Epicentro
Sobre el peligro de quedarse rezagados como sociedad
Como sociedad, no podemos ya seguir pensando con el intestino. El mundo ha avanzado a pasos agigantados, pero destructores. Necesitamos integrarnos, de manera definitiva, a la realidad global que nos rodea, o quedarnos rezagados tristemente en la ignorancia de lo que sucede a nuestro alrededor.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 19/10/2021 - 12:00 am
“…nunca ha estado menos segura la supervivencia de la especie”. Mario Vargas Llosa
Vivimos hoy en lo que han llamado los científicos la era antropogénica. El impacto del ser humano sobre la Tierra y todos seres vivos que conviven en ella ha sido devastador. De esos escasos diez millones de ancestros que teníamos como especie en el 10,000 a.C., en el inicio de la era agrícola, hemos tenido un crecimiento exponencial como especie, llegando ya al billón a principios del siglo XIX y a la cifra astronómica de enjambre de 7 billones hoy en día. Mientras que la población mundial de insectos ha caído en un 50%, y podría extinguirse por completo en menos de un siglo, la nuestra se incrementa como por efecto de una levadura misteriosa.
Las visiones futuristas y oscuras de un mundo completamente distinto al que conocimos, dejó de ser la fantasía arraigada que se hacía camino hasta la industria cinematográfica. No necesitamos ya estar sentados en una butaca de cine para ver, sentir y respirar la realidad de que estamos en presencia de una erosión real de la vida misma del planeta, por la mano del hombre.
Nuestra masificación ha dado inicio a ese conteo regresivo de la especie y de la civilización, que con ella está arrastrando el resto de la vida frágil del planeta. No se necesitan ya profetas que alucinan con lo que ha de ser.
Los océanos del mundo reciben, en promedio, 200 kilogramos de plástico por segundo; desde la cuna del año 1900 hasta la fecha se han perdido 420 millones de hectáreas de bosques en el mundo; la destrucción de los bosques “ha liberado 2.64 mil millones de toneladas de carbono, una cantidad equivalente a las emisiones anuales de 570 millones de automóviles”, según Rhett A Butler; las abejas, y el resto de los insectos, parecen caminar el pasillo oscuro de condena que lleva hacia la silla de extinción, en la que el propio ser humano tocará el botón final, por el uso y el abuso de los pesticidas y el calentamiento global…. ¿Seguimos o mejor cubrimos nuestros ojos hacia una realidad que ya no solo se avecina, sino que está aquí para quedarse, para seguir al ser humano como una sombra inevitable que se arrastra como compañera de la especie?
Mientras nuestra nación vive todavía atrapada en la frivolidad política pueblerina, que equivale hoy a la vida rupestre de caverna, el mundo conocido sufre y se deshoja de manera apresurada. La globalización de la conciencia, como única esperanza de supervivencia; el bautismo colectivo de la ciencia, como la forma más segura de encontrar remedio para la enfermedad global que como especie bacteriana hemos creado; la inquietud hacia el futuro próximo del mundo, parecen todas estar ausentes en nuestra sociedad, a pesar de que el impacto de la onda piroplástica de la extinción masiva sobrevendrá a todos por igual.
¿Dónde guardarán los industriales indiscriminados su riqueza?; ¿acaso vale en algo el peso del oro fuera de la gravedad segura que nos brinda generosamente nuestra atmósfera?; ¿de qué o para quién ha de servir acaso la justicia humana sin un mundo donde se pueda tan siquiera concebir?
En vez de avanzar a causas y objetivos superiores, para el mundo y por el mundo, nuestra sociedad cortoplacista parece custodiar el fuego atávico del cazador recolector, que atesoraba como el oro alguna yesca humeante para transportar así, de algún lugar a otro, calor, comida y seguridad.
Como sociedad, no podemos ya seguir pensando con el intestino. El mundo ha avanzado a pasos agigantados, pero destructores. Necesitamos integrarnos, de manera definitiva, a la realidad global que nos rodea, o quedarnos rezagados tristemente en la ignorancia de lo que sucede a nuestro alrededor.
Abogado.
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