Epicentro
Sobre el cincel del destino
Se nace, se come, se reproduce y se deja de existir, como cualquier organismo. Pero para vivir, para crecer, hay que estar prestos a tomar la propia iniciativa, ir en contra de corrientes, escalar las cimas por las que otros se desploman, agotados y vencidos.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 16/11/2021 - 12:00 am
“Como hueso cortado, como cuerno pulido, como jade labrado, como piedra molida”.
Confucio
Cayó sonoro, metálico, como golpe frío de campanilla en bronce, casi hiriendo agudamente aquel atento oído; era el cincel del destino, que se había resbalado de las manos de su escultor inconsciente, porque también era la propia estatua que se hacía a sí misma.
El golpe del cincel, que había dado forma al monumento crudo desde la cabeza, y que, a mitad del cuerpo, todavía seguía en su forma original, endurecida y poco elástica. En una pieza magistral de escultura denominada “El Aprendiz”, Rodin parece congelar el tiempo de esa misma imagen, para la posteridad.
¿Cómo aprende el individuo, sino a través del duro golpe y del crecimiento que expande dolorosamente las raíces mismas de su vida? Ni siquiera la estatua más acabada podría olvidarse que fue mármol transformado, y que sigue siendo mármol en su esencia básica; solo pasa de lo crudo hacia lo terminado, si es que hay algo terminado en esta vida.
Así es el hombre. Al nacer, tiene dos caminos; puede dejarse abandonado a la moción transformadora de los elementos, que pueden transformar y erosionar sin esculpir, o puede continuar con su transformación propia, pero solo a golpe de cincel, acelerando grandemente el tiempo de su crecimiento y desarrollo.
Cientos de millones de personas prefieren dejarse llevar. Eso resulta placentero, al fin. Se nace, se come, se reproduce y se deja de existir, como cualquier organismo. Pero para vivir, para crecer, hay que estar prestos a tomar la propia iniciativa, ir en contra de corrientes, escalar las cimas por las que otros se desploman, agotados y vencidos.
No hay punto medio. Al final, ni la ciencia ni la fe podrán colarle al individuo convicciones acertadas de existencia más allá de este proceso natural del que todo ser viviente es parte. Por eso, el tiempo de tu vida, no de tu existencia, solo lo puedes marcar con tu reloj; comenzando bien por no perderlo.
No es que cuando nace el individuo vive más, sino más bien que viene con ese accesorio de cilindro giratorio al que se da cuerda dentro de las cajas de música. Así también el tiempo de la melodía mecánica del hombre está determinado ya desde el momento de su alumbramiento; no quiere eso decir que por la propia mano no se pueda acelerar ese proceso, hasta concluirlo rápidamente por la autodestrucción.
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Pero, excepciones dejadas a un lado, la vida biológica del hombre está marcada como cinta en rollo, y nada más que el largo y contenido de ese rollo se podrá extender. Por eso, la administración de nuestro tiempo es parte de ese golpe de cincel tan doloroso que nos forma y desarrolla.
Sacrificar el lente del placer por el de la razón; dedicarse a una tarea definida sin desviarse del propósito inicial; dedicarle tiempo a los demás consumiendo el tiempo propio; tomar decisiones que son hijas acabadas de meditación en vez de abortos muy tempranos del impulso. Todo eso es crecimiento, pero a costa de dolor y sacrificio; a costa de dilatar compensaciones inmediatas, muchas veces.
Opinión
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Por eso, el camino del hombre tiene dos sendas; una que lleva a la vida verdadera y plena y otra en que se caminará descalzo, como animal, dejándose llevar por la existencia. De nosotros, y solo de nosotros, depende cual de aquellas sendas queremos transitar; ser una pieza de mármol crudo, inentendible y sin acabar, o ser la creación acabada de su propio crecimiento y desarrollo personal.
Abogado.
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