Anécdotas
Monseñor y los lagartos del Gariché
... el velorio de ese año sería especial, vendría el obispo de Alanje y manejando hasta las ajuntas del Gariché con el Divalá. Ensillé el caballo más galano con la mejor montura para el obispo. Crucé el Chiriquí Viejo en marea baja, bordeando la gran ciénaga del Altamizal formada por las inundaciones del río. Al bajar sus aguas, en verano, vivían aquí muchísimos animales.
- Stanley Heckadon-Moreno
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- - Publicado: 09/12/2021 - 12:00 am
Tras la Guerra de los Mil Días, 1899-1902, el más sangriento de los conflictos civiles colombianos, dos campesinos chiricanos, Aurelio Moreno Moreno y Josefa Caballero, migraron de Alanje hasta el río más lejano a poniente de Panamá. Región llamada las selvas del territorio del Chiriquí Viejo. Eran mis abuelos maternos, conservadores y religiosos.
En esas soledades, levantaron su finca y su prole. Al anochecer rezábamos el rosario ante La Limeña, imagen heredada por mi abuela de un antepasado que de Alanje fue a Perú a prestar el servicio de las armas del Rey cuando el Istmo fue de ese virreinato.
Mi abuelo no era de rezar. Durante el rosario permanecía en su mecedora escuchando el radio de baterías y fumando en su cachimba tabaco de San Andrés. Mazos de tabaco de 25 libras que conseguía cambiados por pescado saldado y secado al sol que pescábamos en la mar.
Semana Santa era el evento religioso del año y Alanje su epicentro. Su cristo es el patrono de los chiricanos. Un río humano convergía a pie y a caballo, bañándose en el río Chico, antes de entrar a la iglesia a rezar, cantar y prenderle velas al Cristo. En la noche salía la procesión que entraba casi a la salida del sol.
En casa, el evento religioso más importante era el velorio que mi abuela ofrecía al Cristo. A inicios del verano partía de Alanje la romería del Cristo con sus devotos para visitar los poblados. En ciertas casas se daba una misa cantada y la música del violinista Yeyo. El Cristo regresaba a Alanje antes de Semana Santa.
Al velorio se invitaba a los vecinos cercanos y lejanos. En David comprábamos sacos de galletones, café de Bugaba que se endulzaba con raspadura del trapiche de casa y atada con hojas de bijao. En una canoa de madera colocábamos la chicha fuerte de maíz y el guarapo en viejas damajuanas de vidrio.
Se arreglaba el piso de abajo con pencas y flores, colocando la mesa del comedor con blanco mantel donde iría el santo. Su llegada era dramática. En la lejanía se escuchaba el canto de las mujeres, el repique de campanas y tambores. Súbito aparecía entre la selva, en el playón frente a la casa, la procesión. Recuerdo la primera vez que mi abuela me encomendó cruzar en el bote a la procesión del Cristo.
Un día me dice que el velorio de ese año sería especial, vendría el obispo de Alanje y manejando hasta las ajuntas del Gariché con el Divalá. Ensillé el caballo más galano con la mejor montura para el obispo. Crucé el Chiriquí Viejo en marea baja, bordeando la gran ciénaga del Altamizal formada por las inundaciones del río. Al bajar sus aguas, en verano, vivían aquí muchísimos animales. No imaginaba que en pocos años se talarían estas selvas y dragarían la ciénaga para fincas bananeras.
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Crucé el Gariché y el Divalá fijándome no hubiese lagartos en charcos, ni playones. Bajo un higuerón aguardé. Esperé y nada. Miraba la ubicación de la luna y estimaba la marea. Súbito aparece un polvorín levantado por un carro que apartándose del camino real de Alanje a Divalá, se desvía hacia donde yo aguardaba.
Al timón de un viejo jeep Willys, venía monseñor Severino Escolano y su sacristán. Con algo de pena, pero temple de vaquiano, le digo que debíamos apurar, pues venía marea alta. Que pusiera el sacristán a ancas. Este, aunque chiricano, era mal jinete. Tras varios intentos sube a ancas del caballo de Monseñor, quien le entrega las copas de oro para el vino, las hostias y la custodia.
Al entrar al río, el agua nos llega arriba de los estribos. El sacristán comienza a levantar las piernas, tambaleándose y agarrándose de monseñor. Le pregunté qué le pasaba, dijo no saber nadar. Pensé que si se ahogaba el sacristán y se perdían las custodias del Cristo de Alanje al infierno iría a dar.
Solo se escuchaba el chapoteo de las patas de los caballos. En eso escucho a Monseñor gritarle en su acento español a su sacristán: "Pues, coño, o te quedas quieto o te doy una patada en el culo y te mando por los aires". Era seguro un rayo divino caería y nos mataría a todos.
Ya en la finca mi abuela, en su arcaico voceo, me pregunta: "Mijito voj por qué demorasteis tanto? Le cuento los atrasos con Monseñor, del sacristán que ni sabía montar a caballo, ni nadar. En voz baja repetí lo que Monseñor le había gritado al sacristán. "Mijito-me dice- vos estáis falto de la cabeza. Son inventos. Cómo va el Monseñor del Cristo a usar semejante vulario". Juré guardar el secreto hasta el otro día, ya habiendo partido el Cristo, Monseñor y su sacristán.
Antropólogo.
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