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Cultura / Niños / Siria / Sociedad

Mueren los niños sirios de frío y ‘a nadie le importa’

Publicado 2020/03/16 12:00:00
  • Vivian Yee y Hwaida Saad

En medio de una de las peores emergencias humanitarias de la guerra, algunos de los que lanzaban consignas a favor de la libertad en el 2011 sólo quieren resguardarse del frío invernal.

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Con gran parte de la provincia de Idlib bajo fuego, grupos de ayuda batallan para llevar suministros a desplazados. Foto / Burak Kara/Getty Images.

Con gran parte de la provincia de Idlib bajo fuego, grupos de ayuda batallan para llevar suministros a desplazados. Foto / Burak Kara/Getty Images.

REYHANLI, Turquía — La bebé no se movía. Su cuerpo primero se había puesto caliente, luego frío. Su padre la llevó de inmediato a un hospital, pero era demasiado tarde.

A sus 18 meses, Iman Leila había muerto de frío.

En el caparazón de concreto medio terminado que había sido su hogar desde que huyeron por sus vidas por el noroeste de Siria, la familia Leila había pasado tres semanas soportando temperaturas nocturnas que apenas se elevaban por encima de los menos 6 grados centígrados.

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“Sueño con no tener frío”, dijo unos días después Ahmad Yassin Leila, el padre de Iman. “Sólo quiero que mis hijos no tengan frío”.

El levantamiento de Siria comenzó entre un rayo de esperanza hace nueve años. Ahora, en medio de una de las peores emergencias humanitarias de la guerra, algunos de los que lanzaban consignas a favor de la libertad en el 2011 sólo quieren resguardarse del frío invernal.

El presidente Bashar al-Assad, está cerca de retomar el último territorio controlado por los rebeldes, la provincia de Idlib en el noroeste de Siria, un acontecimiento que consolidará su victoria, aunque intensifique el sufrimiento de su pueblo.

En el curso de los últimos tres meses, sus fuerzas, respaldadas por ataques aéreos rusos, han intensificado sus embate contra la provincia, provocando que casi un millón de residentes se dirijan a la frontera con Turquía.

Decenas de miles viven en tiendas de campaña o duermen al aire libre. Iman Leila es una de por lo menos nueve niños que murieron de frío en las últimas semanas.

El éxodo es el más grande de una guerra que ha desplazado a 13 millones de personas y cobrado cientos de miles de vidas. Con unos 3 millones de residentes atrapados entre la frontera turca, que está cerrada, en el norte, y bombas y proyectiles lanzados desde el sur y el este, la crisis tiene el potencial de empeorar mucho más conforme el Gobierno libre batallas para reclamar toda Siria.

“Hay muchas personas más que están muriendo”, dijo Leila. “A nadie le importa”.

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Hace nueve años, Leila se unió a las manifestaciones pacíficas contra el brutal autoritarismo del presidente Al-Assad, que estallaron en un levantamiento armado y guerra. Cuando las fuerzas de Al-Assad retomaron la ciudad de origen de los Leila, el suburbio de Ghouta del este en Damasco, hace dos años, la familia aceptó la oferta del Gobierno de una salvaguarda para ir a Idlib.

Más de un millón de civiles de todas partes de Siria han hecho lo mismo. Han duplicado la población de Idlib, convirtiéndola en un atestado caldo de disidentes recién llegados y sus familias, y una variedad de grupos yihadistas y rebeldes que aprovecharon el caos para tomar control político.

Esos grupos “dominados por Hayat Tahrir al Sham, vinculado con Al Qaeda” le han dado al Gobierno sirio una razón para justificar su arremetida en nombre del contraterrorismo.

Las personas que huyeron cuando inició la ofensiva Idlib la primavera pasada llenaron los edificios disponibles cerca de la frontera turca, dejando a los que huyeron en las últimas semanas amontonarse en campamentos sobrepoblados.

Con gran parte del área bajo fuego, las organizaciones de ayuda no pueden llegar a los civiles, o toman horas para entregar suministros. Desde hace mucho tiempo se les agotaron las tiendas de campaña.

Desde algunos de los campamentos, los desplazados pueden ver Turquía, verde y ordenada, más allá de la valla fronteriza. Pero Turquía ya alberga a más de 3 millones de refugiados sirios, y se niega a aceptar más.

Eso no impide que Khadija Mohsen Shaker, de 34 años, tenga esperanzas.

Ella y uno de sus cuatro hijos cruzaron recientemente a Reyhanli para recibir atención médica. Pero pronto tendrán que regresar a su tienda de campaña en Idlib, donde viven sus padres mayores y otros dos niños.

“Me gustaría poder vivir en Siria como la gente vive aquí”, dijo.

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En la tienda de campaña, su baño es una cubeta, dijo. No hay escuela. Pasan cada día rezando, tratando de calmar a los niños y esperando que los grupos de ayuda entreguen comida. Todos los días, un hijo va a una montaña cercana para recoger leña. Pero todavía hace tanto frío que no pueden dormir.

Las conversaciones sobre Siria tienden a dar vueltas a la misma pregunta dolorosa: para qué fue todo.

Para Shaker, hablar de ideales políticos se siente casi cruel, si no irrelevante.

“En Siria ya no se puede distinguir entre el bien y el mal”, dijo. “Dicen que el régimen es malo y que los rebeldes son buenos. A veces dicen que el régimen es bueno y los rebeldes son malos. Ya no sé. Ambos han arruinado mi vida”.

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