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Rivalidad entre Obama y Trump persiste

Desde el momento en que resultó electo Trump, Obama adoptó un enfoque minimalista: criticaba sus decisiones de políticas públicas, pero no al hombre en sí, siguiendo la norma de civilidad observada por sus predecesores. Pero en el caso de Trump, las normas no son lo suyo.

Glenn Thrush 
y Elaina Plott - Publicado:

Barack Obama ha tenido cuidado al criticar a Donald Trump, su sucesor. Foto / Stephen Crowley/The New York Times.

Poco después de que Donald J. Trump fue electo presidente, Barack Obama se dejó caer en su silla en la Oficina Oval.

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“Ya quiero dar carpetazo a esto”, dijo Obama de su puesto, de acuerdo con varias personas familiarizadas con el intercambio.

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Pero él sabía, incluso entonces, que un retiro convencional de la Casa Blanca no era opción. Obama, que en ese momento tenía 55 años, se había quedado varado con una estafeta que había querido pasar a Hillary Clinton, encima de tener a un sucesor cuya fijación con él, en su opinión, tenía sus raíces en una extraña antipatía personal y la política de reacción negativa racial ejemplificada por la mentira de que Obama no había nacido en Estados Unidos.

“No existe modelo para mi clase de post presidencia”, dijo Obama al asistente. “Claramente ocupo espacio dentro de la cabeza de este hombre”.

Con eso no se quiere decir que Obama no estuviera comprometido con la visión pre Trump de cómo sería su jubilación: una vida tranquila que consistiría en escribir, hacer labor de impulso de políticas a través de su fundación, producir documentales con Netflix y tiempo en familia.

Aún así, más de tres años después de su salida, el presidente número 44 de Estados Unidos está otra vez en un campo de batalla político que ansiaba abandonar, incorporado al zafarrancho por un enemigo, Trump, empecinado en borrarlo de la historia, y un amigo, Joseph R. Biden Jr., igualmente resuelto a acogerlo.

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Era bien sabido que habría mucho en juego al hacerlo. Obama protege ante todo su legado, particularmente en vista de los múltiples ataques de Trump. Sin embargo, entrevistas con más de 50 personas que rodean al expresidente retratan a un combatiente en un dilema, intentando equilibrar una profunda furia contra su sucesor con el instinto de evitar una refriega que teme podría dañar su popularidad y afectar su lugar en la historia.

Sin embargo, es posible que ese cálculo pueda estar cambiando tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis. Como el primer presidente negro de Estados Unidos, Obama ve la actual concientización social y racial como una oportunidad para elevar una elección este año dictada por el estilo de lucha en lodo de Trump y volverla algo más trascendente —canalizar un movimiento nuevo y juvenil hacia un objetivo político, como él lo hizo en el 2008.

Lo está haciendo con suma cautela.

Muchos seguidores han estado presionando para que sea más agresivo. “ Sería bueno que Barack Obama, por una vez, saliera de su cueva y ofreciera —no, más bien, EXIGIERA— un camino hacia adelante”, escribió el columnista Drew Magary en una publicación en abril en Medium muy compartida titulada “¿Dónde diablos está Barack Obama?”.

El argumento en contra: hizo su trabajo y merece que lo dejen en paz.

Sin embargo, recientemente incrementó sus críticas indirectas al Gobierno de Trump cuando denunció un “enfoque de gobierno caótico, desorganizado y malintencionado” durante un evento en línea de recaudación de fondos para Biden. Además, expresó una especie de promesa, al decir a los seguidores de Biden: “Lo que hayan hecho hasta ahora no es suficiente. Y lo mismo va para mí, para Michelle y para nuestras hijas”.

Obama habla frecuentemente con Biden, quien fungió como su vicepresidente, y con los principales asesores de la campaña. Y sin embargo continúa arrastrando los pies en cuanto a algunas solicitudes, en especial de que encabece más eventos de recaudación de fondos. Algunos colaboradores de Obama sugieren que no quiere eclipsar al candidato.

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Desde el momento en que resultó electo Trump, Obama adoptó un enfoque minimalista: criticaba sus decisiones de políticas públicas, pero no al hombre en sí, siguiendo la norma de civilidad observada por sus predecesores.

Pero en el caso de Trump, las normas no son lo suyo. Desde un principio dejó claro que quería erradicar todo rastro de la presencia de Obama en el Ala Oeste.

“Esto es personal para Trump; todo tiene que ver con el presidente Obama y acabar con su legado”, afirmó Omarosa Manigault Newman, veterana del programa “Apprentice” y, hasta su abrupta salida, una de los contados funcionarios negros en el Ala Oeste de Trump. “El presidente Obama no podrá descansar mientras Trump respire”.

Durante la transición post electoral, Obama empezó a sentirse cada vez más inquieto ante lo que él consideraba la despreocupada indiferencia del nuevo presidente y su equipo sin experiencia. Con el tiempo llegó a la conclusión de que la reacción negativa de Trump era una inevitabilidad histórica, y dijo a las personas a su alrededor que lo mejor que podía hacer era “establecer un contraejemplo”.

Fue reveladora la forma en que Obama habló de Trump ese otoño: no se refirió a él tanto como una persona, sino como una especie de padecimiento epidemiológico que sufría el cuerpo político, propagado por sus facilitadores republicanos.

“No empezó con Donald Trump —él es un síntoma, no la causa”, afirmó durante su discurso inicial en la Universidad de Illinois en septiembre del 2018. Añadió que el sistema político estadounidense no estaba lo suficientemente “sano” para formar los “anticuerpos” necesarios para combatir el contagio del “nacionalismo racial”.

Obama ya estaba intensificando sus críticas a Trump antes del asesinato de Floyd en mayo. Sin embargo, el creciente clamor por la justicia racial ha dado a la campaña del 2020 una coherencia para Obama.

Su primera reacción a las protestas, dijeron personas cercanas a él, fue de ansiedad —de que los espasmos de disturbios cayeran como anillo al dedo a la narrativa de Trump. Pero los manifestantes pacíficos asumieron el control, despertando un movimiento nacional que retó a Trump sin convertirlo en su punto focal.

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Poco después, Obama, emocionado, dijo que había llegado “un momento hecho a la medida”.

Su respuesta al asesinato de Floyd no consistió en atacar a Trump, sino en alentar a votar a los jóvenes, que no han mostrado gran entusiasmo por apoyar a Biden. Cuando decidió hablar en público, fue para encabezar un foro en línea que destacó una lista de reformas a la policía que no fueron aprobadas por el congreso en su segundo mandato.

En ese sentido, el papel que ocupa con mayor comodidad es ese al que alguna vez quería dar carpetazo.

El 4 de junio, antes del servicio fúnebre de Floyd en Minneapolis, el expresidente llamó al hermano de éste, Philonise Floyd, como lo había hecho con familias en duelo durante sus ocho años en el cargo.

“Quiero que tengas esperanza. Quiero que sepas que no estás solo. Quiero que sepas que Michelle y yo haremos todo lo que quieras que hagamos”, dijo Obama durante la emotiva conversación de 25 minutos, de acuerdo con el reverendo Al Sharpton, que estaba presente.

“Fue la primera vez, creo, que la familia Floyd realmente experimentó consuelo desde que él murió”, dijo Sharpton.

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