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Migrantes en Panamá en su regreso hacia Suramérica: «Aquí nos frena el mar y el dinero»

Son migrantes tratando de retornar a los países de donde salieron hacia los Estados Unidos. Ante la falta de dinero aguardan en Miramar, provincia de Colón.

Moncho Torres / Miramar, Colón / Panamá / EFE - Actualizado:

La venezolana Marielbis Eloina Campos, de 33 años, jugando con sus hijos, en el pueblo pesquero de Miramar en el Caribe panameño. EFE/ Moncho Torres

Intentaron alcanzar Estados Unidos, pero la llegada de Donald Trump al poder ha empujado a miles de migrantes de regreso a Suramérica, un trayecto que en Panamá choca con la barrera de la selva del Darién y el alto costo de proseguir en una embarcación por el Caribe: «Aquí nos frena el mar y el dinero».

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En el pequeño pueblo costero de Miramar, en el Caribe panameño, varias decenas de migrantes, sobre todo venezolanos, esperan una oportunidad para poder seguir su camino hacia el sur. 

Las lanchas privadas hasta la frontera con Colombia son muy caras, así que la alternativa es un barco humanitario como el que proporcionaron hace unas semanas las autoridades de Panamá para que un centenar de ellos pudieran continuar su ruta.

«Aquí nos frena el mar y el dinero, porque si fuera carretera ya nosotros estuviéramos quizás en Colombia (…) El costar 260 dólares no es fácil. Y tener que pagar dos y tres pasajes tampoco. Por lo menos en mi posición a mí me toca pagar tres pasajes, ¿de dónde saco 600, 700 dólares? Es imposible», explica la venezolana Marielbis Eloina Campos, de 33 años, tras una semana de espera en Miramar.

A Campos la acompañan sus cuatro hijos de siete, cuatro, tres y un año, nadie más.

Partió de Brasil a finales de 2023, embarazada del más pequeño, en su ruta hacia Estados Unidos. Con sus tres hijos cruzó sola la selva del Darién, a uno lo cargaba «montado en la mochila», los otros dos caminaban. Tardó seis días en atravesarla, uno de los niños casi se le ahoga al cruzar un río.

La madre lamenta que sus hijos hayan tenido que ser testigos de «las experiencias malucas que le pasan a uno en el camino», pero por fortuna en la selva no les sucedió nada, porque allí vieron muertos y a una compañera de viaje le violaron la niña de 12 años.

Y llegaron a Ciudad de México, donde esperó en un refugio para migrantes durante un año y dos meses a recibir asilo en EE.UU. a través de una cita en la aplicación CBP-One, pero su cancelación por la administración de Trump le empujó a regresar a Brasil, donde se encuentran sus familiares.

«Hace un mes, dije: ‘Pues ya, no puedo esperar más, ya la CBP-One la cerraron, ¿qué hago yo aquí? México es una tortura para nosotros los migrantes'», afirma Campos, que dijo que temía incluso que secuestraran a sus hijos.

En Panamá lamenta los obstáculos que le pusieron las autoridades migratorias, sacándola de un vehículo de pasajeros para devolverla a Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, cuando su objetivo no es quedarse, sino seguir hacia el sur.

Pide que les ayuden y que no tengan que estar huyendo de las autoridades migratorias como si éstas fueran «una mafia», cruzar la frontera «de madrugada corriendo peligro» con sus hijos, atravesar una trocha.

Las autoridades panameñas han organizado hasta ahora al menos un traslado humanitario de 109 migrantes de nueve nacionalidades en una embarcación del Servicio Nacional Aeronaval (Senan) de Panamá, que partió a principios de junio desde el puerto caribeño de Colón hasta La Miel, cerca de la frontera con Colombia, y se esperaba la salida de otro próximamente.

El presidente de Panamá, José Raúl Mulino, expresó precisamente este mes su inquietud por el aumento de estos migrantes: «Me preocupa que va subiendo el número de ciudadanos viniendo de norte-sur».

Según las cifras recopiladas por las autoridades migratorias de Panamá, desde noviembre de 2024, cuando Trump fue proclamado vencedor de las elecciones estadounidenses, al menos 12,730 migrantes han pasado por el país centroamericano en su camino hacia el sur, 94 % de ellos venezolanos.

Sin embargo, tras el pico registrado el pasado abril, con la llegada de 3,013 migrantes a Panamá, el número ha ido en descenso, con 2,500 en mayo y 1,779 en junio, según los datos actualizados hasta el 24 de junio.

Este flujo migratorio inverso de norte a sur se ha convertido casi en el único existente en Panamá, donde antes de la llegada de Trump cientos de migrantes cruzaban a diario el Darién en su camino a Estados Unidos, con la cifra récord de más de 500,000 en 2023, mientras que ahora apenas se registran pasos.

Otro de los migrantes que se encuentra desde hace cinco días en Miramar es Jesús Alfredo Aristigueta, un venezolano de 32 años que viaja acompañado de su esposa.

Explica que lleva seis años recorriendo el continente, primero en Suramérica, y luego el pasado julio inició la ruta hacia Estados Unidos, pero «lamentablemente no se pudo», al no haber conseguido la cita con el CBP-One.

En México, cuenta, los secuestraron poco después de cruzar en balsa la frontera con Guatemala, encerrándolos cinco días.

«Nos metieron en una casita donde en el momento en que entramos las más o menos 20 personas que íbamos, había una sola persona (…) Era un salvadoreño con cara de susto», explica a EFE.

«Y durante los próximos días siguió llegando gente y gente y eso se llenó. No había más donde meter a nadie, dormías con la cabeza en las piernas del otro, la cabeza del otro en la costilla», relata, y aunque no tenía los 100 dólares que pedían, logró salir haciendo trabajos de limpieza.

Luego, fracasado el intento de entrar en Estados Unidos, decidieron regresar a Venezuela, pero a diferencia de la ida, cuando las autoridades les «daban un empujón para arriba», colocando autobuses por ejemplo en ciertos puestos fronterizos para seguir, ahora casi nada de eso se mantenía.

«Ahora que el migrante verdaderamente necesita esas ayudas de un empujón para abajo, no contamos con esas ayudas. Existen unos protocolos tan complicados que nos deja a todos (…) a la deriva», asegura.
 

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