La sopa boba y el estigma de los goliardos
Cantus Interruptus Los tunantes de capa, pandereta, guitarra. malla y bandurria son los que, con algunas variantes, siguen la tradición goliarda.
La sopa boba y el estigma de los goliardos
Dice Donald Jay Grout en su insuperable libro A History of Western Music, que las canciones populares más antiguas que se preservan hay que escudriñarlas en las obras de los goliardos de los siglos XI y XII. Clérigos desertores y estudiantes bohemios, los goliardos medievales hacían una vida errante y libertina y sobre ésta cimentaban su obra poética y musical. Desencantados con los arcaicos pasajes de las sagradas escrituras, sustituyen la Santísima Trinidad por la bebida, la comida y el juego, hábitos de taberna más afines con sus preferencias mancebas, aunque impías para los beatos más conservadores. Añaden a esta trinca vagabunda la composición de sátiras, el cortejo obsceno a las mujeres y las parodias de cantos religiosos adornados con blasfemias. Los goliardos conocen las irregularidades de los monasterios, sus pecados más oscuros, y aprovechan este saber para atacar con octosílabos mordaces la corrupción del clero y su avariento afán por el dinero.
Los tunantes de capa, malla, pandereta, guitarra y bandurria son los que, con algunas variantes, siguen la tradición goliarda. La etimología del término goliardo hay que buscarla en la palabra gula y en el epónimo Golias, del gigante Goliat (el demonio), mezclados describen la glotonería y sagacidad características de un buen goliardo. En España se les conocía como sopistas, por recibir como pago a versos y canciones, una sopa boba: sobras de comida en las tabernas o las que preparaban los conventos para los más indigentes. ¡Cuánto daño le ha hecho al artista aquel estigma goliardo! Aún confunden a músicos, poetas, vagos y menesterosos. Con una sopa boba —o cualquier excedente— hay quienes pretenden saldar el pago de una presentación.
Tuve un amigo guitarrista clásico, estudioso, disciplinado y extremadamente metódico, cada día dedicaba seis o siete horas a resolver problemas de técnica y musicales: el fraseo en una obra de Tárrega, Regondi o Mertz; la claridad del contrapunto en una fuga de Bach o Weiss; la articulación y la acentuación en los ritmos latinoamericanos de las obras de Lauro, Villa-Lobos, Ponce o Brouwer; la precisión metronómica en las variaciones o sonatas de Sor y Giuliani; el análisis post-tonal en las obras de Martin, Britten, Berkeley o Brindle. Cuando le pedían que llevara la guitarra a las fiestas respondía, «de acuerdo, y tú te traes el estetoscopio, tú la máquina de escribir, tú las herramientas para que me arregles el carro, y tú el serrucho, el martillo y los clavos para que me hagas un mueble».
La sopa boba de los goliardos y sopistas fue una retribución indecorosa de la Edad Media, hoy carece de sentido.