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¡Como duele sanar!

Esta reflexión va dedicada a una persona maravillosa que conocí y su vida merece ser contada. Merece que conozcamos su historia de lucha como testimonio de que paso por esta vida, enseñando con su pena, con su dolor, con su valentía, con su confianza, con su enfermedad… que hay algo más valioso que se escapa de lo que nuestros sentidos pueden captar.

Icenit Melgar/opinion@epasa.com - Actualizado:

¡Como duele sanar!

En un mundo de caretas y disfraces esta reflexión solo cuaja para los que saben que el dolor te hace fuerte y te hace crecer. Te da ojos para ver lo que otros no pueden, te da alas para volar, te da fuerzas para resistir.

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Esta reflexión va dedicada a una persona maravillosa que conocí y su vida merece ser contada. Merece que conozcamos su historia de lucha como testimonio de que paso por esta vida, enseñando con su pena, con su dolor, con su valentía, con su confianza, con su enfermedad… que hay algo más valioso que se escapa de lo que nuestros sentidos pueden captar.

No conocemos a nadie porque si, conocemos a la gente cuando debemos hacerlo, las encontramos, las perdemos o las reencontramos en su justo momento. Solo sé que hay maestros en nuestras vidas, que te dicen que vivir merece la pena, aunque no sea de la manera en que hubiésemos deseado, pues la vida es para enseñar y aprender uno de otros, a eso es lo que vinimos, a nada más.

Esos mismos maestros te dicen que a veces solo nos encontramos perdiendo el tiempo en frivolidades. El camino del espíritu es sabio y no lo entendemos. Amiga: Te pido permiso para contar un extracto de tu vida, ese que dejo huella en la mía, pues me enseñó que en la adversidad se puede sonreír, dar gracias y vivir. Partiste callada y sigilosamente, lejos de lo mundano, cerca de tus ángeles, cerca de tu Dios.

Así narró nuestro reencuentro: El inicio de la pandemia cuando estamos en encierro total, y los medios tecnológicos nos unían, traté de ponerme en contacto con algunas personas que conocí en una distante juventud. Así con el uso de las redes sociales encontré a una amiga de la universidad que se caracterizaba por su amabilidad, inteligencia y sabiduría. Desde que nos conocimos, allá por unos lejanos años 90, hicimos buena amistad, pero los caminos se separan y en más de veinticinco años no le vi.

Con la pandemia hablamos mucho de espiritualidad, religión, de leyes de la vida, de ángeles, de santos, de los demonios, de política, de avances tecnológicos, de personajes emblemáticos, en fin, el tiempo era vasto para intercambiar opiniones, escuchar consejos, era largo para recapacitar de la vida, de los sueños, de las metas. Muchas risas, muchas anécdotas, mucho que recordar, mucho que aprender.

Recuperamos nuestra amistad, así como dicen que cuando tienes un verdadero amigo no importa la distancia o tiempo que se separan cuando se reencuentran es como si las manecillas del reloj no hubiesen transcurrido. Insistentemente me decía, cuídate del COVID, ya me dio, decía; come sano, duerme mucho, toma agua, ama a tu familia, valora a los amigos leales, disfruta a los tuyos, LA VIDA ES UNA Y ES BELLA. Y ese “LA VIDA ES BELLAAAAAAAA” asimismo, sonaba una A que resonaba… un eco agudo . También, decía hay que dejar el corazón libre de manchas, y aceptar la vida como viene. Todo es simple AMIGA, así me hablaba.

Las conversaciones eran interminables, pues mi amiga experta en leyes y en su momento estudiante de medicina tenía amplio conocimiento en cualquier tema. Podía hablar desde avances médicos, estructuras de gobierno, astronomía, historia, idiomas, amor a su familia, recetas de cocina hasta ideologías culturales y sociales.

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Después de meses de conversar me dice que un día cualquiera se cayó en su oficina y un tema del pasado volvía a visitarla… el golpe, provocó el reencuentro con un cáncer al que ya había despedido de su vida un tiempo atrás. Que se lo trataría, pero que era agresivo, pero agresivas eras sus ganas de combatirlo.

Esa noticia enfrió mis huesos, no era capaz de decir nada acertado, y aunque, soy una persona que ha decidió mirar el mundo en positivo una noticia de este calibre representaba un reto, un jamaqueón para despojarse de las armaduras que nos protegen, significaba desnudar el alma. Decir algo prudente y cónsono con este anuncio era una osadía. En mi mente esta noticia acarreaba dolor y decepción. Dolor porque es una palabra que nadie quiere en su vida. Decepción por lo injusta que son las cosas. Aún cuando intentemos mirar el mundo a través de un prisma multicolor que solo los idealistas llegan a entender, cancaneaba, para dar una voz firme de aliento. Nuevamente pensé eres admirable, pues te enfrentas a las vicisitudes de la vida, con carácter

En mi yo interno costaba rasgar la vestimenta de idealismo, pues cada conversación con ella se notaba que el intruso visitante se estaba apoderando de ella. Dar ánimos y enfrentarte con la realid aguerrido. Y como no podía actuar de otra manera me mantuve firme ante este cuadro… si lo único que debía hacer, como amiga, era apoyarle.ad cuesta. Pensé ahora más que nunca debo apoyarle, me ofrecí a visitarla a llevarle lo que podría requerir. Me dijo tengo lo que necesito, pero si quieres me puedes traer yogurt, vegetales o frutas. “Todo sano porque los que nos enfrentamos a esto, no debemos consumir altas cantidades de carbohidratos y nada de azúcar”. Con una firmeza estoica llevaba su alimentación, asimismo su tiempo de meditación y de oración, que más que pedir, lo hacía para agradecer.

Por otro lado, entendí que las visitas deberían ser a la distancia por lo que la pandemia nos trajo, distancia para evitar contagios y yo en la calle expuesta al “bicho” solo podía representar un peligro ante su enfermedad. Les confieso fui cada vez que podía, entendí que no debía invadir su espacio, me decía “puedes ingresar detrás de la cerca y dejar lo que me traes en una mesita”, lo recibo con cariño.

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Siempre, me agradeció cada visita, nunca la vi, pues respeté ese código entre amigas que se dice sin decir nada, “no me gusta que me vean en pijama y desarreglada”. Pero me decía una y otra vez “mi bellaaaaa amiga”, nuevamente, con ese profundo énfasis característico, “cuanto te quiero”, “eres muy afortunada y somos afortunados los que te conocemos”. No me sentía especial, especial era ella, que con cada palabra de fe, de entrega de confianza en la divina voluntad seguía luchando contra ese huésped indolente y avasallador.

Así siguieron nuestras conversaciones, consejos, pláticas del día a día, de las quimios, de las transfusiones, de la necesidad de sangre en los bancos de sangre, de los sueños e ilusiones, de la fortaleza y de la paciencia de las vidas que llegan a tocar los que sufren con cáncer, los que los cuidan y ven por ellos. Su tiempo, lo dedicaba a compartir conmigo almuerzos a distancia, donde me decía cuídate lleva una vida saludable, busca paz en tu interior para que haya paz afuera y lo puedas ceder a los que están a tu alrededor. “Recuerda brillar en la oscuridad”. Disfruta tu trabajo, ríe si quieres reír, llora si quieres llorar, grita si quieres hacerlo y pelea si debes pelear. No te guardes nada porque el silencio acaba. Lecciones de vída, día tras día.

En su lucha, oraba en latín, conocí a través de ella la vida y obra de Padre Pío, de Luisa Picarreta, de San José María Escriba de Balaguer y otros más. Detrás de sus historias, hoy sé que su ganas intensas de vivir, dejaban entrever que el camino a su liberación, sanación y santificación era a través del despojo real de las armaduras que nos cubren y nos inundan de banalidades. Al cabo de unos meses más me dijo ven a visitarme, cuando era un tema que no se tocaba, ese momento me estremeció pues pensé es su despedida. Esto es como no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y no fui a visitarla por miedo.

Hoy me reconozco cobarde, pues sabía sus intenciones. Y no estaba preparada para esa despedida. Unos días después dejó de escribir, dejó de mandar y contestar mensajes, lo presentía. He buscado sus chats, los he repasado y en ninguno hay queja, se abandonó en la voluntad del Señor y la aceptó. Siempre tuvo tiempo para escucharme a mi y a sus otros amigos. A su alma le quedo pequeño el cuerpo al que ella llamaba su templo. Su fuerza le permitió llevar su mundo en sus frágiles hombros.

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Estas fueron las cartas que le tocaron jugar, pero las jugó con astucia, sabiduría y respeto. Convirtió un sueño en realidad, busco la sanación y me enseñó que sanar duele, pero purifica y te libera. Esas eran sus palabras. ¡Con cariño y en homenaje a mi amiga Greta María!

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