Panamá
Humo entre tornados
Aquellas ideas perdidas son a las que más valor les damos porque no las poseemos, aunque no sepamos verlo. Anhelamos aquello que no tenemos, aunque sea tan efímero como una conversación entre neuronas.
- Alonso Correa
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- - Actualizado: 04/5/2022 - 12:01 am
¿A dónde van las ideas pérdidas?, ¿dónde está el cementerio en el que se recluyen los pensamientos olvidados?, ¿se desvanecen acaso entre los matorrales de la consciencia o se refugiarán detrás de las que sí han logrado conseguir la atención de nuestro cerebro? ¿Por qué es tan complicado recuperar un recuerdo, una reflexión o una creencia pasajera? ¿Quién es el responsable que decide qué se queda impreso en la retina de la memoria y qué se pierde para siempre en el frío infierno de la amnesia?
Aquellas ideas perdidas son a las que más valor les damos porque no las poseemos, aunque no sepamos verlo. Anhelamos aquello que no tenemos, aunque sea tan efímero como una conversación entre neuronas. Nos entristece haber desatendido esa oportunidad para crear un nuevo universo dentro de nuestra cabeza. Porque cada pensamiento, cada idea es como una flor que nace en una ventisca, en el frío de la intemperie y requiere del cuidado para que el brote nazca y dé frutos. Sin esa atención, lo que estaba creando nuestro subconsciente desaparece en el fino aire de un torbellino de ideas. Como un escudo de humo contra un tornado de fuego.
Pero el estilo de este mundo nos impide poder centrarnos en todo lo que ocurre en el fondo de nuestro cerebro. Estamos acostumbrados ya a la vida acelerada y anodina. Fría y distante. Estamos envueltos en la adrenalina que nos inhibe de poder descubrir y preocuparnos por los fuegos artificiales que ocurren dentro de nosotros cada segundo. Ya no nos sorprende cuando algo que nos interesa abandona las murallas de nuestra percepción. Nos hemos vuelto insensibles al efecto umbral. No ejercitamos nuestra fortaleza psíquica para recordar qué era eso por lo que entramos a una habitación, por lo que salimos a la calle, por lo que abrimos una aplicación; dependemos de alarmas, aplicaciones y vibraciones que resguardan la responsabilidad por nosotros.
Estamos en un limbo entre el olvido constante y el recuerdo inmortal. Somos capaces de encontrar las más extrañas fábulas de nuestras hazañas terrenales, las más profundas reflexiones que nos han brindado los más brillantes pensadores o las más impresionantes creaciones bajo el peso de un pulgar. Tenemos esa certeza dada por sentado, sabemos, ahora más que nunca, que nunca nos hará falta la información y eso ha cercenado el poder de nuestra memoria y ha creado un ciclo que sigue alimentando la necesidad de depender, cada vez más, de las herramientas que nos rodean. Hemos creado la tormenta perfecta para no ser nosotros los dueños de nuestra propia consciencia.
Vivimos rodeados del olvido, encadenados a un pasado que ya no existe, ¿cómo creemos que podremos discernir el futuro que viene hacia nosotros como un tren sin conductor? Porque esa es la razón por la que hemos desarrollado la capacidad de tener recuerdos. Poder echar un vistazo a los minutos pasados y revisar los segundos que hemos vivido es poder descubrir qué nos espera en los que tenemos enfrente. Estamos corriendo de cabeza y a lo loco contra un muro de ladrillos. Estamos ciegos ante la niebla del mañana y la única forma de poder determinar las formas que se esconden delante es con la luz del espejo del pasado. Porque tal y como lo comprendían los nasa, el futuro queda hacia atrás. Estamos de espaldas al mañana.
Y mientras sigamos con este vaivén en el que nos encontramos, mientras mantengamos la certeza de no tener que recordar, mientras mantengamos la costumbre de alimentar al tornado que se traga a las ideas, seremos dependientes de las muletas digitales y de la nueva y mejorada biblioteca de Alejandría virtual, atrofiando el músculo encerrado en nuestro cráneo.
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