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Entre pestes y guerra

En el origen mismo de las palabras se encuentra, a veces, la historia significativa que las llevó a ser bautizadas por el hombre.

Arnulfo Arias O. | opinion@epasa.com | - Actualizado:

Entre pestes y guerra

En los albores de este siglo XXI hemos sido testigos de eventos que, por los mecanismos de defensa natural del hombre, sabemos relegar en el olvido con el paso de los años. Seguramente en cinco años quedarán agazapados en las sombras los recuerdos de la pandemia, sin que eso constituya propiamente indiferencia hacia el sufrimiento generalizado, que fue el mismo para todos, pero solo que en escalas diferentes de dolor y en grados distintos de resignación.

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Está enquistada en la psiquis del humano, y tal vez de todo ser viviente, la capacidad de ponerle espesas capas de olvido a los incidentes del pasado que nos trauman, que nos persiguen silentes y que afloran luego solo en medio de los sueños o de las pesadillas, como atormentando por momentos ya, como si perdieran con los años su virtud y su resonancia, su capacidad real de esclavizarnos en el miedo. Así ha sido el covid-19. Poco a poco iremos sepultando lo pasado, encasquetándolo en un féretro, y visitaremos el difunto ese con la misma frecuencia con la que solemos visitar a nuestros propios muertos, salvo raras excepciones. No llamemos a eso indolencia, ni abandono de la precaución, sino más bien la materia prima de la resiliencia humana.

Si siempre, y en todo momento, mantuviéramos ardiendo en luminosidad los traumas del pasado, como velas que se elevan y que serpentean en un sombrío altar, jamás podríamos verdaderamente superarlos. Llámelo usted como usted quiera; Dios o Providencia o Darwinismo. La verdad es que hemos sido concedidos con esa rara cualidad que nos permite superar las cosas del pasado poniendo sobre ellas una losa, recordándolas de vez en cuando al colocarles una flor cortada que también marchitará, para que no crezcan las raíces mismas del dolor insuperable en nuestras mentes, para que nos ocupemos hoy, con inquietud pero sin prisa, de las cosas del mañana y solo en la medida que debemos ocuparnos; ocuparnos, no preocuparnos, porque son palabras que ni se escriben igual ni significan lo mismo.

En el origen mismo de las palabras se encuentra, a veces, la historia significativa que las llevó a ser bautizadas por el hombre. Ocuparse es precisamente consumir el tiempo en la energía y en la tarea que ante nosotros se despliega. Por el contrario, preocuparse es anticipar que esa tarea saldrá del todo mal o que la tarea que aun no ha llegado ante nosotros deberá ocupar gran parte de lo que hoy hacemos y en lo que deberíamos concentrarnos. ¿Cómo podríamos superar los malos pasos, los dolores, las desilusiones y los traumas si no viniera hasta nosotros esa mencionada cualidad o capacidad de olvido, que se asienta sobre las marcadas huellas de los traumas y las borra casi por completo, como una marea que barre suavemente las arenas y sus cicatrices, una y otra y otra vez?

Estamos hoy dejando atrás la peste que ha sufrido el mundo, a la que los científicos modernos quisieron bautizar como covid-19, pero igual fue peste; ni más ni menos que la Gripe Española, que las epidemias de cólera, que la Plaga Bubónica, en tiempos de Giovanni Boccaccio o que la Plaga Antonina, que cobró la vida del propio Marco Aurelio, que estuvo llamado a erradicarla en esos tiempos. Al igual que esa peste que está por declinar, también se quedará tatuada en la experiencia colectiva el evento bélico de Ucrania, que amenaza siempre con la sombra de escalar e incide en alguna forma u otra en la vida de la población del mundo.

Todo lo anterior nos indica que por lo menos la prudencia debería quedar como secuela de los grandes males, y de los menores, para que no se guarden meramente como libros cuya carátula sea lo único que uno se lea. Recordemos siempre la fragilidad del ser humano, y en esta era de calmantes y de supresores químicos del sufrimiento y del dolor, tengamos muy presente, al menos, que existen amenazas sin clasificar para la raza humana, así como los megalómanos hambrientos de poder, armados con cabezas nucleares y con seguidores que no piensan, con capacidad de llevar una fogata simple hacia un incendio de violencia y de crueldad inusitada.

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