La enseñanza del idioma español
Sin contar las deficiencias imputables a la Facultad de Educación universitaria por la responsabilidad que le asiste en la formación pedagógica del profesor o profesora, debemos reconocer que en la enseñanza del idioma español hay graves omisiones.
La enseñanza del idioma español
Al decir verdad, son muchas las personas, no solo jóvenes, sino adultas, que, realmente, no saben leer ni hablar ni escribir. Y conste que no nos referimos a los analfabetos, a quienes no podría ser imputada esta situación. Aludimos a estudiantes de enseñanza media, a egresados de ella, a universitarios, a los servidores públicos y privados de todos los niveles, incluso, y hasta personas que parecen tener cierta cultura. Es decir, a gente que ha recibido enseñanza de nuestro idioma materno durante largos diez, doce y más años.
Tal vez parecieran exageradas nuestras opiniones, mas no es así. Bastaría observar el vocabulario de esa gente, que es paupérrimo; o la redacción, que es horrible; o la comprensión de la lectura, que es nula; o la mera forma de leer en voz alta, hecha a "tropezones" que dan lástima; o la ortografía, que revela errores garrafales. Con razón son deficientes los resultados de la prueba de aptitud académica o de exámenes exigidos en otros planteles y universidades.
¿A qué se debe esta penosa situación que tanto perjudica el manejo de nuestro idioma? ¿Será, acaso, la televisión, como tanto se afirma? Por cierto, hay en ella cierta participación, aunque el problema no le es intrínsecamente imputable. ¿Desfavorece el medioambiente? También es verdad, aunque a menudo se abulta su virtual responsabilidad. Creemos que, más que en esas eventuales causas extrínsecas, hay que situarlas más bien en otras mucho más directas. Por lo pronto, consideramos que hay que revisar a fondo los planes y programas de Español. Pero más que en los programas oficiales, que un buen profesor debe manejar con flexibilidad, el problema radica seguramente en la enseñanza misma de la asignatura, en su metodología.
Sin contar las deficiencias imputables a la Facultad de Educación universitaria por la responsabilidad que le asiste en la formación pedagógica del profesor o profesora, debemos reconocer que en la enseñanza del idioma español hay graves omisiones. Hoy día es raro encontrar profesores que exijan copias frecuentes y bien hechas, o que hagan dictados en forma habitual, o exijan redacciones bien presentadas, o que pidan obligatoriamente trozos de memoria, medios indispensables de adquirir un bagaje cultural y de ejercitar esta capacidad tan importante de nuestra mente. Tampoco se exigen disertaciones, que tanta influencia tienen en la formación general de la personalidad y en la propiedad de hablar correctamente.
Muchos de estos ejercicios propios de la enseñanza del idioma español están poco menos que proscritos de la labor escolar de no pocos planteles. Incluso no faltan supersabios que, descalificándolos (¿o descalificándose…?), los motejan con el adjetivo de moda o sugerente de obsoletos. En cambio, a los pobres estudiantes se les habla de las más abstrusas teorías lingüísticas o estéticas, con el triste resultado de que tampoco aprenden nada del aspecto científico ni literario de nuestro idioma. Fallan, pues, entre otros, el currículo y la metodología, sin contar con el problema de la disciplina en clase que, cuando no existe, hace imposible cualquier enseñanza provechosa.
Hay que subir en mucho la exigencia de lectura personal controlada, hoy tan resistida por nuestros estudiantes. Por lo que respecta a la Gramática, debiera haber un tratamiento más sistemático, especialmente en el ámbito sintáctico, reivindicando la importancia que para la disciplina mental tiene, por ejemplo, el análisis lógico.