Panamá
¿POR QUÉ HAY QUE SENTIR DOLOR POR LOS PECADOS?
- Monseñor Rómulo Emiliani
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Y no podemos negar que somos parte de esta humanidad y todos hemos contribuido al desastre de un mundo donde todo está al revés de como Dios lo dispuso al principio de la creación.

Aclaro que una cosa es tener un sano sentimiento de culpa y otra es experimentar un crudo y torturante complejo de culpa. Como seres humanos cometemos errores, hacemos cosas mal hechas, dejamos de hacer lo bueno, y terminamos a veces hundidos en la maldad. No hay que ser que muy observantes de la realidad para darnos cuenta de que la historia de la humanidad es un reguero de sangre, y que estamos rodeados de injusticias, desgracias como el hambre y la corrupción, sufrimientos terribles como el maltrato infantil o la marginación y exclusión de millones de personas de los bienes de la creación. El mal se ha enseñoreado de la humanidad y hemos caído en idolatrías como la adoración del dinero, del poder, la fama, el propio ego, que siempre al final es despojar a Dios de su trono para que lo ocupen dioses falsos.
Y no podemos negar que somos parte de esta humanidad y todos hemos contribuido al desastre de un mundo donde todo está al revés de como Dios lo dispuso al principio de la creación. Y si repasamos nuestra vida hay mucho pecado de omisión, que consiste en dejar de hacer lo bueno en el momento en que debíamos haberlo hecho, y por lo tanto hay grandes vacíos de bien no hecho que nadie llenará. Y también hemos dejado heridas por nuestros golpes en otros y en nosotros mismos. Muchas no han cerrado. Por eso un examen de conciencia sincero me permite ver lo que soy, lo que hecho y lo que no. Y me hace tomar en cuenta del mal que hecho. Y eso es bueno, es sano, es necesario. Y debe llevarme a sentir dolor por eso, a arrepentirme del mal que hecho y buscar cambiar. El pedir perdón del mal hecho a Dios y a los que hemos ofendido es siempre necesario para sentirnos mejor.
Pero lo que es enfermizo, dañino y destructivo es cultivar un complejo de culpa, en el que me veo como un monstruo, como un ser que no tiene remedio, y cuyos pecados no pueden ser perdonados. Y por eso me castigo, me torturo día y noche, y lentamente me voy aniquilando. Me convierto en el acusador y juez implacable de mí mismo, y por lo tanto en mi peor enemigo. Eso no lo quiere Dios. El Señor es el Dios de la misericordia infinita y todo pecado siempre que uno se arrepienta y pida perdón será por El perdonado. Y si Él me perdona, yo también debo hacerlo conmigo mismo. Ese es el camino. Una cosa es un sano y necesario sentimiento de culpa, otra es el complejo de culpa, que es obra de Satanás en uno.
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