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No claudiques nunca
Ser fiel así es cosa de valientes, de personas seducidas, enamoradas de un ideal más grande que ellos mismos. Es cosa de personas que han descubierto que ese ideal, causa, personas concretas, es lo suficientemente valioso como para entregar y dar la vida por eso. Este tipo de personas viven siempre en un nivel más profundo su existencia.
- Rómulo Emiliani
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- - Publicado: 02/10/2021 - 12:00 am
Uno de los rasgos fundamentales de la gente auténtica es el de la fidelidad. Ser fiel a las causas que uno defiende, a las personas que uno ama, a los principios que son fundamentales, al Dios bueno y santo que nos dio la vida y una misión que cumplir.
La fidelidad va a implicar conexión vital con lo que uno ha puesto por encima de cualquier cosa terrena, egoísta y excluyente. A los valores supremos, a las personas que ha prometido amar y servir, a las causas que hagan del mundo un lugar más habitable, más humano, más solidario. La fidelidad es el timbre que sella todo amor de verdad. Es el que es garantía de que uno ama y de manera real.
Ser fiel así es cosa de valientes, de personas seducidas, enamoradas de un ideal más grande que ellos mismos. Es cosa de personas que han descubierto que ese ideal, causa, personas concretas, es lo suficientemente valioso como para entregar y dar la vida por eso. Este tipo de personas viven siempre en un nivel más profundo su existencia.
Hay algo por dentro que los anima y los impulsa a hacer cosas extraordinarias por aquello que creen es la razón de su vida.
Lo vemos en los grandes santos, realizando acciones heroicas por amor; sacrificios, desvelos, inclusive la inmolación de sus vidas como mártires o consumiéndose lentamente en su trabajo diario, fatigado y difícil. Eso lo vemos en los que han trabajado en hospitales para tuberculosos, sida, covid, manicomios, leprosorios, cárceles, misiones.
Un caso en extremo interesante es el de San Juan de Dios, que se entregó totalmente a la causa de la atención de mendigos, enfermos terminales de toda clase, creando su hospital en Granada. El mismo iba pidiendo por las casas todos los días alimentos para sus enfermos.
Recogía la leña para cocinar y calentar la casa. Se le veía por las calles cargando en sus espaldas enfermos graves para el hospital. El mismo los curaba de sus infecciones, llagas muchas veces putrefactas, los bañaba, los ayudaba a bien morir.
En Granada, al principio, la gente lo llamaba "el loco". A veces le tiraban piedras. Los mismos enfermos que él curaba, en ocasiones, lo insultaban y agredían. Sobre todo los enfermos mentales. Pero Juan de Dios nunca claudicó.
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Esa es una constante en los grandes hombres y mujeres. Nunca claudicar, por más que las circunstancias sean adversas. Seguir adelante llevando la cruz de cada día. Siendo fieles a la causa emprendida.
Pase lo que pase. La fidelidad es el sello claro y verdadero del amor. Y el amor es lo que salvará al mundo. Recordemos que Dios es amor.
Monseñor.
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