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Coronavirus suspende el estilo de vida europeo

El virus ha desvinculado a la humanidad de su soberbia de control y de la invencibilidad de sus instituciones, democracias y ciencia.

Steven Erlanger - Publicado:

El virus ha provocado aislamiento, pero italianos se han unido cantando desde sus ventanas. Un bar cerrado. Foto / Nadia Shira Cohen para The New York Times.

BRUSELAS — El “museo dorado” de Europa está vacío y hace eco. Las grandes plazas y estadios lucen desiertos, los museos están cerrados, las iglesias dudan respecto a los servicios religiosos y los restaurantes elegantes y bares están bajo llave.

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El coronavirus no solo se está propagando, sino que también está infectando a las sociedades con una sensación de inseguridad. Sobre todo, ha desvinculado a la humanidad de su soberbia de control y de la invencibilidad de sus instituciones, democracias y ciencia.

Si eso es cierto a dondequiera que va el virus, lo es aún más en Europa, con su historia de la Ilustración, donde la vida se vive en una escala íntima, con besos en las mejillas.

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Ya no. Hoy, a los europeos se les dice que se escondan, levantando fronteras entre países, dentro de sus ciudades y alrededor de sus hogares —para protegerse de sus vecinos, incluso de sus nietos.

Al enfrentar un virus que no respeta fronteras, esta Europa moderna sin fronteras las está erigiendo en todas partes. Pero diferentes naciones tienen diferentes respuestas, y cada medida discrepante ha incrementado la sensación de desmoronamiento y el sentir de que el problema es creación de alguien más.

“La paradoja de un virus que no conoce fronteras es que la solución requiere fronteras”, dijo Nathalie Tocci, asesora de la Unión Europea. “Pero levantarlas de una manera descoordinada no ayuda”.

He hecho, levantarlas puede no hacer mucha diferencia. La amenaza invisible ya está adentro.

Aun así, inevitablemente hay un regreso al Estado en busca de control y tranquilidad. A medida que la pandemia se extiende, hay una creciente sensación de la necesidad de métodos rigurosos, incluso autoritarios, muchos de ellos tomados de China.

Después de ver con indiferencia la epidemia en China, Europa se ha visto aterrorizada por Italia. De repente, muchos de los países del continente están tratando de cerrarse para protegerse a sí mismos y a sus ciudadanos. La noción de solidaridad europea, y de una Europa sin fronteras donde los ciudadanos tienen libertad de viajar y trabajar, parece muy lejana. Si la pandemia tiene la lógica de la guerra, que requiere una acción fuerte, el enemigo puede ser la persona que está a tu lado.

“Ya no es una cuestión de fronteras entre Estados, sino entre individuos”, dijo Ivan Krastev, director del centro para Estrategias Liberales en Sofía, Bulgaria y colaborador en The New York Times.

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Krastev ha escrito sobre la crisis migratoria de Europa, calificándola de una conmoción tan grande como la caída del comunismo.

“Ahora no le teme uno a los migrantes, sino a todos”, señaló.

La narrativa de la crisis migratoria incluía metáforas de hordas e incluso insectos, y afirmaciones de que los migrantes estaban trayendo enfermedades. Querían salir de sus miserables vidas para llegar a una Europa que consideraban segura y rica. Pero ya no es segura.

Ahora, los migrantes se preguntarán: “¿acaso la peste es peor que la guerra?”, dijo Krastev. “No se puede negociar con la plaga ni huir de ella”.

Hace una década, Dominique Moïsi, un politólogo francés casado con una italiana, escribió un libro titulado “La Geopolítica de la Emoción”, explicando las tensiones causadas por la globalización en términos de humillación, esperanza y miedo. “Hoy, la emoción dominante es el miedo”, dijo.

“La crisis del covid-19 está añadiendo incertidumbre a la incertidumbre, miedo al miedo, acelerando un proceso de ansiedad respecto a un mundo que se mueve demasiado rápido”, indicó Moïsi, refiriéndose a la enfermedad causada por el virus.

Dijo que con el terrorismo, el pánico económico, el cambio climático y la migración, “los aspectos fundamentales parecen inciertos y el futuro inescrutable”. Echa de menos tocar y besar a sus nietos, comentó, y comienza a pensar en la muerte.

Sin embargo, la movilización de la sociedad es “aún más difícil y necesaria porque el enemigo es invisible”, declaró Moïsi.

París ha vivido el terrorismo y vio morir a 150 personas en una noche del 2015, señaló. “Fue brutal, pero visible”, dijo, mientras que “al final, el número de muertos a causa del virus será mucho mayor, pero es invisible”.

Así que es difícil que los gobiernos que aprendieron a instar a la calma durante los ataques terroristas ahora asusten a la gente para que actúe por el bien común.

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En el 2003, George Steiner, el filósofo europeo que murió el mes pasado a los 90 años, escribió un ensayo titulado “La Idea de Europa”.

La identidad cultural de Europa, escribió Steiner, está cimentada en una cultura de cafeterías y cafés, donde las personas se reúnen, leen, escriben y traman.

Son lugares, dijo Steiner, “para la asignación y la conspiración, para el debate intelectual y los chismes, para el flâneur y el poeta o el metafísico con su cuaderno”, abiertos para todos.

La europea también es una cultura peatonal, fundada en plazas. Europa “es caminada a una escala humana”, escribió.

Ahora, con los cafés cerrados y las plazas vacías, ambas características están destruidas, lo que lleva al aislamiento y la soledad, dijo Krastev.

Pero quizá más importante, escribió Steiner, es el sentido europeo de muerte y decadencia, al que llamó una “autoconciencia que, creo, bien puede ser singular de la conciencia europea”.

Y agregó: “es como si Europa, a diferencia de otras civilizaciones, hubiera intuido que algún día colapsaría bajo el peso paradójico de sus logros y la riqueza y complicación sin igual de su historia”.

El estado de ánimo es sombrío. Aun así, dijo Tocci, a veces se rompe con sorprendentes actos de humanidad y solidaridad comunes.

Ella se está quedando en casa en Roma con su esposo e hijos, y trata de concentrarse en los aspectos más agradables de la cuarentena.

Los italianos han estado cantando juntos desde sus balcones segregados y demostrando que realmente valoran a sus agotados trabajadores del sector salud, señaló.

“Lo hermoso de esto, hasta ahora, es que no ha llevado a la alienación”, señaló Tocci. “La gente tiene miedo, pero principalmente está mostrando responsabilidad y solidaridad”.

La hija de Krastev acababa de regresar de España y no entendía por qué no podía quedarse allí. “Pero le dije: ‘la España que te gusta desaparecerá en 48 horas’”, comentó.

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Muchos señalaron a “La Peste”, una novela alegórica publicada en 1947 por Albert Camus, viéndola como una lección no sólo sobre cómo se comportan las personas en las pandemias, sino también sobre cómo la naturaleza llega de repente para burlarse de nuestras pretensiones.

Cuando la peste bubónica finalmente se disipa en su feliz ciudad, el personaje principal, el doctor Bernard Rieux, recuerda que la enfermedad “nunca muere o desaparece”, sino que espera su momento.

“Quizás llegaría el día”, piensa, “cuando, para desgracia y enseñanza de los hombres, la plaga despertaría a sus ratas y las enviaría a morir en una ciudad feliz”.

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