Hablar con propiedad
El lenguaje es el medio en que se comunica el ser humano desde que Dios infundió el alma en aquél ser cuyo cuerpo era el de un animal más.
- Monseñor Rómulo Emiliani (CMF)
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- - Actualizado: 05/2/2024 - 12:00 am
El lenguaje es el medio en que se comunica el ser humano desde que Dios infundió el alma en aquél ser cuyo cuerpo era el de un animal más. A partir de ese momento se hizo persona, hecha a imagen y semejanza de Dios. Y empezaron a articularse los signos, tanto a nivel oral, corporal, como dibujos en cuevas, e inclusive la vestimenta era también un signo, en este caso de pertenencia a un clan, a una tribu.
La forma de hacer sus viviendas, los cantos, las danzas eran y son una manera de comunicarse con los demás. En el fondo, todo era lenguaje. Somos seres para la comunicación. El ser humano es el ser que perfecciona su lenguaje a lo largo de la historia, y de una manera interrumpida. Además del lenguaje común, que sigue aumentando su léxico, las ciencias tienen su lenguaje particular; la tecnología impone un lenguaje casi universal y cada día crea nuevos signos.
Pero el drama consiste que en la medida en que el mundo avanza con nuevos lenguajes para definir los avances científicos, el ser humano experimenta un retroceso, una involución en su manera de expresarse. Reduce su vocabulario entre otras cosas, porque lee menos.
Trastorna los signos, porque les cambia los significados. El ejemplo más clásico es la palabra amor, degradada, pisoteada, convertida en un basurero de las acciones más depravadas. Una palabra sublime, inclusive porque expresa la esencia de Dios, es ultrajada y profanada.
Muchas palabras tienen doble sentido, y algunas de ellas no se pueden usar. La forma de comunicarse a través del internet empobrece radicalmente el vocabulario por la inmediatez y limitaciones de ese medio de comunicación.
Todo debe ser dicho rápidamente y en el más corto tiempo. Debemos rescatar el lenguaje, las palabras, y usarlas con propiedad. Enriquecer nuestro vocabulario y usarlo bien.
Esforzarnos en pulir nuestro léxico y hablar con respeto. Pensar antes de hablar, y hacerlo de tal manera que nuestras palabras enriquezcan, edifiquen, animen, fortalezcan, clarifiquen al interlocutor. No usarlas para insultar, desanimar, ultrajar a otra persona. Ni para engañar y confundir a otros. Deben siempre reanimar e iluminar a otros para el bien de ellos. Y tener mucho cuidado. Hay palabras dichas en un momento de ira y ofuscación y causan un gran daño a otros. Les quedan grabadas para siempre.
Y sobre todo alabar a Dios con nuestras palabras; agradecerle todo lo que hace con nosotros. Glorificar su nombre con nuestras palabras y cantos. Estar continuamente adorando su presencia con nuestras palabras dichas y salidas del corazón. De manera individual y comunitaria. Convertirnos en alabanza de su gloria.
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