La violencia no es innata, se aprende
Publicado 2003/05/12 23:00:00
- Daschenka Chong
Los hombres piensan que la violencia es natural porque durante su formación se les dice que una de las características masculinas es la fortaleza. Ellos deducen que si los hombres son fuertes por naturaleza, la violencia es algo natural en ellos.
De acuerdo con el psicólogo Eugenio Meléndez, director de la Clínica de la Masculinidad, del Centro de Apoyo a la Mujer Maltratada (CAMM), luego de un incidente de violencia doméstica los hombres se sienten arrepentidos de lo que han hecho; es la forma como su interior les manifiesta que lo que hicieron no está bien.
En el CAMM empiezan a aclararles a los hombres que allí acuden, que la violencia no es natural; se les hace la diferencia entre agresividad y la violencia. La violencia es la distorsión cultural de la agresividad, que no es más que el instinto de supervivencia, aquello que nos ha permitido adaptarnos y vencer al medio en el que nos movemos.
Culturalmente se ha enseñado a los hombres que para obtener algo hay que sojuzgar a los demás. Cuando la agresividad no va dirigida hacia el logro de un objetivo, sino sobre otras personas, se habla de violencia.
En su libro "El pretendido mal de la agresividad" Conrad Lawrence señala que todos los seres humanos estamos irremediablemente conducidos a ser agresivos. Por su parte, el antropólogo Montagu, sostiene que lo innato es la solidaridad y la sociabilidad. Cuando un hombre encontró a otro se dio cuenta que era más fácil cazar entre los dos.
Meléndez dio el ejemplo de poner a un ser humano común y corriente en la selva. A partir de las 7:00 p.m. que comienza a escuchar ruidos para él desconocidos, inmediatamente se va a erizar y su cerebro comenzará a buscar información acerca de esos sonidos. Si percibe un peligro, el cuerpo reacciona al fluir de la adrenalina que aumenta la circulación en las manos y los pies. Así, el individuo puede escoger entre dos opciones: o enfrenta el peligro o pone pies en polvorosa.
Lo mismo ocurre cuando un hombre está frente a su compañera e hijos y se enoja y antes de que la furia aparezca y haga explosión en forma de maltrato físico y/o psicológico, ellos testifican que sienten cómo un calor les sube hacia la cabeza, el cuerpo les está indicando que deben detenerse, pero ellos ignoran esa advertencia.
Sin darnos cuenta, las madres y las abuelas damos a los hombres mandatos culturales como "Amarre a su perra que mi perro anda suelto", estableciendo que ellos pueden hacer lo que quieran con las mujeres y sus cuerpos.
El psicólogo opina que la mentalidad occidental considera que los talibanes son horribles porque agarran a las mujeres y las lapidan, en cambio, nosotros los occidentales somos buenos, tan buenos que cuando una mujer no quiere nada con su pareja él le descarga seis balas. Son tan malos los talibanes que tienen a sus mujeres cubiertas de cabeza a pies para que nadie vea sus cuerpos, pero en occidente vendemos automóviles, cerveza y muchas cosas más, con los cuerpos de las mujeres porque nos pertenecen.
Nuestro entorno señala que los hombres deben ser valientes, fuertes, inteligentes, agresivos y controladores; mientras que las mujeres deben ser débiles, tontas y torpes. Son ellos quienes tienen que "mandar". La historia afortunadamente ha desmentido esa tesis.
El experto manifestó que después de los 5 años en nuestro país y otras culturas machistas, los hombres dejan de abrazar y expresar físicamente su cariño a sus hijos varones por temor a que se les "dañen". Lo que logran es generar a una persona incapaz de mostrar afecto. La única emoción que se le valida la sociedad a los representantes del sexo masculino es la violencia: no puede llorar, pero puede golpear; no puede sentirse frustrado, pero sí puede gritar.
La violencia es aprendida y si eso se aprendió, hay grandes posibilidades de que los seres humanos establezcan nuevas fórmulas en sus hogares. La fórmula que propone el psicólogo Eugenio Meléndez es que las mujeres y los hijos también tengan acceso al poder, como si fuera una compañía con accionistas, en la que todos participan en las decisiones que se tomen. Hay que tener paciencia, el cambio no es algo que se logre de inmediato, empero, los resultados cambiarán su vida.
De acuerdo con el psicólogo Eugenio Meléndez, director de la Clínica de la Masculinidad, del Centro de Apoyo a la Mujer Maltratada (CAMM), luego de un incidente de violencia doméstica los hombres se sienten arrepentidos de lo que han hecho; es la forma como su interior les manifiesta que lo que hicieron no está bien.
En el CAMM empiezan a aclararles a los hombres que allí acuden, que la violencia no es natural; se les hace la diferencia entre agresividad y la violencia. La violencia es la distorsión cultural de la agresividad, que no es más que el instinto de supervivencia, aquello que nos ha permitido adaptarnos y vencer al medio en el que nos movemos.
Culturalmente se ha enseñado a los hombres que para obtener algo hay que sojuzgar a los demás. Cuando la agresividad no va dirigida hacia el logro de un objetivo, sino sobre otras personas, se habla de violencia.
En su libro "El pretendido mal de la agresividad" Conrad Lawrence señala que todos los seres humanos estamos irremediablemente conducidos a ser agresivos. Por su parte, el antropólogo Montagu, sostiene que lo innato es la solidaridad y la sociabilidad. Cuando un hombre encontró a otro se dio cuenta que era más fácil cazar entre los dos.
Meléndez dio el ejemplo de poner a un ser humano común y corriente en la selva. A partir de las 7:00 p.m. que comienza a escuchar ruidos para él desconocidos, inmediatamente se va a erizar y su cerebro comenzará a buscar información acerca de esos sonidos. Si percibe un peligro, el cuerpo reacciona al fluir de la adrenalina que aumenta la circulación en las manos y los pies. Así, el individuo puede escoger entre dos opciones: o enfrenta el peligro o pone pies en polvorosa.
Lo mismo ocurre cuando un hombre está frente a su compañera e hijos y se enoja y antes de que la furia aparezca y haga explosión en forma de maltrato físico y/o psicológico, ellos testifican que sienten cómo un calor les sube hacia la cabeza, el cuerpo les está indicando que deben detenerse, pero ellos ignoran esa advertencia.
Sin darnos cuenta, las madres y las abuelas damos a los hombres mandatos culturales como "Amarre a su perra que mi perro anda suelto", estableciendo que ellos pueden hacer lo que quieran con las mujeres y sus cuerpos.
El psicólogo opina que la mentalidad occidental considera que los talibanes son horribles porque agarran a las mujeres y las lapidan, en cambio, nosotros los occidentales somos buenos, tan buenos que cuando una mujer no quiere nada con su pareja él le descarga seis balas. Son tan malos los talibanes que tienen a sus mujeres cubiertas de cabeza a pies para que nadie vea sus cuerpos, pero en occidente vendemos automóviles, cerveza y muchas cosas más, con los cuerpos de las mujeres porque nos pertenecen.
Nuestro entorno señala que los hombres deben ser valientes, fuertes, inteligentes, agresivos y controladores; mientras que las mujeres deben ser débiles, tontas y torpes. Son ellos quienes tienen que "mandar". La historia afortunadamente ha desmentido esa tesis.
El experto manifestó que después de los 5 años en nuestro país y otras culturas machistas, los hombres dejan de abrazar y expresar físicamente su cariño a sus hijos varones por temor a que se les "dañen". Lo que logran es generar a una persona incapaz de mostrar afecto. La única emoción que se le valida la sociedad a los representantes del sexo masculino es la violencia: no puede llorar, pero puede golpear; no puede sentirse frustrado, pero sí puede gritar.
La violencia es aprendida y si eso se aprendió, hay grandes posibilidades de que los seres humanos establezcan nuevas fórmulas en sus hogares. La fórmula que propone el psicólogo Eugenio Meléndez es que las mujeres y los hijos también tengan acceso al poder, como si fuera una compañía con accionistas, en la que todos participan en las decisiones que se tomen. Hay que tener paciencia, el cambio no es algo que se logre de inmediato, empero, los resultados cambiarán su vida.
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