Panamá
Jesucristo vive y para siempre
Él es la vida plena, sin imperfecciones propias de lo finito. Está resucitado, por lo que no hay en él ninguna limitación propia nuestra.
- Monseñor Rómulo Emiliani cmf
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- - Actualizado: 22/1/2024 - 12:00 am
Jesús vive eternamente, porque vino del Padre como segunda persona de la Santísima Trinidad, se encarnó, y aunque murió fue resucitado y no muere más. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. En él no hay caducidad, no hay término, no hay final, sino vida eterna. Él rompió las cadenas de la muerte. Vive para siempre.
Él es la vida plena, sin imperfecciones propias de lo finito. Está resucitado, por lo que no hay en él ninguna limitación propia nuestra. Todo lo sabe, todo lo puede, nadie ni nada puede apresarlo, detenerlo, hacerle daño.
No hay en él lágrimas ni dolor. No hay hambre ni cansancio. Todo eso lo vivió en la tierra como nosotros. Pero lo que él está viviendo ahora es un anuncio de lo que viviremos nosotros, claro, en la realidad humana nuestra limitada en poder, conocimiento, y en total dependencia de Dios. Seguiremos en el cielo siendo creaturas, pero participando de la gloria divina, extasiados, siempre contemplando el misterio divino, siempre nuevo, sorprendente, único, y que viene de Dios, cuya fuente es divina, no nuestra. Seguiremos siempre dependiendo de Dios. En todo. Allá en el cielo no habrá indicio de soberbia, de orgullo, porque sabremos quienes somos, quien es Dios, y al contemplar su grandeza infinita la humildad más grande brotará de nosotros.
Y la gran noticia es que nadie nos podrá arrebatar la dicha, el alegría tan enorme, tan bella, tan única de estar con Dios, de vivir en él, de experimentar una felicidad plena, siempre nueva, intensa, un goce eterno. Será para siempre, sin que nada ni nadie nos pueda interrumpir esa plenitud de gozo. Al haber acumulado tesoros en el cielo, como dice la Palabra, donde ni el comején, ni los ladrones, ni creatura alguna, ni suceso triste, ni acontecimiento ruin, nada podrá separarnos del amor de Dios, veremos nuestros sufrimientos humanos como algo insignificante ante la vida eterna.
Allí sí sabremos lo que es la felicidad plena, lo que siempre han soñado, añorado los seres humanos, y que han manifestado en las creencias de muchas religiones, en los mitos, en el arte, la música, en la poesía, en la filosofía. Siempre el ser humano ha deseado la vida eterna, y querer perdurar para siempre, y cuando no acepta la fe en Dios, quiere hacerlo en obras que permanezcan, como construcciones, ideologías, o hechos que sean narrados por mucho tiempo. Es el ansía de
permanecer para siempre. Pues esas ansias el Señor nos las sacia con la resurrección de Cristo y con la nuestra. Gracias a la muerte redentora de Cristo, se nos abren las puertas del cielo y se nos garantiza la vida eterna por pura misericordia divina. Esa es la gran noticia.
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