Estadismo y política

No se puede, en el campo de la política, actuar sin cálculos y previsiones. Cada medida o decisión impactará, tratándose de cosas propias del Estado, a los asociados. Una decisión adoptada al fragor de los escenarios propios de la improvisación tiene un doble efecto: el costo político para quien ejerce el poder y el daño que se le causa al seno social, al colectivo societario.

Las instituciones en que reposa la República: leyes, entidades, ministerios, dependencias, erario, cosa judicial, cuestiones administrativas, relaciones internas, relaciones internacionales, todo, absolutamente todo, se ve perturbado. Por el contrario, cuando las decisiones son adoptadas sobre la base de meditación, estudio, proyecciones y ventajas, beneficios sociales, generación de aceptación social, nacimiento de consensos, etc., sin duda alguna que, el Estado, primeramente, es el que gana, y los asociados reciben un hálito de alegría, de paz, tranquilidad, estabilidad social, progreso, prosperidad, en fin.

Los filósofos, sobre todo los medievales, que teorizaron sobre el Estado, referían que el fin de todo buen gobierno era propiciar la felicidad, el bien común de los asociados, de la población.

Lo anterior es mi introito para retomar el tema de la cosa judicial. Pregunto: ¿Ha proyectado el Gobierno Nacional el gran daño social e institucional causado al país con la postergación de la designación o nombramiento de los dos nuevos magistrados que hay que hacer para ocupar dos vacantes en la Corte Suprema de Justicia? ¿Se ha calculado, de modo profundo, el negativo y pésimo mensaje que se le está enviando al país, en general, como también a los jueces y magistrados de juzgados y tribunales superiores, con esa postergada designación, quienes de seguro, no es que lo piensen, sino que se convencen o confirman que, sin duda alguna, los cargos o designaciones en la Corte Suprema son eminentemente políticos? Que, del mismo modo, con esa postergación, quedará claro que el Órgano Judicial, como tal o como Órgano del Estado, ninguna independencia tiene y que se trata de una pretensión y nada más eso de que dicho órgano es independiente; y que la cabeza del Órgano Judicial, es decir, la Corte Suprema de Justicia, siempre ha estado postrada, arrodillada a los pies del Ejecutivo, pues las designaciones siempre han pasado por el matiz político.

Otra grande interrogante que debemos formular, si de cuestiones políticas se trata, es que ¿será consciente el Gobierno Nacional que pasará a la historia de este país, como el gobierno que trastocó, como ninguno otro, la institucionalidad judicial de la República?

Estas y otras tantas preguntas han surgido y surgirán. Pero sin duda alguna, hemos venido advirtiendo cómo el irrespeto a los ciudadanos, a la misma majestad de la Patria, y el poco importa o la indiferencia se han convertido en las notas características en el comportamiento de quienes nos gobiernan y sin tomar en cuenta, en lo absoluto, en torno a qué pensamos los que habitamos la tierra de Victoriano Lorenzo, Justo Arosemena, Belisario Porras, Omar Torrijos Herrera, Arnulfo Arias Madrid, Eusebio A. Morales, Ricardo J,. Alfaro, Rómulo Escobar Betancourt, Ricardo Miró, Diógenes De La Rosa, Juan Materno Vásquez, Thelma King, Gaspar Octavio Hernández, Demetrio Herrera Sevillano, Amelia Denis De Icaza y tantos otros ilustres pro hombres y mujeres de nuestra historia patria.

No me cansaré de decirlo: los consensos son necesarios, imprescindibles en democracia. Sin consensos la Patria se desmorona, se destruye, y los gobiernos pierden legitimidad y representatividad. Quienes consideren que la legitimidad solo se sostiene por el hecho de haber ganado unas elecciones –puestas en tela de duda tras denuncias que han sido formuladas de supuesto fraude-, se equivocan. Ganar unas elecciones y enquistarse en el poder es cosa intermitente. Se requiere mantenerse legitimado por el consenso social, apoyado y ser creído por un pueblo al cual debe gobernársele con seriedad, respeto, dignidad y estima. Pisotear la dignidad de los pueblos equivale tanto a dispararse a los propios pies por parte de los gobernantes que así actúan.

La semana pasada dije que aún pueden establecerse consensos. Ahora, reflexionando, sinceramente, confieso que veo esa posibilidad como muy remota o precaria: muchas heridas, muchos resentimientos, muchas ofensas, mucha soberbia, mucha maldad, mucha falta de cálculo político en las actuaciones gubernamentales. Estas y muchas otras cosas más proyectan a una nación, tristemente, dividida por el rencor, las malquerencias y por los clásicos intereses económicos –hegemónicos- de los que han gobernado, como supuestos dueños de la patria, a esta nación.

Sin embargo, los consensos ahora están en manos, será decisión de ellos, de los que han hecho la oposición o de quienes se han matriculado en ese gran partido: los que no estamos de acuerdo con cómo se desmonta la institucionalidad, sin duda alguna, somos más.