Tortuosa curiosidad mórbida
El ser humano es raro. Pero raro, raro, raro. Nos encanta refocilarnos en la miseria y la humillación ajenas. A mí no me convencen de que la crueldad no es innata. O poco menos. Por mucha investigación que demuestre que los niños pequeños son buenos por naturaleza (vuelta la burra al trigo con el mito del buen salvaje) a las pruebas me remito. Y las pruebas demuestran que, aún si fuera cierto que nacemos buenos, en muy poco tiempo sucumbimos a los bajos instintos instigados por el diablillo sentado en nuestro hombro izquierdo. Las risas provocadas por el humor zafio de algunos programas televisivos demuestran mi punto, con gente llorando de risa ante las miserias ajenas.
Los intentos de hacernos creer en los intereses elevados de la plebe son ridículos. Porque lo que atrae realmente la atención es la carnaza. La sanguaza corriendo bajo las uñas, el pensar: “si mi mujer es una mala arpía, me siento mejor viendo que la del presidente de Estados Unidos también lo es”. O: “mi esposo es un imbécil, pero mira lo que tuvo que hacer la pobre Michelle para defender lo suyo”.
A lo que voy, que me extraña que la gente se extrañe. Y que es extraño que los afectados aún se extrañen. Miren lo que está pasando en Francia. Un tipo con poder, una serie de mujeres atraídas por él como moscas a la miel. Lágrimas. Ataques de nervios. No solo un país, sino varios haciéndose eco de los líos de alcoba. Que si él la dejó por la otra, que si a la otra la dejó por ésta. Y los contertulios se dicen y se desdicen entre los que apoyan al amor ofendido y los que dicen que le está bien por perra. Y mientras tanto, él, impertérrito y con actitud desafiante. No sabemos qué pasa por su mente, pero es que en realidad no nos debería importar lo más mínimo. Porque los funcionarios son nuestros empleados, y a un jefe no le importa (ni debería importarle) con quien y cuando se acuesta, o no, su subordinado fuera de su jornada laboral. Y si tratásemos de meternos en su vida nos pararían los pies enseguida invocando sus derechos fundamentales. Entonces no nos debería importar lo que hacen nuestros presidentes con su tiempo libre y sus líos de alcoba. Porque los jefes somos nosotros (por si no se habían dado cuenta). Y siguiendo con la metáfora del trabajo, el único motivo que podrías tener para llamarle la atención a tu empleado es si su vida privada interfiera con sus obligaciones laborales: si el tipo se tira a la mujer en el cuarto de la limpieza o si le manda rosas a la otra con dineros de la empresa. Si no es el caso ninguna de esas relaciones debería acaparar ni un solo titular.
Pero no es así: noticias en primera plana, columnas de opinión. Sesudos especialistas discurseando sobre el hecho. Y yo que me pregunto, ¿realmente en el mundo no hay cosas más interesantes? Porque como disertación sobre la erótica del poder puede ser plausible, pero como titular es un tanto idiota. Y además, digo yo, en realidad deberíamos estar preocupados por cosas más importantes, como por ejemplo por las razones de las repetidas faltas de agua en Bethania, de los apagones reiterados, o exigiendo la mejora de la calidad de la enseñanza ¿No les parece? Vamos, digo yo. Y dejar las alcobas y sus miserias para los que en ellas se encierran cada noche.
Que bastante tenemos cada uno con nuestras propias vidas, y nuestras propias alcobas.