propiedad, permisos de salud y bomberos.
Acosta afirmó que este distrito tiene grandes proyectos como la segunda parte del Corredor Norte y la tercera etapa del Centro Comercial Los Andes.
Qué sensación aquella de mantenerse callado, en plena calma y silencio, inamovibles; no podíamos permitirnos el mínimo ruido que le indicara al tocador de la lata descubrirnos y de esta forma quedar al descubierto, desarmados, fuera del juego y rogábamos que el último apareciera gritando: "lata libre, salvación". Nuestros padres nos daban permiso para salir a jugar esto, pero había una condición, primero verificaban que las tareas de la escuela habían sido hechas todas y que si al día siguiente había algún ejercicio, teníamos que contestar todas las preguntas que nos hicieran sobre el material de estudio. En realidad, el jugar a la lata era algo más que un simple juego de niños que algunos calificarían de "niños tontos". Era una terapia de sanidad y de vivencias plenas para nuestra mocedad y para algunos infantes que se integraban al juego; había que ver también a algunos adultos, a nuestros padres, cuando gritaban al tocador de latas "corre, corre que te toman la lata". Había risas, carcajadas, gritos de alegría, de mucho entusiasmo.
Al regresar a nuestras casas, nunca distantes, todas en el mismo vecindario, nos esperaba la michita de pan caliente con mantequilla y el té de hierba de limón, de hoja de naranja, de hoja de mastranto o de canela y cuando no el agua de raspadura. Aquella muchachada, puedo decir que me incluyo, vivíamos en un mundo de ensueños, de metas, de propósitos, en donde todo se nos circunscribía en el estudio y nuestros ejemplos eran profesionales del mismo barrio: el ingeniero David Guerra -quien fue candidato a la vicepresidencia del país y a quien la divina providencia llamara a su presencia en edad temprana de los cuarenta-; Omar Lynch -hoy día una de las columnas pilares de la Contraloría en cuanto a autoridad, capacidad, competencia y experiencia en las cuentas nacionales-; el Dr. Andrés "Tito" Barría -prestigioso médico de La Chorrera-, y tantos otros profesionales que le han dado lustre y prestigio al país, a la nación entera. No conocíamos vicio alguno; no compartíamos cervezas ni licor para sentirnos bien; nuestros ejemplos vivientes nos daban muestras de rectitud y de verticalidad; nadie envidiaba a nadie ni soñábamos con riquezas ni apetencias materiales.
Eran otros nuestros sueños y nuestras aspiraciones: ser alguien en la vida y que nuestras familias se sintieran orgullosas de nosotros. En las escuelas, esa misma muchachada competía a elegir a quien escribiera el mejor verso o poema; a quien filosofara el mejor pensamiento; o a quien declamara con profunda devoción un verso o una poesía aprendida. Los desaparecidos Juegos Florales que organizaba el Ministerio de Educación entusiasmaban mucho: todos queríamos competir y ser, simple y sencillamente, "los mejores". No lucíamos ni fantochábamos ropas de marcas, ni siquiera existían las que hoy tanto suenan y tanto dinero cuestan: nos complacíamos en andar vestidos limpia y decorosamente; nuestros padres nos exigían lustrar siempre los zapatos: en mi caso personal, tanto los cuidaba y los lustraba que el mismo par de calzados usados en el cuarto año sirvieron para el quinto y el sexto año de la secundaria.
Recuerden que nuestros padres nos compraban zapatos siempre con un número más grande, pues ellos decían "para que no se les queden tan rapidito mi hijo", y así, con zapatos grandes y flojos, pero bien amarrados, íbamos al colegio y en temporada de vacaciones buscábamos empleos o trabajos en donde ganar algún dinerito para contribuir con la economía hogareña. Trabajé con "Bolsa", el señor de los bultos de ropa, había que cargarle todos esos pesados bultos; con el sastre Saldaña, me pagaba tres dólares por semana y se trabajaba todos los días: aprendía a coser, tomar las bastas de los pantalones, hacer los ojales, pegar botones, poner zíper, etc. En una de esas vacaciones también laboré para una imprenta, con el impresor Alemán: mi trabajo consistía en uniformar libretas, barrer el local mañana y tarde; limpiar las máquinas, recoger los desechos de papel, etc.
Si a alguien le pareciera cursi este escrito, con la frente en alto le respondería de inmediato: A pedido de mi esposa, Yamileth, a su devoto amor, he escrito estas emotivas líneas, pues ella fue quien me pidió: "Por favor, escribe algo diferente a la política, a las leyes, algo que inspire al alma y al espíritu, que refresque, que siembre". Si algún lector se siente inspirado con estos recuerdos escritos de las raíces mismas de mi alma, éste, sin duda alguna, ya ha logrado su propósito.
El MIVI es el encargado de supervisar, que todo proyecto puesto a revisión contenga todas las infraestructura adecuadas para que sea habitable.
Los planos de construcción elaborados en la primera etapa, deben determinar el tamaño de las calles, el sistema de acueductos y sanitarios, así como la forma de canalizar las aguas servidas.
Estos proyectos deben tener luz, agua, iglesias, centro recreativos, supermercados, áreas de salida y entrada, para una mejor calidad de vida, explicó Maricarmen Rodríguez, jefa de Ventanilla Unica del MIVI.
Con relación a los permisos de construcciones de viviendas y edificios, el Municipio de San Miguelito es el encargado de autorizar la ejecución de los proyectos.
El arquitecto José Acosta, de Desarrollo Urbano del Municipio de San Miguelito, explicó que hay normas residenciales que permiten la construcción de grandes edificios.
Los requisitos son: presentar los planos de construcción, documentación de título de propiedad, permisos de salud y bomberos.
Acosta afirmó que este distrito tiene grandes proyectos como la segunda parte del Corredor Norte y la tercera etapa del Centro Comercial Los Andes.
San Miguelito recientemente cumplió 37 años de fundación.
Esta comunidad inició con muchos pobladores oriundos del interior del país.
En las nuevas barriadas hay garitas de seguridad y no tienen problemas con la recolección de la basura, a diferencia de otros sectores del área.
La terminación del Corredor Norte, agilizará el tráfico, principalmente por la Ave. Domingo Díaz.
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