El clítoris de María Font
Nicanor Parra aconseja a los maridos que tomen cursos por correspondencia sobre los órganos genitales de la mujer.
El clítoris de María Font
En el documental 'Roberto Bolaño: el último maldito' que hizo Radio Televisión Española en 2010, Mario Vargas Llosa menciona a los agoreros que vaticinaban una literatura hispanoamericana que lo había dado todo y no produciría nada más de interés. Elogia entonces la prosa de Bolaño y pone de ejemplo las primeras cien páginas de 'Los detectives salvajes', que describen el México «bohemio, semirufianesco, marginal» de los años setenta y están escritas con magisterio. Vargas Llosa recuerda a Bolaño en «esos últimos años de agonía, escribiendo prácticamente con un pie en la tumba».
Entre las primeras cien páginas de 'Los detectives salvajes', hay un desenlace que se intuye y se desea. Es inminente que dos personajes van a tener sexo en cualquier momento. Juan García Madero, diecisiete años, aborta la carrera de leyes por el oficio más serio de escritor, descubre el mundo con los real visceralistas y se cuestiona con ingenuidad si es virgen o no. María Font, diecinueve años, de carácter fuerte, intimidante, escribe y pinta acuarelas, y ya perdió la virginidad.
En uno de los sermones del Cristo de Elqui, Nicanor Parra aconseja a los maridos que tomen cursos por correspondencia sobre los órganos genitales de la mujer, si es que no se atreven a hacerlo en persona. «Hay una gran ignorancia al respecto» –dice Parra—, y se mofa: «... se consideran con derecho a casarse / como si fueran expertos en la materia ...».
Treinta páginas después de que García Madero y María Font se conocen, de que hablen de las pintoras Leonora Carrington y Remedios Varo, del escritor Lautréamont y su 'Cantos de Maldoror', de la revista visceralista 'Lee Harvey Oswald', de Gertrude Stein y su compañera lésbica Alice B. Toklas, de Única Zurn, Marianne Moore, Joyce Mansour y Sor Juana Inés de la Cruz, ocurre lo esperado: «Me cogió la mano, seleccionó el índice y me lo guió alrededor de su clítoris».
Pere Gimferrer, el escritor catalán que «lo sabe todo y lo ha leído todo», rememora a un Roberto Bolaño cauteloso en su conversación, pero osado en la escritura: «María, menos recatada que yo, al cabo de poco comenzó a gemir y sus maniobras, inicialmente tímidas o mesuradas, fueron haciéndose más abiertas (no encuentro de momento otra palabra), guiando mi mano hacia los lugares que ésta, por ignorancia o por despreocupación, no llegaba. Así fue como supe, en menos de diez minutos, dónde estaba el clítoris de una mujer y cómo había que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre, eso sí, dentro de los límites de la dulzura, límites que María, por otra parte, transgredía constantemente, ...».