¿Sabes perdonar?
- Mons. Rómulo Emiliani cmf.
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Cuando perdonas, te acercas y te pareces más a Cristo crucificado, que al acercarse a su muerte perdonó a sus asesinos porque no sabían lo que hacían. Y a Dios Padre que es misericordioso al extremo, como lo demuestra la parábola del hijo pródigo cuando perdonó al hijo que derrochó toda su fortuna. Dios es infinitamente misericordioso, y cuando perdonamos nos hacemos más misericordiosos y, por lo tanto, nos divinizamos más, nos hacemos más cercanos al Señor. Lógicamente, para perdonar de verdad necesitamos el auxilio divino, y para eso está la asistencia del Espíritu Santo. La fuerza y el poder que da el Espíritu, tercera persona de la Santísima Trinidad nos permite no solo perdonar, sino orar por la persona que nos ofendió y bendecirla, como nos lo pide Jesús. Es señal clara de que estamos en el camino de Cristo cuando somos capaces de perdonar.
Lógicamente, debes comprender y hasta sentir compasión por tu agresor, porque cuando actúa de manera negativa, destructora, ofensiva, o te arrebata algo que es tuyo, lo hace movido por sus enfermedades mentales, complejos, envidias, necesidades mal administradas, enfoque negativo de la vida, presiones sociales, en fin, por algo que trastorna su vida, su conducta. Los traumas influyen mucho. Los complejos y las emociones dañinas tienen mucho que ver en las conductas agresivas. El mal uso de la lengua, con la capacidad de dañar la fama, el buen nombre de una persona, por ejemplo, viene de personas acomplejadas, resentidas, envidiosas, que sacian su agresividad destilando veneno mortal sobre sus víctimas. Así creen que calman su voracidad cainita, sin saber que mientras no curen sus enfermedades mentales y emocionales, estarán toda su vida supurando odio en sus almas. Caín mata a su hermano Abel por pura envidia y odio.
En el proceso de perdonar debes identificar tu herida, procurar sanarla en lo posible. Para eso, la ayuda del psicólogo, del director espiritual, de tu comunidad de oración. Las personas que han vivido cerca de adictos por licor o drogas, por ejemplo, quedan a veces muy traumatizadas. Buscar personas capacitadas para escuchar y aconsejar, alivia el dolor y hace mucho bien. Desahogarse ante esas personas es sano. Hay que seguir el proceso del duelo. Saber que has perdido algo: tu paz, bienes económicos, salud, por la situación de convivir con un adicto. Aceptar eso y seguir adelante, porque la vida está por encima de todo, y las pérdidas todas pueden manejarse desde la fe, la oración, las terapias adecuadas y la realización de la misión que Dios nos ha encomendado. Siendo realistas, el perder es parte de la existencia humana.
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