Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
En estos días oscuros, donde "pasa un hondo temblor por las vértebras enormes de los Andes", pues se oye el clamor de león desde los EE. UU., potentes y grandes; esos EE. UU. que bien caracterizara el gran bardo de la América Nuestra, Rubén Darío, en los versos que hoy cobijan mi austera prosa, los versos proféticos de su "Oda a Roosevelt". Los versos son nuevamente testimoniales y visionarios, como los de Homero, Dante, Shakespeare o Quevedo, lapidarios y terrígenos como los de Neruda del Canto General, o los de León Felipe y Miguel Hernández en las entrañas violentadas de la España de la Guerra Civil; o aún del propio Whitman o de Hugo, a los que alude y cita Darío en su Oda, y que son parte de esta meditaciones patrias a las que me entrego mirándome y doliéndome no solo de Panamá y Nuestra América, sino de Gaza y Siria, en esta hora de sombra, dolor y rabia.
No es Theodoro Roosevelt, ese soberbio y fuerte ejemplar de su raza, combinación de Alejandro y Nabucodonosor. Pero es un sucesor suyo en otros tiempos, en los que EE. UU. no son ya ese país donde se cree que la vida es incendio y el progreso erupción. No, no es Roosevelt -exponente del imperialismo como fase superior del capitalismo, con todas las virtudes que el propio Marx le reconoce al capitalismo decimonónico en el Manifiesto Comunista. No, no es Roosevelt, pero es su engendro en una nueva fase del propio capitalismo, el de casino y decadencia imperial, ya con todos los caracteres de los imperios decadente, con un Emperador al frente, más que un presidente, con un senado expresión viva de su plutocracia, tan diferentes de sus propios Padres Fundadores, de Washington, de Adams, o de Hamilton, de Jefferson y, menos de aún, de Paine y del ideario de "El Federalista". No, Trump no es Theodoro Rooslvelt, pero al igual que su predecesor cree que su patria es "la nación excepcional e imprescindible" y que ellos "poseen un destino manifiesto" dictado por Dios mismo para guiar el orbe, para mandar y sojuzgar. Trump hace suyo el programa de Monroe, y como escribe Darío respecto a Roosevelt, piensa, está íntimamente convencido que "donde pone la bala, el porvenir pone".
Como el bardo nicaragüense, en los días que Roosevelt "tomaba Panamá" (I took Panama, fanfarroneaba) y pisoteaba Cuba tras hundir las flotas del reino español en sus estertores, hoy como en 1904, miramos a los EE. UU. como los describía entre deslumbrado y temeroso el poeta: "Sois ricos. Juntáis el culto de Hércules al culto de Mamón", y alumbrando el camino "de la fácil conquista" su mendaz y precaria Libertad de hoy, levanta con debilitado brazo su antorcha desde la pesadilla neoyorquina.
Hoy solo las mentes cipayas creen aún que los EE. UU. son el modelo de la democracia, el modelo "del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo" como quería Abraham Lincoln. En un proceso que ya pergeñaba Tocqueville´ tempranamente, o describían J. Schumpeter y J.K. Galbraith, o el sagaz D. Eisenhower cuando advertía, que la plutocracia del complejo militar-industriales decir, hoy de la maquinaria del complejo tecnológico-militar y mediático, acabarían con el proyecto demo-liberal y en su lugar tendríamos un "Mundo Feliz" o una pesadilla autocrática orwelliana de 1984.
La IA y la neurociencia en manos de esos poderes de un puñado de multimillonarios, hacen temer el mundo de los alfa y los betas, y del control, no ya del panóptico, sino de la autocensura, y la enajenación. La sociedad del consumo -cada vez más precario para la inmensa mayoría, la exigua sociedad del bienestar para el 1% de la población mundial, la sociedad devoradora de hombres y Naturaleza, el capitalismo salvaje en su caracterización papal, son las notas de ese Orden unipolar que Trump cree poder restablecer a punta de aranceles, deportaciones, chantajes, mentiras, y el desconocimiento de los más elementales principios del Derecho Público Internacional: el derecho de autodeterminación de los pueblos y el de la igualdad jurídica de los Estados.
A Trump y a los engendros de Trump, a los neocolonizados líderes de las neocolonias occidentales de Europa y sus expresiones en estas tierras "nuestroamericanas", del Río Bravo hasta la Patagonia, les decimos que necesitarán ser "el riflero terrible y el fuerte cazador" para poner mantenernos en vuestras férreas garras". Desde tiempos de Cuauhtémoc sabemos "que no estamos en un lecho de rosas". Pues si "contáis con todo, falta una cosa: Dios." Dios. Dios. El verdadero Dios, que es Amor, compasión, misericordia, solidaridad y perdón. Dios que derriba a los poderosos y exalta a los humildes. El verdadero Dios, que vive en los menesterosos, en los pobres de la tierra y los que Dios propone liberación. Mientras los EE. UU. crean que Dios es el dinero y las armas, no será su evangelio sino el de los sepulcros blanqueados, Dios de muertos y no de vivos. Y la Vidal -luz, fuego, perfume y amor- acabará por imponerse. Lo creo con fe indefectible.