Panamá
¡Qué gran maestra!
¡Qué gran lección nos da la muerte! Que somos finitos, mortales, que no somos dios, que por más ciencia que tengamos, o poder mundano, vamos a un irremediable final, donde aceptaremos, queramos o no, que moriremos, que somos nada ante la eternidad. Que lo más noventa o cien años, eso algunos, y que al final todo se acabó.
- Monseñor Rómulo Emiliani
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- - Actualizado: 26/9/2022 - 12:00 am
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¡Qué gran maestra es la muerte! Nos enseña que todo lo que el mundo valora como lo más grande, sea poder, fama, riquezas, títulos, cargos, condecoraciones, se desvanece, pierde brillo y vigencia cuando la muerte anuncia su venida irreversible. Nadie la puede detener, lo más aplazarla un poquito con tratamientos médicos algunas veces torturantes. Pero cuando dice que "ya llegué", nadie puede detenerla. Reyes, presidentes, Papas, personajes multimillonarios, premios nobel, generales, héroes en guerras, santos, artistas, quien sea un ser humano, no se escapa.
¡Qué gran lección nos da la muerte! Que somos finitos, mortales, que no somos dios, que por más ciencia que tengamos, o poder mundano, vamos a un irremediable final, donde aceptaremos, queramos o no, que moriremos, que somos nada ante la eternidad. Que lo más noventa o cien años, eso algunos, y que al final todo se acabó.
Esto nos debería dar una gran lección de humildad. Porque nos encanta jugar a ser como dios, y por eso nos sentimos imbatibles con los avances de la tecnología, y nuestro orgullo nos lleva a veces a ignorar, despreciar a los que consideramos inferiores, creyéndonos que somos diferentes, de una raza o condición superior. ¿Dónde están esos que así se creyeron? ¿Dónde están los césares, los dictadores, los emperadores sanguinarios, los de la Gestapo, SS, los KKKlan americano que ya han muerto? ¿Alguien quisiera desenterrar sus cadáveres? Si todavía quedara algo, vería unas calaveras con los huecos vacíos de los ojos, de la nariz, algunos dientes y unos huesos sin brillo, y quizá algo de su ropa. Ya no insultan, desprecian, marginan, torturan o matan a los que son de otro color de piel, o de otra nación o condición social.
¿Dónde está su poder o su supuesta superioridad? ¿En qué quedó todo su esplendor y boato? Igual pasa con los que en nuestros pueblos forman las élites poderosas, que por su dinero y condición social y hasta color de su piel, se consideran superiores. No se mezclan con la gente más pobre. Tanto orgullo y vanidad. ¿Y todo para qué? Vendrá un día en que se morirán y donde había belleza y mucha finura, estarán los gusanos comiéndose todo. Y rodeados del fétido olor de la podredumbre.
La muerte nos enseña a elevar los ojos a Dios, quien sí es eterno, sin principio ni fin, que tiene todo el poder y la gloria, y quien nos prometió en Cristo Jesús resucitarnos y llevarnos con Él a vivir eternamente y en una existencia sin dolor ni lágrimas, gozando de su presencia. Tenemos la certeza de que así será porque el Señor no falla en sus promesas. Es cuestión de abrir nuestro corazón a Él, aceptarlo y vivir su presencia dentro de la Iglesia.
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