Panamá
Sobre lo valioso del momento
- Arnulfo Arias Olivares
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- opinion@epasa.com
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El punto principal es que el llamado de lo inevitable que nos hace gravitar insospechablemente cerca de lo que debe ser un día.

Probablemente, cuando le toque a usted esa partida sin retorno ni equipaje, que es el sello inevitable de todo lo que nace, se encontrará en medio de alguna actividad de esas que podría considerar ahora como insignificante; ya sea tomándose un café, conduciendo hacia su casa, escuchando el noticiero…en fin.
Al menos que sea un escalador profesional, que en cada paso expone deliberadamente su existencia, o un buzo de profundidad, o miembro de los selectos grupos de actividades altamente peligrosas, la verdad es que no podrá escoger usted a voluntad el momento más probable de irse. Solamente ocurrirá. Casi todos tenemos esa inclinación inconsciente de predilección hacia un suicidio lento por encima de la muerte natural; lo digo porque consumimos muy gustosamente todo aquello que nos mata lentamente, como la azúcar refinada, que se catalogaría como un veneno comercializado, o vivimos vidas sedentarias, a tal punto que se debilitan nuestros órganos por una falta de movilidad y de oxigenación, al confinarlos en ambientes encerrados cuando deberían airearse en los lugares sanos que la naturaleza nos regala.
Sin embargo, el punto principal es que el llamado de lo inevitable que nos hace gravitar insospechablemente cerca de lo que debe ser un día. Eso nos debería hacer reflexionar sobre el hecho de que, estadísticamente, estaremos embarcados en las cosas simples de la vida, en las que menos valoramos, pero precisamente en lo que podría ser el momento más importante más de la vida, que es cuando debemos entregarla. Es en ese momento en el que los momentos insignificantes cobran la significancia que merecen.
Me gustaría atender las enseñanzas de Séneca, que nos dice que tenemos el temor de sufrir la muerte un día, pero que no realizamos que gran parte de ella nos ha ocurrido ya, entrelazada en los momentos que quedaron atrapados en las fibras del pasado. Debemos valorar, entonces, cada segundo de cada minuto, porque lo importante no es ver momentos de manera aislada, sino como como una sumatoria, al fin, y como una sinfonía de vida; entonces cada uno de esos momentos cobraría más importancia y más valoración. Ya somos 8 billones de cuerpos que existimos, pero cuántos de esos cuerpos tienen alma en realidad, si vemos cómo van consumiéndose a sí mismos y consumiendo, a paso agigantado, la madera de la vida; existiendo sin vivir, apresurando el paso de lo inevitable que queda sepultado al fin bajo la tierra en un silencio que no escucha nada.
No solemos empujar los horizontes de la vida para expandirlos, sino más bien para reducirlos, sin darnos cuenta, porque practicamos el consumo inconsciente e indiscriminado de las cosas, entre las cuales queda en términos genéricos lo más valioso que tenemos, que es el tiempo.
Cuando estamos con la familia, todavía portamos la loncheara del trabajo en nuestra mente; y cuando estamos en el trabajo, acariciamos la nostalgia el hogar. Las delicias de la presencia se saborean mejor en los delirios de la ausencia, dijo un gran sabio griego; pero cuando lo dijo, probablemente estaba ya cargado de sus años, sufriendo de nostalgia edificada por los años, rumiando los delites ya lejanos de su juventud. La vida plena, la que no consume, sino que genera movimiento y hace combustión canalizada y útil, está en vivir en cada fibra del momento, sin dejar que nuestra mente se pierda y se divague en otras cosas, que no están presentes. De esa manera cumpliremos el precepto de bíblico expresado por el Nuevo Testamento, montando siempre guardia en la vigilia, mientras llega el dueño de la casa en medio de la noche, a quien solo reconoceremos solamente cuando inevitablemente llega.
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