El caos y los libros
Vivir rodeado, asediado por los libros es una sensación de constante compañía. Mire donde mire allí están, mirándome ellos trabajar, llorar o reír, pelear o amar. Papá, vivimos en una biblioteca
El caos y los libros
Esta semana estoy siendo invadido por los libros. El caos que se ha instalada en mi rincón de escritura, en el sitio de mi recreo, en palabras de Antonio vega, me ha hecho merecedor de más de una cara de reproche de mi mujer, Marga Collazo, que me pone a raya cuando el caos se pasa de la raya.
A mi derecha se levanta, sólida torre de papel y letras, los libros que traje de Panamá, los comprados y los muchos obsequiados por los autores, amigos muchos y nuevos amigos otros. Pienso en los que no me llegaron, en los que no compré y suspiro aliviado porque estarían aquí, encaramados a esta torre que se ha caído ya dos veces por las danzarinas hijas que Dios me dio.
Justo al lado, otra torre de diversos autores crece y crece, Babel que será condenada a la caída como no deje de crecer. Si en la torre panameña están Osvaldo Reyes, Héctor Aquiles y Rose Marie Tapia, en la de al lado, están Doménico Chiappe, Graham Greene y las biografías de Dickens y Lampedusa. Los pasos de mi esposa crecen hacia mí mientras escribo y su mano en mi hombro anuncia lo inevitable: he traspasado la frontera y me he instalado en el caos.
En la mesa, robándome espacio, los diccionarios. El de la Real Academia, el de María Moliner y los de sinónimos y antónimos y los de términos literarios, todos ellos coronados por libros que mi buen amigo David Arroyo, grandísimo lector, me ha mandado de parte de sus autores. Sobre ellos, papeles, un tomo sobre Cortázar y un recorte sobre Bioy Casares que anda de centenario. Caos y polvo acumulándose.
Delante de la pantalla, una pequeña torre resta visibilidad a lo que escribo. Los muevo para ver: Marta Sanz, Miguel Ángel Andrades y Guadalupe Nettel. Unos dólares corretean por la mesa y la impresora, ladrona de espacio, choca a cada rato con el ratón. Sobre la susodicha impresora, otro montón de libros. En la cumbre, El hombre sentimental de Javier Marías. Debajo de él, una cajita roja con fotos de mi infancia. Caos y memoria, lecturas pospuestas, trabajos en marcha, ganas de leer que se interrumpen por llamadas, correos e hijas.
Vivir rodeado, asediado por los libros es una sensación de constante compañía. Mire donde mire allí están, mirándome ellos trabajar, llorar o reír, pelear o amar. Papá, vivimos en una biblioteca, decía mi hija mayor cuando era pequeña y a la misma conclusión llega su hermana, que se siente como en casa cuando va a cualquier librería o biblioteca. Aman lo que ven y ven libros y a sus padres frecuentarlos y ellas ya lo hacen por su cuenta. Por si a caso, al Marqués de Sade lo he puesto en las estanterías más altas, ya habrá tiempo para todo.
Guardar libros tiene esto, hay momentos en que llegan hasta ti, que se suben a la mesa, que te arrinconan para instarte a buscar el orden. Ese caos sabroso y doméstico que te levanta de la silla de trabajo para hacer que todo vuelva a sus cauces normales, que te empuja a volver a repasar los libros que deben quedarse y los que deben marchar. Benditas lecturas que olvidamos y benditas aquellas que no podemos olvidar. Libros y vida, memoria y olvido.