Una carta musical
“La libertad de mis tímpanos incluye aceptar o rechazar sonidos” Tito Piedra Combinando las 27 letras del abecedario salieron las obras de Shakespeare y de Cervantes…
“La libertad de mis tímpanos incluye aceptar o rechazar sonidos” Tito Piedra
Combinando las 27 letras del abecedario salieron las obras de Shakespeare y de Cervantes… y las mías (¡Vive Zeus!). Igual, las siete notas musicales son la materia prima de donde salieron las obras de Vivaldi, Agustín Lara, Brams, John Winston Ono Lennon, Mahler y otros. Por eso alguien tuvo la ocurrencia de entrenar a un chimpancé de manera que, sentado al piano, tocara (dándole tiempo, por supuesto, un millón de años, o la eternidad si es necesaria) en un momento dado La mer de Debussy o, aunque sea, Babalú Ayé, de Margarita Lecuona. Si sucede, bien podríamos pasar a otro salón, necesariamente más grande, donde otro chimpancé, sentado entre un mar de letras, iría escogiendo las necesarias y acomodándolas en un tablero hasta formar un párrafo del Quijote, preferiblemente el que comienza: “Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro”.
Llueve, sí, pero estoy en el estudio. Escucho un concierto de Prokofiev; al piano, Van der Hoeven. Me gusta. Nunca había escuchado con tanta atención a Prokofiev. Tiene lo suyo. Mi duodeno lo aplaudió (a algunos les molesta cuando digo que las artes y el amor los siento más en el aparato digestivo que en el sanguíneo). Ahora, a la Sinfonía No.3 (La eroica), dirigida por Philippe Herreweghe (primera vez que lo veo y escucho). Otras versiones me parecieron más vibrantes. Y eso que le aumenté el volumen al audio. Lo que sí me gustó fue el movimiento de manos de Herreweghe. Me hizo recordar el cuento de Stephen Vincent Benet, El rey de los gatos. Dime si no lo has leído para enviártelo. Toda gaturra debe haber leído ese cuento so pena de nueve maullidos. Te asombrará aquel Monsieur Tibault que hacía prodigios con su cola de gato mientras dirigía. Como decía, esta versión me pareció un poco floja. Además creo que el del obóe lucía tristón (como el del “splah”). No como mi amigo Pin Castro que toca con alegría en sus límpidos pulmones. Ya ves, así califico a los artistas y a las obras de arte, con los sentidos trabajando en contracciones y dilataciones estomacales. ¿Sabes qué? Echaré una revision a esta carta y la enviaré al periódico, a ver si aprendo con sabias críticas de los entendidos.