Panamá
¡Qué grande pecado!
- Monseñor Rómulo Emiliani Cmf.
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- opinión@epasa.com
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El pecado de omisión lo cometió el sacerdote judío de la parábola del buen samaritano al pasar de largo cuando estaba medio muerto su hermano de religión.

Claro que es un gran pecado robar, calumniar, matar, herir, promover injusticias, y otras acciones malignas. Todo esto es promovido por las tinieblas, y el mal uso de la libertad lleva al ser humano con el afán de codicia, venganza, envidia, odio, a realizar actos en verdad lamentables, bochornosos, degradantes y perniciosos. Pero hay un pecado que quizá pueda ser igualmente de grande que los anteriores y que no es muy conocido ni valorado. Es el pecado de omisión, que consiste en no hacer el bien en el momento en que había que hacerlo.
Es la realización de obras queridas por el Señor que tenían que haberse hecho en un momento determinado de la historia y no se hicieron. Es callar cuando había que profetizar. Es no dar de comer al próximo cuando había que hacerlo. Es no abrazar, apoyar, consolar, animar al deprimido, al que está hundido en sus pesares. Es no escuchar al angustiado cuando pidió que se le atendiera. Es no haberse unido a grupos solidarios que actuaban en favor de los más pobres cuando fue necesario. Es no haber sido un miembro activo de la Iglesia evangelizando cuando hay tanta gente que "andan como ovejas sin pastor".
Es no haber acudido a la Eucaristía con fervor y vivirla, sabiendo que Cristo está ahí presente en su alma, cuerpo, sangre y divinidad, o lo que es peor, despreciándola y dejar de asistir a la misa. Pecado de omisión consiste en no leer la Palabra de Dios con la frecuencia, devoción y concentración necesaria, cambiendo ese momento por cualquier baratela, banalidad del mundo, que no deja nada positivo. El pecado de omisión lo cometió el sacerdote judío de la parábola del buen samaritano al pasar de largo cuando estaba medio muerto su hermano de religión. Su excusa era que iba al templo y no tenía tiempo para atenderlo.
El pecado de omisión deja un vacío en la historia que nadie lo puede llenar. Provoca grandes catástrofes cuando se junta con el pecado de omisión de muchos, como por ejemplo cuando grupos racistas, fanáticos religiosos o nacionales, o movimientos económicos elitistas, destruyen comunidades o pueblos enteros, exterminándolos ante la mirada indiferente de muchos. Ese pecado de omisión de volver la mirada hacia otro lado, cuando el racismo blanco excluía a los negros de muchos de sus derechos en los Estados Unidos, o la Alemania de la "raza pura" mataba millones en los campos de concentración, o Stalin asesinaba sin misericordia a millones de rusos, o en nuestros países tercermundistas la corrupción y la injusticia estructurada excluye a millones de personas de los medios elementales de subsistencia, ese pecado es terrible. La indiferencia, el "no me importa", " es un pecado de omisión fatal, horroroso".
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