Panamá
La tolerancia y el respeto de la voluntad de las mayorías
Los odios viscerales son peligrosos, y más cuando se tienden a propagar como epidemias colectivas.
- Arnulfo Arias Olivares
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- - Actualizado: 09/11/2023 - 12:00 am
A veces, vemos programas de televisión que nos hablan de los asesinos en serie; pero hoy tenemos comprobado que ese tipo de perfil podría muy bien estar más cerca de nosotros de lo que pensamos, inclusive entre adultos mayores y docentes universitarios, que aparentan ser inofensivos.
La ejecución que todos hemos presenciado por las redes, se asimila a aquellas que uno ve en documentales de la historia de exterminio llevado a cabo por los nazis, en los que las vidas humanas valían, para esos psicópatas, mucho menos que las mismas municiones que se utilizaban, llegando a concebir que, para utilidades prácticas, era más eficiente y provechoso hacer uso de un solo proyectil para finiquitar a dos personas; así, alineaban a las víctimas, una detrás de otra (a veces madre e hijo), y las ultimaban con un solo tiro.
Esa crueldad, más cruda que la que pudiera incluso desplegarse en la conducta de animales que, por naturaleza, son depredadores, la hemos visto hoy, aquí. Así comienza el ciclo; dónde termina, no sabemos. Son esos episodios crudos que el mundo ha presenciado en Africa, con el exterminio brutal entre los hutus y los tutsis, en Ruanda, donde se llegó hasta el exterminio de más de un millón de hombres, mujeres y niños, haciendo uso del arma predilecta de una cruda ejecución: el machete.
No nos llamemos a engaño; el fuego del rencor es propio de los hombres, y la intolerancia lo abanica. En nuestra sociedad, estamos viendo ejemplos de ese odio que flamea en personas ya dispuestas a impedir el paso, por ejemplo, de ambulancias, o de otros que, mordidos por venenos de impaciencia, están dispuestos a matar a otros que le impiden paso en las protestas. Los extremos son malos y nocivos; y hacia esos extremos marcha hoy la sociedad.
Las posiciones sobrias y equilibradas no despiertan ya pasiones y la razón parece asimilare hoy al aburrido contenido de algún diario impreso del pasado. Algunos comunicadores han tomado lados, como mercenarios de la tinta; los unos haciéndose los servidores de la fuerza del sistema, que reprime el ejercicio del derecho a la protesta y, los otros, fomentando la violencia que solo vocifera y que alimenta el fuego de las anarquías.
Los odios viscerales son peligrosos, y más cuando se tienden a propagar como epidemias colectivas. En estos momentos los valientes no se encuentran dentro de las filas de los bandos extremistas que no piensan, que son solo las sombras de individuos a los que embrutecen los vapores de la intolerancia, de la frustración y de la rabia.
Necesitamos, como nunca, los consejos de serenidad de aquellos ciudadanos que todavía se niegan a abrazarse a los tinglados del extremo de uno u otro lado; necesitamos de personas sobrias que nos llamen nuevamente a gravitar en los remansos claros de la no violencia. El primer paso debe darse, a nuestro juicio, de parte de todo aquel que ha sido delegado con el ejercicio transitorio de poderes públicos.
La lectura y comprensión de lo que se ha expresado ya como la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, debe traducirse en las acciones de los gobernantes que estén encaminadas al retorno de la paz y la normalidad en la sociedad. La actividad minera es repudiada. La paz nacional es más preciosa que cualquiera de los riesgos calculados que tendríamos que enfrentar en tribunales arbitrales internacionales.
Más que pérdidas de orden material, se va perdiendo progresivamente la confianza, la fe y la tolerancia. Cuando perdamos esas cosas de valor incalculable que nos unen, lo único que puede prosperar es la maleza de la división y el odio.
Se debe concertar urgentemente una salida sobria de esta crisis nacional y buscar los mecanismos para hacerse eco y encausar de manera productiva lo que el pueblo ha expresado ya; de lo contrario, habrá una ebullición y una tormenta sin retorno y sin frontera.
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