Replegando anclas Ibéricas
Cabe mencionar que, en la edad media, aquel que controlaba la entrada desde el Atlántico al mar Mediterráneo, controlaba los destinos del mundo conocido hasta esa época. De allí, del latín su nombre, Mediterráneo, significa "en medio de la tierra".
Replegando anclas Ibéricas
Las postrimerías de nuestro bogar transatlántico la semana pasada, posterior al zarpe desde Miami, escalas norteamericanas en la ciudad de Nueva York y Newport, Rhode Island; 3 escalas en las portuguesas islas Azores en el corazón del Atlántico y 3 escalas terminales en las islas Canarias, al oeste del africano desierto del Sáhara, se concentran en 5 muy disímiles parajes de la península ibérica.
Cabe mencionar que, en la edad media, aquel que controlaba la entrada desde el Atlántico al mar Mediterráneo, controlaba los destinos del mundo conocido hasta esa época. De allí, del latín su nombre, Mediterráneo, significa "en medio de la tierra".
Que les parece que los ingleses, perennes corsarios y aventureros anglosajones, hicieron de las suyas con el peñón de Gibraltar, estratégico puerto de entrada al Mediterráneo. El tratado de Utrech, pactado en 1713 posterior a la guerra de Sucesión Española, cede el cotizado liliputiense territorio de 7 kilómetros cuadrados a la corona inglesa. Sin llevarnos a engaños, los istmeños sobremanera distinguimos claramente que la importancia umbilical de un territorio no ha de juzgarse por su tamaño.
Allí iniciamos nuestro quijotear ibérico, haciendo honor a Londres, en jornada lluviosa acompañada de permanentes bajareques. Al igual que nuestra visita a Stanley, Islas Malvinas, el año antepasado, este territorio británico de ultramar, nos produce el sinsabor de la antigua Zona del Canal, tal vez con la única diferencia que por su proximidad geográfica a España y su enfoque comercial obliga el bilingüismo y la adopción de costumbres gastronómicas españolas como los bocadillos, emparedados de jamón ibérico, donde uno de los locales cercanos a la catedral de Santa María, jacta de ofertar los mejores bocadillos del mundo, y posterior a su paladeo, es muy posible estén en lo cierto.
Adentrándonos a la Costa del Sol, andaluza pionera del turismo español, que acoge más de 20 millones de pernoctaciones hoteleras anuales, nuestra primera escala fue en la icónica Marbella, a la par de Mónaco, Saint Tropez y Cannes, con su idílica marina de puerto Banús, quien acoge más de 5 millones de visitantes anuales, duplicando ampliamente al turismo istmeño. Entre jeques y patricios, se respira un aire de obscena abundancia, en un fascinante entorno de fantasía.
De allí al majestuoso puerto de Málaga, cuyos hijos predilectos incluyen a Pablo Picasso y Antonio Banderas, donde su aeropuerto, el tercero en volumen es España, posterior a Madrid y Barcelona, recibe más de 20 millones de pasajeros anuales, superando ampliamente a Tocumen, con la diferencia que su tráfico es mayoritariamente terminal y no en tránsito. Fundada por los Fenicios en el siglo VIII antes de Cristo, se respira una elegante historia, arquitectura romana, árabe y española, donde en su puerto resalta el recién inaugurado Cubo del Centro Pompidou, primer apéndice en ultramar del renombrado centro cultural de París.
Finaliza nuestro andar español en Cádiz, donde una escala más se trastorna en mágica gracias al donaire e hidalguía de nuestros finos anfitriones, la guapísima Mabel Sáez Garrido y el Adelantado, Don Jaime Ruiz Peña, bien amados faros de lujo, quienes con su exquisito musitar atiborran el alma de sapiencias repletas de indeleble afecto. Como el amor ataca por la boca, iniciamos nuestra gira con un desayuno andaluz en el Café de Ana, en la céntrica plaza de San Juan de Dios, rematando al final de la jornada con apetitoso ágape sobre la playa Santa María del Mar en el afamado Tirabuzón, cortejado de fino vino tinto Matarromera, denominación Ribera del Duero, crianza 2018. Todo aquello emparedado entre amplio caminar a lo largo de sus plazuelas, templos y museos, respirando un sin igual aire de grandeza histórica. ¡Olé!
Anclamos en Lisboa, capital de Portugal, sublime puerto de amarillentos tranvías que posterior a nuestro cuarto periplo, no deja de fascinar, ya ávidos de retomar el istmo cautivados con nuestro avispar.