No dejemos que triunfe la maldad
Es cierto que el mundo ha cambiado y nuestro país también. La inocencia con la que la gente convivía es una quimera; ya no estamos ...
Es cierto que el mundo ha cambiado y nuestro país también. La inocencia con la que la gente convivía es una quimera; ya no estamos seguros en ningún lugar ni momento. Proporciones guardadas, la inseguridad es un problema en todos lados.
La seguridad personal es casi nula y la colectiva pende de un hilo las 24 horas del día, en todos los puntos cardinales del orbe. Irónicamente hay una indefensión colectiva. Y la culpa es de todos. Lo es, porque nos hemos dejado atrapar y vencer por la intolerancia religiosa, política e ideológica.
En plena era de las tecnologías de la información y comunicación, con tanto avance veloz, hay una parte de nuestro ser que parece haber quedado en las cavernas, en donde en principio se impuso la ley del más fuerte hasta que se llegó a la comprensión de que había que actuar en función del intercambio de conocimientos, bienes, servicios e información para lograr el progreso colectivo.
Lamentablemente, siempre ha habido una hendidura por la cual se cuelan quienes pretenden imponer su voluntad a sangre y fuego. Eventualmente, han sido neutralizados, pero la amenaza siempre está latente.
Así, cada cierto tiempo, la tranquilidad y la paz mundial se ven alterados como sucedió con los ataques vividos hace poco más de una semana en Francia y hace un par de días en Mali. Como consecuencia de ello sufrimos una tensión colectiva, lo que aparenta ser un triunfo de los disociadores y mensajeros de la muerte, cuyo radicalismo les impide visualizar otros métodos de convencimiento que no sean el lenguaje de las balas y el ruido mortuorio de las bombas.
En el ínterin, mueren personas inocentes que dejan cifras rojas a cuenta del revanchismo, el odio, la marginación, el racismo y la xenofobia. Así se va engrosando la espiral del resentimiento y, con ello, se agrava la crisis, se profundizan las heridas y se extienden las distancias entre gente que debiera estar comunicándose más.
A pesar de este triunfo de maldad -pírrico a todas luces- es una obligación de la humanidad y, sobre todo, de la mayoría que cree en la convivencia pacífica, tratar de seguir nuestras vidas construyendo consensos, hablando entre nosotros y tendiendo puentes para el tránsito de la paz y la tolerancia.
Es irracional que la religión, el petróleo y las ansias de dominación, tanto de un lado como del otro, nos estén esclavizando y conduciendo hacia el suicidio colectivo.