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Viven la distancia social en un volcán remoto

“El asentamiento más aislado del mundo de Edimburgo de los Siete Mares”, se lee en el sitio web de la isla, “lejos de la multitud enloquecedora”.

Andy Isaacson - Actualizado:

Las primeras casas de la isla fueron hechas con madera de deriva. Hoy llegan barcos varias veces al año. Foto / Andy Isaacson para The New York Times.

Con restricciones de viaje vigentes en el mundo, The New York Times ha empleado fotoperiodistas para ayudar a transportar a los lectores a algunos de los lugares más bellos e intrigantes del orbe. Ésta es una misiva de la serie.

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La isla volcánica de 10 por 10 kilómetros de Tristán de Acuña (la principal isla de un archipiélago que lleva el mismo nombre) se ubica en las remotas aguas del Atlántico Sur, prácticamente equidistante de Sudáfrica y Brasil, y a unos 2 mil 400 kilómetros de su vecino más cercano, la isla de Santa Elena. Sólo se puede llegar en barco, un viaje que dura alrededor de una semana.

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Tristán, como se le conoce, es parte de un territorio británico en ultramar, actualmente hogar de unos 250 ciudadanos británicos cuya diversa ascendencia —compuesta por soldados escoceses, marineros holandeses, náufragos italianos y un ballenero estadounidense— llegó por primera vez hace unos 200 años. Viven en “el asentamiento más aislado del mundo de Edimburgo de los Siete Mares”, se lee en el sitio web de la isla, “lejos de la multitud enloquecedora”.

Una noche del 2009 busqué en Google “¿cuál es la isla habitada más remota del mundo?” y apareció Tristán. Yo tenía algunas preguntas. ¿Cómo se siente vivir tan lejos de la multitud enloquecedora? ¿Cómo llegas allí?

La logística involucraba solicitar la aprobación del consejo de la isla y reservar un pasaje desde ciudad del Cabo en un barco de abastecimiento polar sudafricano, uno de los pocos viajes programados con regularidad hacia y desde Tristán cada año.

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A primera vista, la isla —una masa de rocas en forma de cono que se eleva a más de 2 mil metros de altura— parece como un iceberg solo y a la deriva. Increíblemente, debajo de las imponentes laderas de un volcán activo, un grupo de estructuras con techos de lámina roja y azul ocupa una estrecha meseta de hierba con vista al mar: el asentamiento de Edimburgo de los Siete Mares.

“La gente nos imagina vistiendo faldas de hierba”, me dijo Iris Green, directora de correos de Tristán en ese entonces, después de que llegué.

Descubierta en 1506 por el explorador portugués Tristão da Cunha, la isla fue reclamada en 1816 por los británicos, que establecieron una guarnición allí para asegurarse de que no sería utilizada como base para rescatar a Napoleón, encarcelado en Santa Elena.

En 1817, la guarnición fue retirada, pero un cabo llamado William Glass y sus asociados se quedaron. Importaron esposas, construyeron casas y botes con madera arrastrada por las corrientes y redactaron una constitución decretando una nueva comunidad basada en la igualdad y la cooperación. Con los años, los isleños asimilaron a náufragos y desertores de diversas nacionalidades.

El espíritu colectivo que sostuvo a la isla durante años de aislamiento casi total aún existe.

“Los tristanianos harán negocios con el mundo; entendemos que es importante estar en el mundo si quieres algo de él”, explicó Conrad Glass, entonces el isleño en jefe. “Pero el mundo puede quedarse con sus bombas y la gripe aviar. Todo lo que tenemos aquí está bajo nuestro control”.

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Tristán tiene poco que ofrecer a los visitantes. Un folleto turístico incluye actividades como el golf y una caminata de todo el día hasta el pico Queen Mary’s Peak. Los sábados, el centro recreativo, Prince Philip Hall, cobra vida para un baile, mientras que al lado, el Albatross es el lugar para tomar una cerveza y aprender algo del dialecto tristaniano.

Pasé un mes en Tristán. Hubo cumpleaños y bautizos. Salí a la mar con pescadores para atrapar langostas, la principal exportación de la isla. Recorrí el único camino de Tristán hasta un mosaico de parcelas de papa con vista al mar.

Recientemente, me puse en contacto con James Glass, el actual isleño en jefe de Tristán (y primo segundo de Conrad). No hay casos de COVID-19 hasta la fecha, escribió. Se prohibió el desembarco de todos los cruceros y buques de carga. Hay muchas papas en el suelo y langostas en el mar.

“Todo lo que tenemos para nuestra protección es nuestro aislamiento y nuestra fe”, escribió Glass.

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