Sobre el optimismo de la humanidad ante las desgracias
...la resiliencia natural del hombre ha de superar estos estragos momentáneos de pandemia y que el optimismo irracional y clásico del hombre, que hace que regrese a levantarse nuevamente, prevalecerá por siempre.
Un temor que queda casi impreso en el genoma humano de las generaciones venideras que ven cómo sucumben por los miles los seres más queridos y las personas con las que antes frecuentaban. Foto: EFE.
Labrador, una región ubicada en la costa atlántica de Canadá, sigue siendo un área, aún con medios de transporte moderno, ciertamente muy remota.
Así, cuando en 1918 llegaron al mundo noticias de casos de contagio de la "Gripe Española", a la altura de esas remotas e inaccesibles latitudes, fue grande la sorpresa y fuente de temor.
Un área con costas pobladas en su cercanía por témpanos de hielo gigantescos que se desplazan libre y lentamente en medio de mares embravecidos y de muy difícil navegación; una región donde para ese entonces no existían vías de comunicación entre sus propias poblaciones, ni trenes; donde no se conocía siquiera el caballo como medio de transporte….
Sin emigración ni inmigración conocida desde o hasta lugares donde ya existía la pandemia, ¿cómo era posible que el virus se hubiera desplazado hasta ese sitio, con más velocidad que los medios de transporte y comunicación conocidos hasta entones?
La región de Labrador no contaba, en 1918, con ningún tipo de hospital, ni médicos, ni asistencia de salud de ninguna naturaleza, por lo que llegaban a tierras civilizadas reportes muy creíbles de poblaciones enteras donde no habría quedado un solo ser vivo; de cadáveres dispersos y sin enterrar que eran ahora el alimento de los perros desnutridos y sin atención alguna de sus amos muertos.
Las noticias tan horrendas y macabras de esas poblaciones tan lejanas, no podían dejar de hacer impacto en todo aquel que, hasta entonces, pensaba que la reclusión y el aislamiento serían los medios más seguros de salvarse.
Si aquellas pobres víctimas habían sufrido los estragos de la enfermedad, aún siendo los reclusos de la propia geografía y de la naturaleza, sin contacto alguno con personas contagiadas, ¿qué sería de las grandes poblaciones, que cubrían sus bocas y narices con un trapo escaso, o se refugiaban tras los muros tan delgados de sus casas, fuera de los cuales morían por cientos sus vecinos? A pesar de todo, y de todas esas desventajas, la población de labrador pudo sobreponerse a los estragos y a la muerte.
Sin duda debe haber estudios, y bastante serios, sobre los estragos físicos y materiales que dejó atrás la Gripe Española, con una estimación que gira en el umbral de 100 millones de víctimas totales y 500 millones de casos confirmados, entre 1918 y 1920.
Pero, ¿qué se ha escrito sobre los aspectos psicológicos y los cientos de millones de víctimas colaterales que sufrieron los estragos indirectos relacionados con el miedo, que se difundió más rápido que la pandemia y, tal vez, dejó de ser tratado?
Un temor que queda casi impreso en el genoma humano de las generaciones venideras que ven cómo sucumben por los miles los seres más queridos y las personas con las que antes frecuentaban diariamente.
Ese temor debe ser también tratado, como un aspecto prioritario de la sanación del mundo actual; y eso se logra reforzando y recordando la manera en que, como humanidad, hemos superado la devastación más apremiante en el pasado.
Afortunadamente, el ser humano cuenta con unos mecanismos de defensa tan potentes y tan elaborados, que pudo incluso superar muy bien el cúmulo de más de 200 millones de personas fallecidas que, además de las pandemias, fueron el producto artificial de los conflictos bélicos devastadores ese siglo XX.
Pensemos que la resiliencia natural del hombre ha de superar estos estragos momentáneos de pandemia y que el optimismo irracional y clásico del hombre, que hace que regrese a levantarse nuevamente sobre los escombros de sus hogares devastados por los terremotos, erupciones y todo tipo de devastaciones naturales, prevalecerá por siempre como aquello que nos hace ser más grande que nuestras desgracias y que el mundo seguirá girando con la carga tan preciada de la humanidad sobre sus hombros, sin haberla sacudido de ella todavía.
Abogado