Panamá
Aterriza la nueva ola
Todo germinó el China y allí regresó sin tregua, sin piedad, sin perdón. Miles de embarcaciones pululan cercanas a sus costas en espera del despacho de mercancías para rellenar los estantes de un mundo sediento por adquirir, comprar innecesarias chucherias que el siniestro marketing nos alimenta a diario.
- Jaime Figueroa Navarro
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- - Actualizado: 14/5/2022 - 12:00 am
Ya percibíamos la luz al final del túnel, tan cerca, pero también tan lejos. Como un espejismo en medio del desierto de la vida en el momento, precisamente por la ausencia de líquidos, cuando más percibimos el sentimiento de sed. En medio de tal descomunal ignorancia destapamos los rostros, y allí sigilosamente pudo penetrar, ya desafiando el destino, sin mascarillas, el maldito Covid.
Todo germinó el China y allí regresó sin tregua, sin piedad, sin perdón. Miles de embarcaciones pululan cercanas a sus costas en espera del despacho de mercancías para rellenar los estantes de un mundo sediento por adquirir, comprar innecesarias chucherias que el siniestro marketing nos alimenta a diario.
Muchos, en su mayoría, adultos mayores retornan al encierro. Los cuerdos han puyado sus brazos ya cuatro veces, las dos dosis originales y dos adicionales de refuerzos. Si la vejez era un experimento en soledad, imagínense ahora. A Dios gracias existe el WhatsApp, el Facebook y el Twitter porque sino el olor a libros viejos, polvorientas y obsoletas hojas, invadirían las bibliotecas del tedio.
Para algunos, anteriormente infectados que nutrían las expectativas de una inmunidad inexistente, les toca otra vez en cruento asalto del bichito, a duras penas entendiendo la razón de su mala suerte y las posibilidades de un incierto futuro tras las secuelas, la tosesita que no cede, la flema al amanecer y peor aún, la real posibilidad de encontrar la muerte ahogados, solos, en una sala de urgencia.
Hay que vivir, continuar la senda ya trazada desde el primer respiro, pero con cuidado. En la particular vivencia de este servidor, nos recibió posterior al cruce del estrecho de Magallanes, en la capital buenarense, entre tangos, reencuentros con viejos amigos, asados y buenas copas de Malbec, en marzo de 2020.
Ya para finales del 2021, aburridos del experimento de asistir al súper con otros canosos del mismo sexo, nos dimos cuenta la falta que hace la presencia de féminas, sus perfumes y togas, al momento de hacer compras, con el alivio de encontrar por lo menos a las cajeras ya al final, sin saber a cierta, si detrás de las mascarillas había una afable sonrisa o la irónica mueca de una infeliz suegra.
Ya para culminar el segundo año del descomunal encierro, en un breve momento de lo que parecía una apacible tregua, nos la rifamos cruzando el charco hasta Roma para abordar un crucero con destino a Miami. Fueron dos semanas donde al final, posterior a 4 pruebas negativas para todos los cruceristas y tripulantes, unas 5,000 almas, se sentía uno más seguro en medio del Atlántico que en cualquier sitio de tierra firme, sin mascarillas, sin bichitos, allá alejados en nuestro apacible flotar.
Con un turismo apagado y el arranque de algunas operaciones en la industria sin chimeneas, la única forma de atraer osados clientes era con precios a quemarropa.
Asi fue como volé desde Tocumen a Miami en tres ocasiones el primer trimestre del año en curso, con precios rondando los $200, algo similar a un vuelo en Business a David, encontrando ofertas que obligaban al desplazamiento más allá, a Boston, como ejemplo, que queda más lejos de Miami que Panama al mismo precio.
A Dios gracias, cuando está previsto que la mayoría será expuesta al contagio, aún no nos ha atacado. Portamos religiosamente las mascarillas, a pesar de nuestra diaria visita al gimnasio. La ausencia de aquella disciplina ha transformado a muchas amistades en seres fofos, con mayor exposición a otras dolencias, a perezas y hamacas, todas con nocivos efectos a los resultados del exámen de laboratorio anual.
Y continuamos nuestro quijotear. A un tris de inaugurar la séptima década, no nos queda de otra, porque cuando se avizora el próximo capitulo sin entusiasmo, uno se muere de a poco en poco.
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En un crucero de 21 días nos embarcamos desde la norteña Seattle, rozando la frontera canadiense en la costa oeste de Estados Unidos en octubre próximo, rumbo sur, cruzando por vez primera las nuevas esclusas del Canal rumbo a Cartagena, el Caribe y Miami, en un viaje que incluye escalas en 7 países. La vida continúa hasta el ultimo respiro.
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