Nostradamus: la bola de cristal y la globalización del futuro
Publicado 1999/09/04 23:00:00
- Jaime A. Chávez Rivera
No sabemos si el inefable Nostradamus predijo la globalización como uno de los jinetes del Apocalipsis, la vaticinó como una esperanza de un mundo sin orillas y en constante fusión e intercambio, o simplemente no le alcanzaron los ojos para ver más allá de sus profecías.
La gobernabilidad, al parecer, estaba en la bola de cristal del astrólogo francés, que sigue aterrorizando al mundo con sus predicciones, que nos dejan en un callejón casi sin salida, a la vuelta de la esquina del siglo XXI.
Con los pies en la tierra, debieran estar, sin embargo nuestro gobernantes en América Latina, cuyo siglo de oportunidades expira en unos pocos meses, y el saldo es, de lo suyo, frustrante para las grandes mayorías.
En eso estamos todos "consensuados", sin necesidad de hacer un foro para el debate, la brecha entre ricos y pobres va desde el Río Grande a la Patagonia, y se amplía como la propia geografía de nuestro fascinante, exótico y salvaje paisaje, tan duro e inhóspito, a veces, como el propio mercado, cuya alma se la vendió al diablo hace mucho tiempo.
Si el siglo se mirara frente al espejo se despediría aterrado por su tránsito tan violento y el saldo que nos deja, de la mano del hombre, por supuesto, tropezando un millón de veces con la misma dura e inocente piedra.
El listado global de materias pendientes para el próximo milenio, es numeroso, como arduo de resolver, y algunos gobiernos no saben por dónde empezar, para afrontar con éxito este menú de necesidades que superan con creces los fondos que hay en caja y las propias expectativas del más positivo de los gobernantes.
La sociedad se ha estado construyendo en la década de los 90, con mayor énfasis, a imagen y semejanza del mercado, y no como la piensan los ciudadanos, que huyen de la frenética contaminación social, del desempleo, falta de viviendas decorosas, servicios de salud inadecuados, educación obsoleta e insolidaridad colectiva.
El mundo cotidiano pareciera que escapó de la bola de cristal de monsieur Nostradamus, las pequeñas cosas de cada día, la hierba que pisamos sin el más mínimo dolor para nuestras suelas de zapatos y el gesto sencillo con nuestro prójimo y semejante, en la rueda simple del diario vivir.
Hasta Nostradamus se iría a otro planeta con sus profecías, si supiera que el emblema de nuestra época son las chucherías y no los sencillos guijarros que nos señalan el camino correcto y transparente de la naturaleza.
Pero pareciera que el profeta nos quisiera enseñar que sólo el borrón y cuenta nueva, es el único camino que nos queda en el torcido árbol humano, y que toda la tecnología e infraestructura creada por el hombre, se transforma en polvo ante la inexistente infraestructura moral.
Frivolidades y apropiación privada de los fondos públicos, corrupción y dádivas a los amigos, prebendas, gastos reservados, secretismo, poder y comercio de trastienda como el gran espectáculo en el escenario real, es lo que despide al siglo como una cola podrida del cometa Halley, siempre dispuesto a reaparecer.
Este menú de iniquidades ya no funciona. Se requiere de una relación transparente entre la sociedad civil y el Estado. Un gobierno que brinda servicios adecuados y oportunos a la gente, se legitima asimismo. Un poder responsable, es igualmente un sello de garantía para el éxito común.
No son recetas (ya no quedan) porque la agenda del desencanto ya tocó todas las puertas con el desempleo, marginación, burocracia, desigualdad, deuda externa, inseguridad social y la globalización de la creciente brecha entre ricos y pobres.
Vivimos tiempos de cambio, es cierto, donde nos movemos como la brisa de un vértigo mediático, y la revolución de las comunicaciones tienen la palabra escrita, y la imagen rondando otras galaxias.
La tecnología está cambiando el hábito de las personas en la era digital y el futuro cada vez más en una réplica inconfundible del presente, que como una ardilla fantasea frente a su fruto.
El presente está reflejado en los medios y ya existe una dictadura del dato. Vivimos una información superflua, inútil y farandulera. El hoy, fuera de contexto. Lo trivial como filosofía. El lugar común de la palabra muerta, como tarjeta de presentación. Una retórica apestosa.
El lector tiene la palabra.
La gobernabilidad, al parecer, estaba en la bola de cristal del astrólogo francés, que sigue aterrorizando al mundo con sus predicciones, que nos dejan en un callejón casi sin salida, a la vuelta de la esquina del siglo XXI.
Con los pies en la tierra, debieran estar, sin embargo nuestro gobernantes en América Latina, cuyo siglo de oportunidades expira en unos pocos meses, y el saldo es, de lo suyo, frustrante para las grandes mayorías.
En eso estamos todos "consensuados", sin necesidad de hacer un foro para el debate, la brecha entre ricos y pobres va desde el Río Grande a la Patagonia, y se amplía como la propia geografía de nuestro fascinante, exótico y salvaje paisaje, tan duro e inhóspito, a veces, como el propio mercado, cuya alma se la vendió al diablo hace mucho tiempo.
Si el siglo se mirara frente al espejo se despediría aterrado por su tránsito tan violento y el saldo que nos deja, de la mano del hombre, por supuesto, tropezando un millón de veces con la misma dura e inocente piedra.
El listado global de materias pendientes para el próximo milenio, es numeroso, como arduo de resolver, y algunos gobiernos no saben por dónde empezar, para afrontar con éxito este menú de necesidades que superan con creces los fondos que hay en caja y las propias expectativas del más positivo de los gobernantes.
La sociedad se ha estado construyendo en la década de los 90, con mayor énfasis, a imagen y semejanza del mercado, y no como la piensan los ciudadanos, que huyen de la frenética contaminación social, del desempleo, falta de viviendas decorosas, servicios de salud inadecuados, educación obsoleta e insolidaridad colectiva.
El mundo cotidiano pareciera que escapó de la bola de cristal de monsieur Nostradamus, las pequeñas cosas de cada día, la hierba que pisamos sin el más mínimo dolor para nuestras suelas de zapatos y el gesto sencillo con nuestro prójimo y semejante, en la rueda simple del diario vivir.
Hasta Nostradamus se iría a otro planeta con sus profecías, si supiera que el emblema de nuestra época son las chucherías y no los sencillos guijarros que nos señalan el camino correcto y transparente de la naturaleza.
Pero pareciera que el profeta nos quisiera enseñar que sólo el borrón y cuenta nueva, es el único camino que nos queda en el torcido árbol humano, y que toda la tecnología e infraestructura creada por el hombre, se transforma en polvo ante la inexistente infraestructura moral.
Frivolidades y apropiación privada de los fondos públicos, corrupción y dádivas a los amigos, prebendas, gastos reservados, secretismo, poder y comercio de trastienda como el gran espectáculo en el escenario real, es lo que despide al siglo como una cola podrida del cometa Halley, siempre dispuesto a reaparecer.
Este menú de iniquidades ya no funciona. Se requiere de una relación transparente entre la sociedad civil y el Estado. Un gobierno que brinda servicios adecuados y oportunos a la gente, se legitima asimismo. Un poder responsable, es igualmente un sello de garantía para el éxito común.
No son recetas (ya no quedan) porque la agenda del desencanto ya tocó todas las puertas con el desempleo, marginación, burocracia, desigualdad, deuda externa, inseguridad social y la globalización de la creciente brecha entre ricos y pobres.
Vivimos tiempos de cambio, es cierto, donde nos movemos como la brisa de un vértigo mediático, y la revolución de las comunicaciones tienen la palabra escrita, y la imagen rondando otras galaxias.
La tecnología está cambiando el hábito de las personas en la era digital y el futuro cada vez más en una réplica inconfundible del presente, que como una ardilla fantasea frente a su fruto.
El presente está reflejado en los medios y ya existe una dictadura del dato. Vivimos una información superflua, inútil y farandulera. El hoy, fuera de contexto. Lo trivial como filosofía. El lugar común de la palabra muerta, como tarjeta de presentación. Una retórica apestosa.
El lector tiene la palabra.
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