Viajes: El Tocayo Jaime
Viajes: El Tocayo Jaime
Pareciera que quisieron los astros que nuestra existencia se viese tatuada de constantes hormigueos a lo largo del planeta, alimentando aquel proverbio que "permanecer mucho tiempo en el mismo sitio oxida el alma". La peregrinación inició a los dos años cuando con ropajes de marinerito abordamos un navío en Balboa, Zona del Canal con rumbo a Buenaventura, el puerto más importante de Colombia, que dista a 114 kilómetros de Cali en el valle del Cauca colombiano en su costa Pacífica.
Los veranos de infancia en nuestra quinta familiar "La Garita" que data del decimonono en Chepo hace distantes lunas de mediados del siglo pasado, donde la trocha que comunicaba a Chepo con Tocumen constaba de una cubierta de piedritas y en ocasiones mi padre detenía el auto para cederle el paso a una deambulante boa en busca de una presa del otro lado de la vía, siendo la única comunicación entre el poblado y la ciudad capital la telegrafía, estrechando nuestra comunicación y respeto por la naturaleza, despertando en sus frescas madrugadas con el quiquiriquí de los gallitos y el aroma entremezclado de café y leña, tratando a personajes de todo nivel, color y origen, con plena admiración y respeto por sus relatos únicos sobre el quehacer de nuestro Macondo istmeño.
A la temprana edad de doce años, posterior a intimar la Babel de Hierro y visitar la feria mundial de Nueva York, nuestra madre Mercedes nos arrimó a Assumption Preparatory School, en la ciudad de Worcester, aledaña a Boston en Massachusetts donde cultivamos la lengua de Shakespeare con destreza y continuamos nuestro quijotear en el corazón de la nación norteña, desde temprana edad cultivando valernos por nuestra cuenta, visitando rincones recónditos de los estados que comprenden lo que ellos califican como Nueva Inglaterra.
A raíz de esa curiosidad innata, en décadas subsiguientes, sin laborar como camionero, hemos hecho antesala en 41 de los 50 estados de la nación norteña, cuando el gringo promedio visita 12 durante su vida. Y, si así Dios le permite, próximamente escalaremos la rúbrica de visitas al primer centenario de naciones en 6 continentes.
Sirve este aperitivo como preámbulo al tocayo, Don Jaime Ruiz Peña. En 2011 durante los almuerzos mensuales de APEDE, cuando figuraba como Director solía sentarme en la mesa de Prensa en vez de la mesa de la Directiva, porque me gustaba intimar con los representantes de medios de comunicación. A finales de julio al acercarme al salón VIP del aeropuerto de Tocumen me encontré con estas caras conocidas y de buen humor, jocosamente les solicité que no me tomaran fotos, informándome que su presencia en el predio se debía a la visita de Cristóbal Colón.
Le vi de lejos y sin pepitas en la lengua me acerqué para presentar mis respetos y desearle fructífera estancia istmeña. A su diestra se encontraba su teniente, mi tocayo. La amistad con Cristóbal y Jaime fue profunda e inmediata. Al próximo día me convidaron a cenar en el refectorio de las esclusas de Miraflores y la semana posterior les curse invitación para una conferencia en APEDE.
Jaime Ruiz Peña es todo un personaje: afable, multifacético, profundamente enamorado de su natal Extremadura, donde en cálidas noches veraniegas, en el teatro romano de Mérida, que el latín significa "morada de nobles" porta las túnicas del emperador Octavio Augusto en una representación de la época de su fundación en 25 a.C.
Su quijotear le ha llevado a cruzar el charco siendo el Istmo su segunda patria, donde fraguó pininos en turismo religioso en provincias centrales, entre otros, la supervisión de la remodelación de la catedral de Natá de los Caballeros y su contiguo parque de Santiago Apóstol. Profundo amigo, hermano del alma, excelso anfitrión, su relato alimenta el corazón cada vez que gozo del privilegio de verle.
Juntos hemos visitado las médulas ibéricas e istmeñas, donde portando su fino sombrero de La Pintada, ha fraguado intensa amistad con todo aquel que tropiece su camino. El hado dispone que le veamos en diciembre en Cádiz, para una interesante gira vinícola en Jerez de la Montaña en compañía de su hermosa esposa Mabel Saez Garrido. Enhorabuena, sin duda elevaremos copas con el noble vino tinto de su tierra. Habla del Silencio, cuyo nombre resulta una metáfora de nuestros sentimientos!