Epicentro
El político canino (del ensayo la fauna política)
La sociedad puede vivir sin el político canino, cargado de intensiones personales disfrazadas, pero el político canino no puede vivir sin la sociedad, en la que se ha cincelado únicamente una necesidad artificial.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 20/5/2020 - 12:00 am
Canis familiaris es el nombre pomposo con que la ciencia ha clasificado al perro doméstico, que se estima ha acompañado al ser humano desde tiempos milenarios y ha logrado colocarse alto en la cadena de selección natural, artificialmente apoyado por el hombre.
En tiempos de carencia, el perro ha sufrido la carencia y en tiempos de abundancia, el perro también ha gozado de abundancia.
En una relación simbiótica que tiene pocos paralelos, el perro ha dependido más del hombre que cualquier otra especie animal.
Pero hay algo más siniestro en medio de esa convivencia casi natural, y es la manera en la que la inteligencia genética del perro ha cobrado vida propia en beneficio de la propagación de su especie.
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Ningún otro animal se ha adentrado tanto en nuestra visión emocional del mundo.
No solo depende de nosotros, sino que también nosotros dependemos de él algunas veces, como el mejor psicólogo pasivo del enfermo emocional, por su silencio, por su fidelidad, por su paciencia sin medida y porque no guarda nunca los rencores en su corazón canino.
Inclusive podría decirse que aspiramos a adoptar nosotros mismos esas virtudes imaginarias que hoy le atribuimos a nuestras mascotas.
Pero volviendo, entonces, a la parte oscura de la relación doméstica, en la que el canis familiris se ha convertido en una especie parasitaria del hombre no solo en el aspecto biológico, sino también emocional, el perro ha sabido cosechar la mejor parte de esa dependencia, para logar así con éxito una selección artificial, y no por medio de una selección natural como aquella propuesta por Darwin; el sabio estudioso allí se equivocó.
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El animal doméstico se ha colocado, a puro esfuerzo de su inteligencia genética, en el sitial más alto de las prioridades de muchas culturas, y ya no se le ve como una propiedad privada, ni como un lujo, sino como una rama de la vida con derechos propios, de los que se priva a la mayoría de la otra fauna, ya sea domesticada o no.
El ascenso del perro en la pirámide de la civilización va atado a una cadena que, aunque el hombre cree que ha sido una herramienta para dominar, en realidad ha sido una herramienta para dominarlo a él, y que ha servido a esa especie para ascender hacia las cumbres mismas de la modernidad.
Ese tipo de ascensos, algo parasitarios en su naturaleza, e impulsados no tanto por el individuo, sino por una capacidad genética que se asegura vida propia, parece encontrar su paralelo en la política.
El perro ha mitigado su violencia natural hasta tal punto que se convierte hoy en una carga voluntariamente consentida por el hombre, logrando así un impulso cuántico en materia de la selección natural.
Lo mismo ha logrado hacer alguna especie de político, saltándose tal vez las miles de generaciones y de adaptaciones por los que sí tuvo que pasar el animal doméstico.
Por otro lado, ese político canino, ha sabido disfrazar aún más ese camino de su agresividad y lo disfraza a diario con una palma abierta, dispuesta a ayudar supuestamente al ser humano, cuando en realidad sabe utilizarla bien para aferrarse a la emotividad del elector.
Ascienden a la cumbre como si fueran el colesterol, adherido a las arterias más profundas de los sentimientos colectivos.
Se disfraza, se mimetiza, y logra colocarse así en la cumbre de las necesidades más artificiales de la propia humanidad, a tal punto que ya consideramos esa especie de políticos como elemento indispensable de la sociedad. Pero la realidad es otra.
La sociedad puede vivir sin el político canino, cargado de intensiones personales disfrazadas, pero el político canino no puede vivir sin la sociedad, en la que se ha cincelado únicamente una necesidad artificial.
En el fondo sabemos que nos mienten, pero la habilidad genética aprendida de su hermano conductual cercano lo hace prosperar y ser un verdadero éxito en las urnas, en las que depositamos la confianza que a diario nos traicionan.
Lo peor, y la verdad indiscutible, es seguirán logrando ese alto éxito en la selección de las especies de la fauna política, porque han logrado aprovechar la fuente misma de las emociones de la humanidad y, como a la mascota más malcriada de la casa, siempre se le perdonarán sus travesuras.
Abogado
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