Panamá
La gran incógnita del turismo istmeño
El miércoles pasado, la Cámara de Turismo de Panamá organizó, concordariamos que estupendamente bien, el debate presidencial de la industria sin chimeneas.
- Jaime Figueroa Navarro
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- - Actualizado: 08/4/2024 - 12:00 am
El miércoles pasado, la Cámara de Turismo de Panamá organizó, concordariamos que estupendamente bien, el debate presidencial de la industria sin chimeneas. Lastimosamente no se trató de un debate sino más bien de una presentación donde los candidatos expusieron sus puntos de vista, una serie de propuestas apoyadas por fondos, millones de dólares, que en la muy crítica situación en que se encuentran las finanzas públicas, ni Merlin sabe de donde surgirán.
Nadie puntualizó que la raíz del problema yace no en el presupuesto ni las obras sino en la presentación del producto hacia los turistas. El visitante es el centro, el núcleo, la razón de ser del turismo y lo que presenta Panamá actualmente es un crucigrama donde las piezas no cuadran por el entuerto de la improvisación.
Todos nuestros productos tienen defectos de raíz que son administrados por personas que no tienen un pepino de ideas, ni la creatividad, ni el deseo, conjuguese amor y pasión, ni toman en cuenta la opinión de los visitantes en transformar algo mediocre en extraordinario.
Caso en mano, el aeropuerto de Tocumen, cientos de millones de dólares de nuestros impuestos malgastados en un monumento a la desidia, administrado por una junta directiva mediocre, política, designados por el dedazo presidencial y no por las cualidades que resalten a sus participantes como eruditos en la materia de administración aeroportuaria. ¿Como es posible que una estación de metro no esté conectada directamente al aeródromo? Las terminales son un reflejo de sus administradores, sucias, desaliñadas, disfuncionales y grotesca primera estampa para el visitante.
Lo que nadie mencionó es la necesidad de pulir los atractivos existentes, reformulandoles para crear genuinos magnetos al turismo y no algo a medio palo. Caso en mano, el Casco Antiguo. Habría que arriar, evaporar todas las entidades públicas, sus funcionarios y carpetitas, no tornando sus respectivos inmuebles en museos como algunos sugieren, sino rematándoles como sitios de atractivo turístico, tal cual las ruinas del antiguo Club Unión se optimizaron regiamente al erigir el flamante hotel Sofitel Legend.
Bajo la tutela del programa "Pueblos Mágicos" de la Secretaría de Turismo de México se conceptualizarían los mínimos detalles, la venta y reconstrucción de todas las ruinas, edificaciones abandonadas, repletas de alimañas y mosquitos, la remodelación del café Coca Cola, primera incursión internacional del titán de las gaseosas a inicios del siglo XX, la reinstalación del tranvía, a la par de San Francisco y Lisboa, para dejar a lo lejos a Cartagena de Indias y San Juan, convirtiendo nuestro emporio en la Venecia del siglo XXI.
No basta invertir más en publicidad. Complementariamente habría que fraguar un cuadro permanente de conferencistas plurilingues que pululen las geografías que deseamos penetrar.
El impacto, como ejemplo, de una presentación en la convención anual de AARP, asociación que acuerpa más de 40 millones de jubilados en Estados Unidos, cuya revista y boletín son las publicaciones de mayor circulación en ese pais, tendría una huella burbujeante en el turismo istmeño.
¿Y que hay de los cardinales sitios existentes pero enterrados en la indiferencia? El impacto de una campaña en España para escalar el cerro Pechito Parao en Darién desde cuya cima Balboa ojeó el Mar del Sur, como excursión histórica ecológica crearía una vital fuente de visitantes, algo así como la anual peregrinación del Camino de Santiago de Compostela. Y, por ahí nos vamos, pincelando las bellezas de nuestro Panamá para convertirle en un legítimo atractivo turístico mundial.
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