Panamá
Sobre el estado actual de cosas en nuestra nación
La causa, entonces, no proviene de las condiciones naturales del país, que de por sí son más que privilegiadas, en comparación con las del resto de la región. Lo que nos sucede es un mal de tipo colectivo, como un complejo anímico o una mentalidad dada al conformismo.
- Arnulfo Arias O.
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- - Actualizado: 15/9/2022 - 12:00 am
Carlos Alberto Montaner, en una ocasión, se aventuró a dar su opinión sobre las causas primarias del estado de pobreza de Panamá; creo que, en gran medida, dio con el origen, que desde un perspectiva externa, y sin los prejuicios nuestros, pudo ver como evidente. La causa primordial no está en las condiciones físicas de nuestra nación; tenemos puertos naturales, una vocación logística evidente, condiciones climáticas envidiables, recursos hídricos en abundancia, potencial enorme para integración de la nación entera, atractivos turísticos de los más competitivos.
La causa, entonces, no proviene de las condiciones naturales del país, que de por sí son más que privilegiadas, en comparación con las del resto de la región. Lo que nos sucede es un mal de tipo colectivo, como un complejo anímico o una mentalidad dada al conformismo. Se nos ha condicionado, desde muy pequeños, a pensar que todo, hasta nuestras ideas, deben ser producto de la importación; a no valorar lo que podemos y a encumbrar lo que otros pueden; a preferir, sobre todo, la opinión ajena; a desplegar antagonismo hacia lo nuestro y aceptación ciega de lo extraño; a aquilatar tesoros culturales que no son fruto de nuestro propio suelo.
Es extraño como, en otros países, se comienza a condicionar el gusto nacional por platos locales, que pudieran ser poco apetecibles para el extranjero, pero que son muy apreciados para los que nacen y viven en esa región. Ese tipo de predilecciones tan sencillas, también son parte del emporio y la riqueza autóctona de una nación. Preferimos comer nuestros productos del campo condimentados en empaques plásticos del extranjero.
No se trata de dejar de un lado las lecciones, los ejemplos de progreso, las costumbres ejemplares de otros países y de otras regiones; sin embargo, no debemos asumir personalidades y modelos sin desarrollar primero nuestra propia identidad, sin haberla consolidado en piedra. En esta época globalizada, en la que la tendencia es claramente dada hacia la fragmentación de los nacionalismos, tenemos que pensar que, por lo menos nosotros, no estamos todavía preparados para ese enorme paso de desprendimiento y asimilación al mundo, porque quedaríamos formando en él solo una imprecisa parte, sin plantar la huella bien marcada; en otras palabras, seríamos absorbidos por completo.
Aunque parezca una idea alejada de la moda actual, debemos retomar lecciones de nacionalismo; pero sin antagonismos hacia lo extranjero. ¿Cómo podemos entender lo que hay afuera sin habernos entendidos a nosotros mismos todavía como nación? Hay mucho que consolidar, como sociedad, dentro de nuestras propias fronteras. El hombre panameño parece proyectarse como sombra imprecisa dentro de los muros de una caverna, identificándose con esa sombra vacilante y sin consciencia de ese cuerpo real que la proyecta.
Rastreando el hilo de oro de la propia historia, comenzaremos a entendernos más. La figura de la explotación política, de la creación de necesidades artificiales para esclavizar las masas, de la falta de preparación y educación del pueblo como la mejor forma de dominio, del desprecio hacia la miseria y las necesidades colectivas y masificadas, del egoísmo inherente al que se encumbra en nuestra sociedad, son factores todos que hemos heredado como formas y patrones aceptados, que se remontan a esos tiempos de la conquista y a nuestra formación primaria como consciencia nacional. Hemos aceptado, hemos sido conformistas, hemos adoptado los prejuicios más determinantes del estado actual y, a la luz de la complicidad de las velas votivas de una religión impuesta ya por varios siglos, hemos adoptado ese estado actual de cosas, en las que la conformidad, la aceptación sin rebeldía, el adormecimiento individual y la esperanza de un estado idílico de salvación "post mortem" nos ha de consolar supuestamente un día.
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