Epicentro
Sobre el tiempo de la selva
Nuestras selvas son, en fin, un templo en el que cada cosa tiene su lugar y su balance; en el que la armonía de la creación, que también mueve el universo, se viene y se devela en todo su esplendor, en lo pequeño y en lo grande, en lo que nunca empieza ni termina.
- Arnulfo Arias O.
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- - Publicado: 18/5/2021 - 12:00 am
“…mi mansión será la casa del Señor por largo, largo tiempo”.
Salmo 23
Hay un largo, largo tiempo, destilado milenariamente en nuestras selvas; un tiempo tan remoto que precede mucho al hombre y a su huella pasajera en esta esfera azul. Son pocos los lugares en el mundo donde el ferrete ignominioso del humano no ha marcado ya la madre tierra, reclamando como suyo lo que nunca lo será.
Comenzamos, por alguna razón, a tener la idea errada de que ese cemento que rodea nuestras ciudades, o ese asfalto hecho para conveniencia del andar humano, siempre ha estado allí omnipresente.
Pero en la selva, sin embargo, no se hace visible ya la obra del humano, sino solo aquella pincelada lenta y verde que nos traza el mundo natural. Todo allí se mueve y cobra vida. Hasta el aire tamizado por vapores verdes luminosos parece que se eleva suave y vivo hasta una cúspide alfombrada por el verde.
Cada ser parece funcionar en armonía, y hasta la oxidación de masas vegetales que parecen estar muertas cobran vida entrelazada con todo lo que está en constante crecimiento siempre. El canto de las aves reverbera en las paredes invisibles y frondosas, que atenúan la luz del sol en los colores más diversos que se puedan ver.
Nada allí es hostil en sí, sino solo tal vez el hombre y su presencia, en aquellos casos en que se hace irrespetuosa, irreverente. En la medida en que se hermana el individuo con el bosque, va perdiendo el miedo natural, para reemplazarlo siempre por la admiración callada y silenciosa, de aquella que se vive dentro de los templos.
Nuestras selvas son, en fin, un templo en el que cada cosa tiene su lugar y su balance; en el que la armonía de la creación, que también mueve el universo, se viene y se devela en todo su esplendor, en lo pequeño y en lo grande, en lo que nunca empieza ni termina.
Mucho, más educación, podrían tener los hombres en esas casas de conocimiento natural de nuestras selvas, donde cada ser viviente y organismo tienen su lección que darnos. Cada árbol que se esfuerza por llegar en un esfuerzo propio hasta la cumbre, para propiciarse luz, nos brinda una lección invalorable del emprendimiento natural, que es parte diaria de la vida misma en esas selvas nuestras.
Nada hace allí despliegue de egoísmo por sí solo, sino que se encadena en su destino propio con aquel de los demás. ¿Qué lecciones podrían ser más provechosas para el hombre que aquellas que deriva de ese entorno natural?
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Uno tiende a despreciar lo más cercano, atribuyéndole un valor acrisolado a aquello que se encuentra lejos. Tal vez sea hora ya de comprender, de estudiar y respetar ese tesoro de la vida que se encuentra en esas pocas selvas vivas que nos quedan.
Ni la biblioteca aquella de la gran Alejandría, incinerada y consumida por el fuego de los tiempos, guardaría siquiera una fracción del vasto emporio de conocimiento que duerme allí, en ese suelo tapizado por la vida de la selva; la mansión y casa más genuina y más perfecta del Señor.
Abogado.
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