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Libertad de expresión / Sociedad / Vida

Librepensadores van a Lejano Oriente ruso

Publicado 2020/03/28 15:00:00
  • Andrew Higgins

“Aquí puedo ser mi propio dictador”, dijo Sergei Lunin, un crítico, describiendo sus planes para convertir la tierra, que el Estado ruso le regaló, en un refugio.

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El Lejano Oriente ruso es una gran extensión donde, como escribió Anton Chekhov, “la gente no teme hablar en voz alta”. Foto / Davide Monteleone para The New York Times.

El Lejano Oriente ruso es una gran extensión donde, como escribió Anton Chekhov, “la gente no teme hablar en voz alta”. Foto / Davide Monteleone para The New York Times.

NOVINKA, Rusia — Sergei Lunin, un crítico abierto del actual presidente de Rusia y de todos los líderes del Kremlin que vinieron antes, es un inconforme empedernido.

Pero mientras Lunin, un hombre pobre de 60 años, caminaba recientemente por una extensión de nieve virgen salpicada de abedules a 5 mil 600 kilómetros al este de Moscú, se regocijó ante la perspectiva de finalmente encontrar algo de satisfacción.

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“Aquí puedo ser mi propio dictador”, dijo Lunin, describiendo sus planes para convertir la tierra, que el Estado ruso le regaló, en un refugio de, bueno, el Estado ruso.

Cuando el presidente Vladimir V. Putin comenzó un programa hace cuatro años para repartir terrenos en áreas remotas del Lejano Oriente ruso, la idea era atraer a los colonos jóvenes y resistentes a la región vasta y escasamente poblada.

En lugar de eso, al menos en este territorio cerca de la frontera con China, el programa del Kremlin obtuvo a Lunin, un anarquista autodeclarado —aunque, insiste, “no un idiota que apoya la violencia”— y un tábano de toda la vida. Antes de anotarse como pionero para desarrollar su parcela de tierra vacía, editó un periódico ya desaparecido, Dissident, pasó un tiempo en una cárcel soviética acusado de “parasitismo” e hizo trabajo independiente como consultor político especializado en hacer desmanes.

Que alguien como Lunin quisiera unirse al programa de colonos del Kremlin —y haya sido aceptado— es una medida de cómo, en los rincones más remotos de Rusia, las rígidas barreras políticas que definen la política “con nosotros o contra nosotros” en el resto del país pueden disolverse rápidamente.

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El Lejano Oriente ruso siempre ha sido una tierra aparte. Esto es cierto no sólo por su distancia de la capital, sino también por su autoimagen como un refugio de libertad, un lugar de exilio y un imán para todo tipo de disidentes, idealistas y extraños.

El dramaturgo Anton Chekhov, escribiendo a su familia mientras viajaba en 1890 a la región, que entonces apenas se había incorporado enteramente al imperio ruso, se maravilló ante lo diferente que era el territorio de su hogar muy en el oeste.

“Aquí la gente no teme hablar en voz alta”, escribió. “No hay nadie para arrestarlos aquí y ningún lugar a dónde exiliarlos. Puedes ser tan liberal como quieras “.

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Hoy, hay muchas personas disponibles para realizar arrestos. El departamento de una habitación en la capital regional de Blagoveshchensk que Lunin comparte con su esposa, cuatro gatos, tres perros, dos ratones y un conejo se encuentra del otro lado de la calle de un complejo del Servicio Federal de Seguridad, o FSB, la encarnación post-soviética de la KGB.

Pero el Lejano Oriente ruso, con sus vastas vistas abiertas y su impresionante belleza natural, a menudo tolera e incluso nutre espíritus librepensadores y contrarios.

Alentar a esos espíritus no era el objetivo de Putin cuando el Kremlin se embarcó en su programa de Hectáreas en el Lejano Oriente, que ofrece a cada voluntario una hectárea. El esfuerzo busca principalmente rescatar al área de décadas de una población menguante y el malestar económico.

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El Lejano Oriente representa el 41 por ciento del territorio de Rusia, pero tiene sólo 6.2 millones de habitantes, menos del 5 por ciento de su población.

Más de 78 mil rusos han aceptado la oferta de tierras gratis hasta ahora. Pero muchos son locales que sólo quieren construir una casa de campo.

Con un salario mensual de 7 mil rublos, alrededor de 106 dólares, de su trabajo en Blagoveshchensk como técnico, Lunin se las arregla con el apoyo de su esposa, Alyona, quien tiene un trabajo mejor remunerado en un instituto médico. Pero aún no tienen dinero suficiente para lo que necesitan para desarrollar sus tierras.

A menos que haga algo pronto, las autoridades pueden quitarle la propiedad. Para demostrar que está progresando, Lunin planea construir una pequeña choza una vez que la nieve se derrita este año para refugiarse y, espera, mantener alejados a los codiciosos funcionarios.

Describiéndose a sí mismo como optimista a pesar de su visión crítica de Rusia, dijo que hace mucho tiempo aprendió a nunca perder la esperanza.

“Fui libre bajo Brezhnev y soy libre bajo Putin”, dijo. “Soy libre por dentro”.

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