El ser: entre el ente y la identidad
Son pobres, miserables, no hay otro calificativo con el que puedan ser determinados o especificados. La ralea a la que pertenecen se llama pobreza de espíritu y por ello viven siempre poniendo el dedo en la llaga de los demás...
Se valen de la pluma que escribe odio, para orquestar campañas en contra de quienes, los superan con creces en sencillez, humildad, consagración de servicio y de superación. Foto: Freepik
Hay algunos pseudo profesionales o más bien pseudo intelectuales –sin distinción de títulos o profesiones- que se sienten destinados, no por Dios ni por un mandato moral superior, sino por el ego que los alimenta y que rebasa la mediocre estatura intelectual que los caracteriza a despotricar de todo aquel que en su espíritu prohije el amor a la sabiduría o sentimientos de patriotismo sinceros, verdadero altruismo a las cosas de la Patria o amor por el pueblo que los ha visto crecer y madurar.
Se valen, estos seres mediocres, que nunca han superado una visión de Dios, del cosmos y de sí mismos, más allá de la punta de sus narices y de su propia egolatría, de cuanto epíteto denigrante puedan encontrar en el real diccionario de la mojigatería que los connota y los atosiga al mismo tiempo, para intentar o tratar de minimizar honras, dignidades, vidas ejemplares, principios de vida, en fin.
Se valen de la pluma que escribe odio, de la tinta que está hecha con la sabia de almas genuflexas, para orquestar campañas en contra de quienes, a sabiendas de ellos mismos, los superan con creces en sencillez, humildad, consagración de servicio y de superación.
Quieren hablar de las "mieles del poder" cuando la corta vida que han llevado y la improvisada prosperidad de la que hacen gala, ha sido, precisamente, la cosecha de frutos que solo saben recoger las almas abyectas y ruines cuando han mendigado en la vida palaciega del poder político nombramientos para adentro y para afuera.
Son esos, precisamente, los seres que se ausentan de la Patria cuando esta reclama de sus verdaderos hijos devoción plena y dedicación sin límites ni condiciones ante los avatares de la vida nacional y de los problemas que atosigan a todo un pueblo. Ellos, quienes, entre tanto, nuestro pueblo muerde su propia miseria y sus grandes desgracias, son los convidados para departir el vino fino, el caviar, las uvas y las carnes más apetitosas y preparadas con los dineros que le han robado al pueblo panameño.
Ellos, quienes ahora se creen los maestros de la pluma –en realidad tinterillos- y se reputan con toda vanagloria los modernos arlequines de la defensa del pueblo panameño, son los que durante el período del gobierno al cual sirvieron de modo anonadado se divorciaron de los problemas nacionales para dedicarse dizque "a la vida pública" o más bien a la "pública y desvergonzada vida".
Siempre a costillas de nuestra nación y del erario público. Son esos, los genuflexos, los que piden ser nombrados cónsules, embajadores o parte del personal diplomático, supuestamente para representar los intereses del Estado panameño en otras tierras, y se dedican a hacer maestrías y doctorados a costa de los dineros de nuestro pueblo.
Ni siquiera son agradecidos con Dios ni con la vida ni con nadie. Deshonran a sus propios maestros, a sus amigos, a quienes en el barrio les llamaban "Luisito", "Pedrito", "Carlitos", "Anita" y cuando egresan de las universidades a esos mismos seres humildes que los vieron crecer y formarse cuando así los llaman con soberbia y despotismo responden "Dígame Doctor,", "Llámeme Licenciado" o "Diríjase a mí por mi nombre y no por diminutivos".
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Pobres, miserables, imberbes, inmaduros, nunca han crecido ni nunca han madurado. Son peores que el burro de la fábula "El burro Arquitecto"; los lentes de intelectuales les quedan grandes y parecen hormiguitas con espejuelos oscuros: son más grandes los lentes que ellos mismos.
Improvisados. Creen que con haber leído unos cuantos textos de esto o de aquello ya se hacen expertos o peritos de cualquier materia. Como si creyeran que el conocimiento de la vida se adquiere a los veinte o a los treinta o a los cuarenta, en fin. Nunca se acaba de aprender. Esta es una regla de la vida que ellos no han asimilado. Nunca han querido respetar a sus contrarios y han soslayado otra regla de no menos importancia en la vida: aunque no esté de acuerdo con tu opinión, daría hasta mi vida con tal de que se respetara.
Son pobres, miserables, no hay otro calificativo con el que puedan ser determinados o especificados. La ralea a la que pertenecen se llama pobreza de espíritu y por ello viven siempre poniendo el dedo en la llaga de los demás y no advierten las supuras que emanan del cáncer que los diezma a segundos.
Hago, finalmente, mías las reflexiones de Arthur Schopenhauer cuando en su obra, 'El Amor y otras pasiones. La Libertad', advierte, a página 19: "Las almas nobles, sentimentales, tiernamente prendadas, protestarán aquí lo que quieran contra el áspero realismo de mi doctrina;".
¡Dios bendiga a la Patria!
Abogado.