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Vendí mi automóvil

Este es el relato de una joven,... moradora de la ciudad de Seattle, amistosa al peatón, a las bicicletas y el transporte masivo, quien conserva el sueño de viajar a Islandia para conocer sus gélidos parajes y decide vender su carro para sufragar el viaje.

Jaime Figueroa Navarro | opinion@epasa.com | - Publicado:

Vendí mi automóvil

Todos tenemos sueños. Muchos jamás los realizamos. Posterior a nuestro capítulo de aprendizaje formal ingresamos a la fuerza laboral, creamos familias, de paso endeudándonos hasta decir no más, para jubilarnos y pasar los últimos años en una mecedora, fraguando aún más sueños que nunca cristalizarán, ya sea por limitaciones físicas o porque lo poco que tenemos lo derretimos en medicamentos y facultativos, amainando el dolor de la inevitable muerte. Este es el relato de una joven, cuya identidad desconocemos, pero que podría ser cualquiera de nosotros. La revista Forbes nos obsequia en su más reciente edición la crónica de esta Dulcinea, moradora de la ciudad de Seattle, amistosa al peatón, a las bicicletas y el transporte masivo, quien conserva el sueño de viajar a Islandia para conocer sus gélidos parajes y decide vender su carro para sufragar el viaje.

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Aquí la clave no solamente es el sueño, sino cómo le solventamos. Con la realidad de un panorama desolador en las horas pico, el Panamá del siglo XXI se transforma, como muchas orbes mundiales, en el Apocalipsis bíblico, castigo de Dios por nuestros pecados, repetido desasosiego cotidiano que martilla nuestra tranquilidad, elevando la presión arterial colectiva. El mejor burgomaestre capitalino será aquel que le metamorfosee a Seattle, eliminando la pavorosa angustia de nuestro diario fraguar para que más Dulcineas y Quijotes vendan sus automóviles y realicen sus ilusiones. Y es que, durante nuestra vida, esa experiencia que se va en un tris, compramos cosas, o adquirimos bienes, vanidosas chucherías o bien podemos dedicar esos limitados recursos, en fraguar experiencias, en viajar, en conocer las diferencias que nos unen.

El curso más popular en la historia de la Universidad de Harvard, titulado Psicología Positiva 1504, dictado por el brillante profesor Tal Ben-Shahar, trata sobre los aspectos anímicos de la realización y florecimiento de la vida, enseñándonos empatía, amistad, amor, resultados, creatividad, espiritualidad, felicidad y humor. La pregunta es ¿por qué los destacados estudiantes de la universidad más prestigiosa optan por tomar este curso electivo? La respuesta nos lleva a la venta del automóvil de nuestra inédita amiga para forjar un sueño. Desprenderse de bienes para adquirir experiencias.

Mientras algunos neciamente predican que la vida se apaga a los 30, muchos jóvenes 10 años menores, a falta de ilusiones, ya se asfixiaron para siempre mientras otros pimpollos de 80 y más florecen en el gozo del cántico de gorriones al amanecer. La productividad física, el cenit del atleta, empieza a decaer durante la tercera década, pero Thomas Alva Edison nos obsequió su última patente a los 82 años, y Frank Gehry a sus 88 continúa gestando arquitectónicos arcoíris alrededor del planeta.

Indistintamente de los años, siempre aquellos que vendan su automóvil para coquetear sueños serán sujetos de primicias, objetos de admiración y de esa envidia de la buena. Conocer distantes parajes es ampliar nuestros horizontes. En nuestro diminuto Istmo, siempre formulo la pregunta durante mis conferencias a curiosos estudiantes universitarios de Turismo, ¿cuántos han visitado el Darién, la más grande y hermosa de nuestras provincias? Contadas manos se elevan. En 2013, relato, con seis décadas a espaldas, para celebrar los 500 años del descubrimiento del Mar del Sur, lideré la primera expedición de empresarios en escalar el cerro Pechito Parao en el corazón del Darién, para que nadie me eche el cuento, para observar lo que Balboa avistó, la majestuosidad del Mar del Sur sobre el espejo del golfo de San Miguel. Aquellos minutos sobre su cima preñaron mi nacionalismo al palpitar mi corazón una experiencia única, como aquella de la Dulcinea al vender su automóvil para quijotear Islandia.

Líder empresarial.

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