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Sobre la expiación de los pecados colectivos

La libertad, especialmente la libertad de pensar, nadie la puede dar a nadie; la debemos conquistar como individuos y la debemos conquistar aquí y ahora como una nación.

Arnulfo Arias O. - Publicado:

La expiación de los pecados prolongados de una nación no se pueden dar en un minuto de arrepentimiento. Foto: EFE.

Nadie puede hacer por otro lo que a él le corresponde, sin que quede algún vestigio interno de labores incumplidas y de objetivos personales que no se han satisfecho. Así como esa regla de oro se aplica indefectiblemente al individuo, así también es parte de ese curso real y del destino de naciones.

Una de esas obligaciones, para el individuo y para la sociedad, es la de crecer y madurar, florecer y caminar hacia objetivos fijos; no ser como barcos de papel echados a esos charcos sucios que no corren a ninguna parte y que terminan saturando el agua en el papel hasta que se hunde. La nación es algo serio, porque en ella, y en sus ambiciones colectivas, descansan los ladrillos de una construcción futura, inevitablemente en curso.

Dejar esos ladrillos por allí dispersos, o ponerlos y quitarlos, es tanto un error del individuo como de la sociedad en que vive. Bueno o malo, doloroso o edificante, el tiempo de una colectividad unida debe necesariamente progresar hacia una elevación compuesta por todo lo que fue, indistintamente de la realidad que sea.

Así como en Estados Unidos se tuvo que reivindicar anímicamente la esclavitud hasta después de un siglo de que se aboliera, así también deben los pueblos aceptar aquellas sombras del pasado que no pueden ya borrar y, sobre ellas, edificar concertaciones duraderas.

La expiación de los pecados prolongados de una nación no se pueden dar en un minuto de arrepentimiento. Como bien diría Martin Luther King: “Progresaremos si aceptamos el hecho de que cuatrocientos años de pecado no pueden borrarse en cuatro minutos de expiación”.

Se refería por supuesto a esa ansia de borrar la sombra de la esclavitud negra en Estados Unidos, sin entenderla, sin asimilarla y sin reivindicarla, en medio de esa lucha pacífica que presenció la parte alta de su cumbre en 1963.

Ese proceso de expiación también nos corresponde aquí, como una sociedad, porque todos somos víctimas y victimarios de un sistema que cometió el pecado colectivo de no buscar la integración del hombre nacional; que edificó, desde un principio, las barreras materiales casi insuperables entre el arrabal y el muro interno de la capital, que dividía el progreso y la necesidad; y trazamos una cerca de empedrado entre el campesino analfabeta y el hacendado que podía educar sus hijos en el extranjero.

Esa división, esa falta de consenso espiritual en la realización de metas colectivas, hace que hoy pisemos los terrenos inestables de lo que no supimos bien fundar en un principio. Pero nunca es tarde.

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No se trata de buscar tapar con tierra aquello que se hizo mal o de dar cristiana sepultura a una nación que ha muerto ya en lo que es su espíritu y su esencia; se trata más bien de edificar sobre las bases asentadas y reconocidas de lo que se quería esconder; superar nuestro pasado y crecer muy por encima de él hasta la cumbre.

Con la constituyente, se nos presenta una gran oportunidad para rebautizar nuestra nación, dejando los escombros enterrados de lo que se hizo mal para elevar esas columnas que deben sostener ese futuro que nadie nos negó sino nosotros mismos. Simplemente establecer las reglas claras escribiendo con la tinta negra de nuestros errores del pasado las palabras concertadas que edifiquen el futuro promisorio de nuestra nación.

En medio de la era de la esclavitud, se creó la institución libertaria de la manumisión, por medio de la cual el hombre negro que era esclavo, podía comprar su libertad. Se dice que una criada de Thomas Jefferson ahorró la suma de US10,000.00 en cuarenta años para comprar la libertad de diecinueve almas esclavas.

Pero la manumisión, así como la esclavitud, eran todas partes de la ficción legal, tejida por agujas del poder que presionaban en las sombras de la servidumbre al ser humano. La libertad, especialmente la libertad de pensar, nadie la puede dar a nadie; la debemos conquistar como individuos y la debemos conquistar aquí y ahora como una nación.

Abogado.

 

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