El tormento de los celos
- Rómulo Emiliani (opinion@epasa.com)
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Monseñor Emiliani, yo soy una pobre mujer de 74 años y soy madre de cuatro hijos y tengo ya nueve nietos. Mi vida no ha ...
Monseñor Emiliani, yo soy una pobre mujer de 74 años y soy madre de cuatro hijos y tengo ya nueve nietos. Mi vida no ha ...

Monseñor Emiliani, yo soy una pobre mujer de 74 años y soy madre de cuatro hijos y tengo ya nueve nietos. Mi vida no ha sido fácil. Mi matrimonio fue siempre un suplicio por la manera en que mi marido me trataba. El ya murió. En vida me celaba con cualquier hombre y me hacía sentir mal con la cantidad de vulgaridades que decía, suponiendo que yo lo engañaba. Nunca estuve con otro hombre, aunque ganas no me faltaron, solo por la cantidad de estupideces que mi marido me decía. Quería vengarme de él, pero nunca tuve las agallas de hacerlo. Bien creo yo que mi Virgencita del Carmen me protegía y tengo ahora la conciencia tranquila de que nunca le falté. Monseñor, qué torturas sufría yo por sus tonterías. Que era un hombre bueno, cuando estaba de buen humor, y que nunca nos faltó el pan de cada día, eso es verdad. Pero le confieso que cuando él descansó eternamente, también descansé yo. Estos últimos seis años desde que él murió han sido de gran paz. No puedo negar que me duele que haya desaparecido, pero entre sus celos continuos y la crítica que nos hacía por cualquier cosa que salía mal, desde la comida o arreglar el jardín, las malas notas de los muchachos o el atraso en el pago de la luz, le digo que él descansa en paz y yo también. Pero ese sentimiento me hace sentir culpable. Quiero también decirle que me da pena, dolor, ver cómo mis nietos siguen otros rumbos diferentes a nosotros. Ir a misa, van poco. Rezar el rosario, solamente los dos más pequeños. Las chicas visten muy indecentemente con ropa muy ajustada. Esa música que oyen y la forma en que se expresan harán que acaben mal. Ya sé yo que dos de ellos tienen problemas con el licor y quizá con droga. Se lo he dicho a sus padres y como si nada. Que me dicen que son otros tiempos, que me preocupo demasiado, que no tengo que meterme en la vida de ellos. ¿Pero cómo no voy a hacerlo? Son mis nietos y además soy cristiana y tengo el deber de velar por mi prójimo, y ellos son eso para mí. Son almas que necesitan de orientación.
Estimada señora, eso que siente usted sobre su marido no es pecado. Usted está descansando de la enfermedad mental de los celos que tanto mal ha hecho en muchos matrimonios. Auténticos suplicios se han vivido cuando se es víctima de un cónyuge celoso. Hay por cierto diversos niveles de celos en las personas. El nivel normal es manejable: uno de los dos cónyuges se puede sentir marginado porque pareciera que el interés del otro va hacia otra persona de diferente sexo, o hacia un hijo o hacia la madre o alguna actividad especial. La autoestima es clave para superar eso y el expresarlo de la manera más delicada ayuda a renovar los lazos de comunicación. Pero hay otros niveles más peligrosos y cuando uno de los dos ya se imagina las cosas más burdas y las expresa, ofendiendo, denigrando a la otra persona, como hacía su marido, eso ya es grave.
Mentes enfermas, obsesivas en cuanto al sexo y muy inseguras de sí mismas se convierten en verdugos implacables, destrozando la paz mental de su cónyuge y la armonía en el hogar. Su marido estaba enfermo. Compréndalo y perdónelo y recuerde todo lo bueno que vivieron. Gracias a Dios, usted no cayó en adulterio y se mantuvo firme en sus principios. En cuanto a sus nietos, yo creo que hay un ambiente degradante y muy permisivo y casi amoral en la juventud, provocado por los medios de comunicación, los malos ejemplos de los adultos, las modas, la falta de una educación adecuada e inclusive de una tímida evangelización.
Nos estamos desconectando de los jóvenes como Iglesia y como generación de adultos. No sabemos cómo tratarlos, cómo llegarles. Prefieren escuchar su música por horas que veinte minutos de una charla nuestra. Están obsesionados por sus videos y son alérgicos a un libro bueno. Pareciera que estuvieran hipnotizados por eso que les viene de un primer mundo degradado. En fin, tenemos un gran reto hoy.
Señora, siga hablándoles, aunque se resistan a escuchar. Si le piden un consejo, delo, pero sin estar regañando ni acusando. Dé razones por las que hay que vestir decentemente. Use argumentos claros sin caer en la recriminación dura y radical. Demuéstreles mucho amor siempre, aunque no hagan lo que usted cree deben hacer. Ore mucho por ellos y encomiendo sus vidas a Jesucristo el Salvador, con quien usted será invencible.
Monseñor
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