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Sobre el ritmo acelerado de extinción global

Mientras la especie humana crece de manera casi exponencial (7.8 billones), la fauna decrece a un ritmo casi irreversible. Estamos, pues, ante un escenario de extinción masiva que, como una cuerda atada en el tobillo y la otra en una enorme piedra de molino, nos arrastra a todos por igual.

Arnulfo Arias O. - Publicado:

Procuremos, por lo menos, detener la contaminación de nuestro propio entorno, de nuestra bahía, que recibe en forma anual una cantidad devastadora de descarga de basura que ronda en las 175,000 toneladas. Foto: EFE.

Al ritmo que vamos, con la extinción de unas 150 especies diarias de animales, llegará probablemente el día en el que la única fauna que verá nuestra progenie será tal vez aquella que ha logrado alguna adaptación a la estructura de hormigón y de concreto armado, que lo va cubriendo consumiendo todo en la naturaleza.

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Mientras la especie humana crece de manera casi exponencial (7.8 billones), la fauna decrece a un ritmo casi irreversible. Estamos, pues, ante un escenario de extinción masiva que, como una cuerda atada en el tobillo y la otra en una enorme piedra de molino, nos arrastra a todos por igual.

Vivimos en la era antropogénica; es decir, la era del impacto del hombre sobre la Tierra, tan devastador como el impacto de cualquier cometa o asteroide en el pasado. Pero no se trata aquí de tirarle piedra a la cristalería y salir después huyendo.

¿Qué podemos hacer por mejorar lo que, en apariencia, resulta inevitable? Tal vez debemos comenzar por adquirir conciencia de la no-existencia que se precipita para el hombre. ¿Por qué preocuparnos, nosotros, en la vida actual, por esos “mitos” de extinción que siempre fueron y que siempre han sido? Porque ahora, más que nunca, cobran realidad palpable en nuestro mundo.

Muchos ignoran que el calentamiento global ya no es un mito, y que si el planeta aumenta en pocos grados, podría haber consecuencias muy devastadoras para la humanidad y para la vida sobre la Tierra.

Muchos ignoran que el cambio climático, con esas megatormentas que han avasallado nuestras geografías en los últimos años, fue ya vaticinado y fue previsto desde mediados del siglo XIX. Muchos no saben que la capa de ozono fue casi devastada por el hombre desde la década de los años de 1960 y que, gracias a un esfuerzo global por la erradicación de los clorofluorocarbonos (moléculas inertes creadas artificialmente para propósitos industriales, espumas de afeitar, aerosoles, etc.), hoy puede usted y puedo yo salir al aire libre sin carbonizarnos.

Hemos estado, pues, al borde de ese peligroso precipicio como humanidad. El mayor peligro, entonces, podría ser la ignorancia de estas realidades y de lo crucial que resulta la concientización de cada uno de nosotros desde la más temprana edad.

¿De qué sirve preocuparnos por cosas de menor calibre, como el curso de la economía global en 100 años, cuando para entonces podría no haber economía? Se debe dar la prioridad del caso a lo que hoy sucede.

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Para muchos, víctimas sin duda de la falta de conocimiento, la culpa solo radica en las naciones industrializadas; pero antes de mirar la brusca en el ojo ajeno, saquemos la viga del nuestro. Todo esfuerzo colectivo vale en esta iniciativa por concientizar al mundo entero.

Procuremos, por lo menos, detener la contaminación de nuestro propio entorno, de nuestra bahía, que recibe en forma anual una cantidad devastadora de descarga de basura que ronda en las 175,000 toneladas.

Sin tomar conciencia del problema, no podemos pensar en una solución. Es un tema de dar inicio a los pequeños pasos. Demos prioridad a los problemas más abarcadores. Ese complejo de ciudad galvanizada de cristal debe cesar de una vez por todas en nuestra sociedad.

Vivimos en un entorno crítico, en el que la pobreza y la necesidad es rampante, en el que la falta de previsión futura es evidente, en el que la educación es poca y es inerte ante los grandes retos que se avecinan para nuestra humanidad entera, sin escapatoria posible de las consecuencias que tienen ya un impacto global.

Tenemos dos opciones: o hacemos caso omiso a la extinción masiva que estamos viendo suceder ante los propios ojos nuestros y que incluye incluso a los insectos que fueron huéspedes del mundo mucho antes que nosotros; o cobramos la conciencia de la realidad que vive el mundo entero y ponemos nuestro grano de arena para luchar contra lo que pareciera inevitable ya.

Abogado.

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