La astucia por el reino
La astucia por el reino
Jesús nos lo ha dicho claro, que no quiere ingenuos y menos tontos en este camino por la vida. Nos habla de que tengamos cuidado con los lobos en el mundo, de que los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz, de que Satanás es el padre de la mentira y hay que desenmascararlo y que seamos buenos como las palomas, pero astutos como las serpientes. La comparación que hace con este animal es muy fuerte, impacta y uno se pregunta por qué la hace. De hecho la serpiente fue el animal que simbolizó en el Génesis la tentación y el engaño de Satanás a Eva y luego a Adán y el comienzo de la historia de pecado en el mundo. Pero por algo está en el mundo; la serpiente es una criatura creada por Dios. En las selvas y bosques cumple una misión de equilibrar la naturaleza con el exterminio de roedores, que cuando no se les controla acaban con las cosechas y pueden trasmitir enfermedades. En la naturaleza todo está en armonía hasta que aparece el pecado en el hombre y empieza la destrucción de la misma. Jesús toma el ejemplo de las serpientes para hablarnos de la astucia de ella, de la rapidez, de la velocidad para detectar el peligro, el enemigo, venga de donde venga y esconderse o atacar. Están siempre vigilantes. Saben camuflarse para evitar ser atacadas. Saben trepar árboles y esconderse en medio de la vegetación, atacan generalmente cuando se sienten amenazadas. Jesús no pide imitemos su agresividad, y de hecho nos pide que seamos buenos como las palomas. Si no imitemos su comportamiento: vigilancia, sagacidad, rapidez, desconfianza, porque el mundo, el demonio y la carne, están acechándonos. La Palabra dice que el diablo como león rugiente busca a quien devorar.
Bondad toda la que se pueda. Generosidad, amabilidad, delicadeza, servicialidad, desprendimiento, perdonar setenta veces siete, amar todo lo que se pueda, primero a Dios y luego al próximo. Ahí está lo de la paloma. Pero vigilantes, captar el peligro, poner atención a las tentaciones, detectar el engaño, ver por dónde vienen las trampas, atender qué hay detrás de las palabras, desconfiar de los excesos de amabilidad, preguntarse qué hay detrás de una propuesta, en el fondo no ser ingenuos. Estar pendientes de todas las amenazas. Ahí está lo de la serpiente. Tal y como está el mundo, no podemos pecar de ingenuos. Aunque todo el mundo puede ser mi hermano, pocos pueden ser mis amigos. Confiar sí, pero hasta cierto grado. Lamentablemente a toda persona no realmente conocida, en asuntos delicados tenerle un diez por ciento de desconfianza. Eso no es ofender, es prudencia. Respetarla en todo, pero vigilancia.