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Política exterior de Clinton: "la ceremonia de la confusión"

MEREDITH SERRACIN - Publicado:
Durante una reciente reunión con el presidente William J.

Clinton en la Casa Blanca, el primer ministro italiano, Massimo D"Alema, se expresó preocupado de que un ataque aéreo de la OTAN contra Yugoslavia conllevaba el riesgo de ampliar la crisis de los Balcanes en vez de resolverla.

¿Que haría Estados Unidos, -preguntó el ministro-, si el presidente yugoslavo Slobodan Milosevic insiste en incrementar las hostilidades contra la minoría albanesa de Kosovo?Según fuentes diplomáticas italianas, Clinton se sorprendió ante esta obvia pregunta de "¿y después, qué?".

En vez de responder, la refirió a su asesor en asuntos de seguridad nacional, Samuel "Sandy" R.

Berger.

Tras un breve momento de reflexión, Berger dijo "continuaremos el bombardeo".

La conversación, que sacó a relucir la trágica dinámica que movió la guerra de Vietnam, tuvo lugar el 4 de marzo, semanas antes del inicio del bombardeo, según Michael Dobbs, el corresponsal diplomático de The Washington Post.

La anécdota, sin embargo, es un ejemplo más de lo que los críticos de Clinton consideran es la "incomprensión", "indecisión" y falta de una atención sostenida hacia la política exterior del mandatario, aunque en el plano de la política nacional éste ha demostrado poseer una consumada habilidad y, más que nada, un gran encanto en el trato de las personas, ya sea a nivel personal o ante grandes concentraciones populares.

Ciertamente el problema del papel de Washington en el panorama mundial tras el fin de la guerra fría no comenzó con Clinton.

Según los críticos, desde que cayó el muro de Berlín como símbolo del colapso del imperio soviético, pareciera que llevó consigo la coherencia de la política de Occidente cuyo principal objetivo era derrotar al comunismo internacional y asegurar el próximo siglo para la democracia representativa y el libre mercado.

Sin enemigo pareciera que Washington no logra formular una política, otra que una serie de improvisaciones, es la conclusión que sacan muchos observadores extranjeros.

Durante los últimos meses, la irritación y la inquietud comenzaron a eclipsar los sentimientos de admiración entre los aliados más cercanos de los Estados Unidos en Europa, Asia y América Latina.

Si comenzando con la presidencia de George Bush el gobierno de Estados Unidos se proclamó la "primera potencia del mundo", Clinton y Madeleine Albright, su Leporello de la política exterior, fueron aún más lejos adjudicándose el poco elegante título de "país indispensable".

A lo largo y a lo ancho de las cancillerías del hemisferio, así como de Europa, cunde el convencimiento de que la acumulación de tanta influencia política, económica y cultural por parte de este país está engendrando una soberbia no sólo desagradable sino potencialmente peligrosa.

"En la historia moderna, nunca un país ejerció mayor predominio sobre la Tierra como el que ejercen hoy los Estados Unidos", señaló la revista alemana Der Spiegel.

"Hoy los Estados Unidos son el Schwarzenegger de la política internacional: el país que hace de su fuerza, obstruye e intimida".

Otro tipo de crítica proviene de veteranos del juego internacional como el ex-secretario de Estado Henry Kissinger, un severo crítico de la política exterior del binomio Clinton-Albright, que expresan abiertamente dudas de que a estas alturas y con el liderazgo político actual que Estados Unidos tenga capacidad para liderar el mundo.

Tras haber luchado infructuosamente contra la ampliación de la OTAN que propugnan Clinton y Albright, Kissinger argumenta de que poco se puede esperar de un gobierno sin "una definida política global" a la vez que se desespera por la "profunda ignorancia" que los legisladores de Washington tienen sobre asuntos internacionales.

Kissinger, quien fue el principal piloto de la política exterior estadounidense durante los gobiernos republicanos de los presidentes Nixon y Ford, no está solo en criticar a la estrategia internacional del gobierno de Clinton.

Thierry de Montbrial, director del Instituto de Relaciones Internacionales de Francia, señaló que París estaba dispuesto a captar el liderazgo de los Estados Unidos, pero que le preocupaba hacia dónde esa supremacía estaba llevando al resto del mundo.

"Hoy los Estados Unidos tienen las llaves del desarrollo de las relaciones internacionales", advirtió.

"Ahora la cuestión fundamental es si los Estados Unidos no van a caer en la tentación de abusar de su posición predominante por medio de lo que se conoce como el unilateralismo norteamericano".

No obstante, según sus críticos, lo que más caracteriza la política exterior de Clinton es que solo sabe reaccionar a situaciones cuando llegan a un punto crítico y Washington se ve forzado a actuar.

Con demasiada frecuencia el curso adoptado es producto de improvisación.

Si existiera una visión más amplia del mundo, una comprensión más profunda de la historia y del papel de Washington en esta coyuntura, tendríamos una "doctrina Clinton" que pueda proveer un marco teórico para acompañar el papel de liderazgo implícito para la potencia "indispensable", pero esto en ningún momento se ha dado.

El estilo pragmático que el mandatario estadounidense exhibe en su política exterior también tiene su sentido así como sus adeptos.

Jurek Martin, un veterano periodista inglés quien durante tres décadas encabezó la oficina del Financial Times en Washington, señala que tras la Guerra Fría, "la política exterior se hace de día a día porque cada día puede traer una nueva sorpresa".

A pesar de todas las críticas, señala Martin, escribiendo en The Washington Monthly, la política exterior de Clinton se ha apuntado una serie de éxitos, como los procesos de paz en Irlanda del Norte, el penosamente lento acercamiento de Israel y los palestinos y el ensanchamiento de la OTAN sin crear serias rupturas con Rusia.

Entonces para algunos académicos, al igual que para los asesores de Clinton, la improvisación, la confusión, no son defectos o un resultante de lo imprevisto, son los ingredientes de un estilo.

El ensayista político y crítico teatral, Eduardo Haro Tecgglen, recientemente recordó la afortunada frase de Arrabal que quizás mejor apunta a la esencia de la política exterior de Clinton: "la ceremonia de la confusión".

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